lunes, 22 de noviembre de 2010

Familia

Por mucho que mi niñez y la gente que habla de aquello de Dios-Patria-Hogar me han hecho odiar la palabra "familia," celebrar el casamiento de mi hijo mayor este fin de semana culminó con una experiencia de amor familiar, tal como nunca había sentido. El odioso instincto tribal estuvo ausente y en su lugar se hizo sentir el amor que los demás prodigaban a quien he amado desde el día en que nació.

Amar a un niño es, en el fondo, narcisista. Un descendiente comienza su vida cargado del depósito de deseos que uno no ha podido llevar a su realización. ¡Se remontará en vuelo en todo aquello en lo que apenas he logrado dar unos saltos!

Y, no obstante, un niño, sea de la sangre de uno o de otro, en el hogar o en el aula, o en cualquier otro contexto en el que un niño suele depender de un adulto, con todas las exigencias irracionales y unilaterales que los niños suelen emitir casi sin querer, resulta ser la primera lección de amor, del desprenderse de uno mismo para otro, y no por deber sino por placer.

¿Qué adulto no muere con una sonrisa si es para salvar la vida de un niño? Es la esencia de la especie humana, a veces dura y feroz.

Matamos muchas otras especies para comer, vivir, incluso por deporte. (Y no se engañen, vegetarianos, las verduras y las frutas son también especies vivas que matamos.) Y de ahí pasamos al tribalismo, el totemismo, al egoísmo de grupo y a la guerra: mi gente es mejor que la tuya, mi familia merece más que la tuya.

Aún si la familia humana se pierde en el conflicto que se considera necesario para sobrevivir, no hay duda de que el placer de verse criado y protegido por la familia, el clan, la nación y aún la unión planetaria, puede resultar expansiva y pacíficadora. Esto es lo que llegué a apreciar este fin de semana.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Massera vs. Timerman: Eco de una Desgracia

No hay gauchos “buenos” con sombreros blancos y otros “malos” con sombreros negros en la historia argentina. Ni tampoco es este año el bicentenario del país. Esos son el tipo de mitos detrás del reciente intercambio de poco lisonjero entre un diario derechista y el canciller argentino.

Según La Nueva Provincia de Bahía Blanca, el Almirante Emilio Massera terminó con “el flagelo subversivo.” Según el Ministro de Relaciones Exteriores Héctor Timerman, el diario fue de alguna manera cómplice con la dictadura de 1976-83 en el secuestro y tortura de su padre, Jacobo Timerman.

En una visión Massera es un ángel reivindicador en la otra Timerman padre es una mera víctima. Pero la realidad de ambos difuntos es otra.

Emilio Massera fue un militar naval mediocre pero oportunista que llegó a presentarse ante algunos como “socialista” cuando las papas quemaban para su régimen. Jacobo Timerman fue un empresario que, según su propio libro autobiográfico, abogó por el mismísimo terrorismo de estado que lo detuvo sin gracia de formalidad legal.

Para mi, ambos lucieron sombreros grisáceos y compartieron una cierta complicidad en la violencia política de su época, sea de derecha o de izquierda.


Si Argentina no logra establecer una historia propia libre ideológicas, no saldrá nunca del pozo en que cayó en julio de 1930, agrandó a partir de 1943 y finalmente convertió en cráter comenzando en 1973. Y eso sin considerar los desastres económicos.