viernes, 22 de noviembre de 2013

Abuelo, dónde estabas cuando lo mataron a Kennedy?

Iba a mantener silencio ante el quicuagésimo aniversario de ese viernes sombrío de 1963. Pero un amigo bloguió y muchos otros bloguearon, y muchas de las cosas que se dijeron fueron las idioteces de siempre.

Yo estaba en la Casa Rosada, en Buenos Aires, esa tarde del 22 de noviembre de 1963. Mi clase de quinto grado había ido de paseo educativo al palacio presidencial argentino.

Nos mostraron el salón este, el salón aquél y el salón de más allá. Hasta pudimos entrar a la oficina del presidente, que estaba tomando su siesta. Algunos de mis compañeros pidieron sentarse en la silla pero no los dejaron.

Fue entre un salón y otro que un funcionario se encaminó a otro y le dijo en voz que mis compañeros escucharon mejor que yo,

- Señor Morales, hay que despertar al presidente. Le han disparado a Kennedy.

Escuché la primera frase. Me llamó la atención por el apellido. El mío, pero nada que ver, asi como el primo Evo es buen muchacho, pero si es pariente es muy distante.

La segunda frase la escucharon mis compañeros quienes se apresuron a decírmela. Nacido en Nueva York de padres diplomáticos argentinos, yo era el "yanqui" de la clase. Estaba harto de las bromas, a veces pesadas, relacionadas con mi país natal y les dije que se dejaran de jorobar (quizás usé la otra palabra con jota).

Pero no, insistieron.

Por motivos obvios, se dio por concluída la visita a la Casa Rosada. Los chicos seguían con el cuento de Kennedy y yo en la negativa hartanza de sus chistes. El ómnibus del colegio se detuvo en una esquina para que uno de los maestros se bajara a comprar un diario vespertino.

El maestro lo compró, subió al ómnibus y nos mostró el titular: KENNEDY ASESINADO.

No quería creerlo. No podía ser.

Yo había estado en el palco diplomático ese 20 de enero nevado y frígido de 1961 cuando el primer presidente católico (ídolo de las monjas de mi escuela en Washington) hizo su juramento.

Yo había estado, en un momento, como a cinco pasos de Kennedy. No le hablé ni le di la mano pero lo vi relativamente cerca, en lo que luego se denominó "en vivo y en directo". Respiramos el mismo aire ártico.

A mi edad no entendía por qué mis padres le decían "joven". Era lo que un chico de casi 9 llama "viejo".

Ya a los 11 comprendía el chiste latinoamericano acerca de uno de los programas de Kennedy, del que se decía que la Alianza Para el Progreso realmente para el progreso. Años después me llegaron detalles de algunos aspectos de incompetencia y otros de malicia.

Pero el 22 de noviembre aquél yo era un inocente, como todos éramos. Esa tarde perdimos la inocencia y las reacciones fueron típicas.

- ¡Son los comunistas! - dijo mi abuela italiana, calladamente fanática todavía de su adorado Duce.

- ¡Son los alemanes! - dijo el pedicuro de mi madre, que era judío.

- ¡Es Wall Street! - se habrá dicho en grupos izquierdistas que yo no conocía.

Y en los años que siguieron toda esa inocencia perdida fue desquiciando la esperanza que teníamos de un mundo mejor. Y hoy solo nos queda la pregunta sin respuesta: ¿cómo habrían resultado las cosas sin esas balas en Dallas?

domingo, 10 de noviembre de 2013

Es hora de enterrar el militarismo en el Día del Armisticio (o de los Veteranos)

En el hemisferio norte, el 11 de noviembre se conmemora el aniversario de esa 11ava día del 11avo mes a las 11 horas de la noche en el cual, en 1918, se puso fin a la Primera Guerra Mundial. Ese el Día del Armisticio, Día de los Veteranos o Día de la Conmemoración (Remembrance Day) en Europa, Estados Unidos y Canadá, respectivamente.

Se comenzó a celebrar con un fallido movimiento pacifista entre las dos guerras mundiales, pero es hoy un día para el cocoreo militarista. Se elogia a los supuestos héroes y se calla que las guerras son un conjunto de asesinatos masivos organizados, inadmisibles desde cualquier óptica moral.

Hoy en día en Yanquilandia, especialmente desde el 11 de setiembre del 2001, se llama "veterano" a cualquiera que use o haya usado un uniforme y a todos estos veteranos se les llama "héroes". Hay un poco de inflación militarista en este vocabulario ¿no?

Heroísmo, según el diccionario de la Real Academia Española, es un "esfuerzo eminente de la voluntad hecho con abnegación, que lleva al hombre a realizar actos extraordinarios en servicio de Dios, del prójimo o de la patria". La definición trae a la mente valentía, coraje, audacia y fortaleza.

No es cuestión de vestir de oliva. Los hombres y mujeres que lucen uniformes militares reciben sueldo, comida, vivienda y una serie de beneficios que no se les extiende a los civiles. En Estados Unidos son voluntarios, dado que no hay conscripción desde el conflicto de Vietnam. Eso se llama empleo, no heroismo.

No ocurre lo mismo en Iberoamérica. Han habido pocas guerras, la mayor parte hace más de un siglo. Los militares latinoamericanos son los lustrabotas de los intereses económicos y los partidos monopólicos, y frecuentemente funcionan como dictadores en nombre de esos poderes.

El militarismo latinoamericano no tiene de qué jactarse, aún en la quimera de la matanza supuestamente heroica. Sería mejor un mundo sin fuerzas armadas, y en eso América Latina podría ser el primer ejemplo sin menor problema.

Sea como sea, las guerras son un mal y no habrían guerras si no hubieran quienes se ofrezcan de soldados. Por eso mismo el 11 de noviembre debería reservarse para recordar los horrores de la guerra, cometidos por los que se han puesto a disposición de matar según se ordene.

Recordar la tragedia de la guerra debe ser para reforzar la esperanza que nunca vuelvan a estallar las guerras.