miércoles, 29 de diciembre de 2010

Desencanto y Golpe de Teléfono

Otro almuerzo, otro encuentro. Con carne, pero a la milanesa. Nos conocimos desde antes de nacer, cuando su madre se inclinó a mi cuna a que le trajera "uno como vos". Tendrá el mismo humor trilingüe que tengo yo, pero salió mujer, che.

En el saldo de cuentas, resultará un día pesado, pero no será culpa de mi amiga. Ella comparte aquello de que en la Argentina todo tiene, además de precio, costo psíquico. Se perdió los mejores años en el exterior, mientras que yo le escapé a los peores años en el hemisferio norte.

Y hoy me habla de sus aspiraciones románticas, de su nuevo arte, de una variedad de esas cosas que permiten a los amigos ponerse al día, más o menos.

Nos despedimos y viene una caminata deprimente por la Calle Lavalle, donde vi "La Novicia Rebelde" ocho veces y "El Gran Escape" otras tantas. Y las de Joselito y Marisol.

Ya no hay cines. Bueh ... hay algo que dice que es cine, pero tiene un alumbrado violeta muy raro.

Entro a preguntar a una tienda si es "un cine normal" y la vendedora sonríe, como se les sonríe a los niños, los minusválidos mentales y los pajueranos que se han venido a pasarse de porteños. Concuerda que no, pero un colega agrega, "Y ... para algunos, es normal."

Una calle peatonal nos lleva a la otra: Florida. Y en Florida a un paraje de librerías. Terminamos en El Ateneo, donde busco ponerme al día, pescar lo nuevo en la literatura. Me llevo una bolsa llena de libros: una novela en la que se basa una película argentina que me dicen que va a ganar el Oscar; por consejo de un amigo, Operación Traviata; varias historias.

Curioseando, elijo un libro que parece estar en todas partes: Radiografía de mi País: La Argentina Que Me Duele. El título es exactamente lo que busco: una explicación de la argentinitis. Llevo seis días en el país, me empiezan a dar ataques crónicos y ando desesperado por un diagnóstico del mal que me acosa. Como escribí a principios de año, desconozco al autor.

Y es justamente por lo desconocido que cuando llego a "casa," me doy una ducha de padre y señor mío y decido ver como funciona esto de la argentinitis.

Resulta que en las primeras páginas el autor se introduce como alguien que fue trasladado a Buenos Aires a los 9 (como yo), pasó penurias por problemas familiares (como yo) y juró nunca más pasar por lo mismo (como yo). ¿Habré hallado a mi gemelo incognito?

Le leo a mi compañera, que se asombra de los paralelos.

Y en eso llama mi prima. Habíamos quedado en almorzar mañana, el 30. Le hago el recuento del día y termino con el descubrimiento de un tal Oscar González de Oro, que parece que es un locutor de radio.

"No, ese es un escritor terrible," me dice.

Le pregunto que autor sería mejor y me responde, no sé de dónde, "¿De derecha?"

No se me había ocurrido la ideología. He caído en un escepticismo de todo, y más aún de ideólogos argentinos.

"No, cualquier escritor: de derecha, izquierda, arriba, abajo, de cual quier raza o nacionalidad," le digo, "pero que tenga experiencias coincidentes con las mías y explique esto del país que nos duele."

"Pero ¿querés que sean de derecha?" insiste ella.

Es el comienzo de un diálogo de sordos en el que tomamos vueltas a una calesita con la misma pregunta y las misma respuesta tres veces.

Mi prima insiste dogmáticamente que es "terrible" pero no explica por qué, ni atina a ofrecer una alternativa. Y no entiendo de dónde viene el supuesto que a mi me interesan las lecturas conservadoras.

Terminamos a los gritos, se ventilan palabras hirientes. Cuelgo a media frase suya, sin despedirme.

Luego vuelve a llamar, hablan las mujeres, conciertan el almuerzo. Contra todos mis instintos, acepto concretar la cita. Es un grave error.

No hay comentarios.: