sábado, 26 de noviembre de 2016

Fidel y Yo

Hacia mediados de abril de 1959, siendo un chico de escuela primaria, tuve un encuentro casual con un personaje que acaba de morir. Muchos años después ese personaje todavía afectaba al mundo. Sucedió más o menos así.

En esa época, mi padre cumplía una función diplomática en Washington, D.C., enviado por el gobierno del Presidente Arturo Frondizi de la Argentina.

A mi edad no se me explicaba mucho del asunto. Era, como siempre, algo que ver con economía. Mi padre me había enseñado la ley de oferta y la demanda y en un libro de historia para niños había leído algo de un tal Karl Marx y otro fulano Vladimir Lenin que habían causado revuelo en el mundo de los adultos.

Estábamos todos en medio de una Guerra Fría con la Unión Soviética, con la posibilidad de guerra nuclear. Todo eso me resultaba muy complicado, interesante y aterrador a la vez.

Años antes en Nueva York, donde nací, había creado todo un revuelo entre las monjitas de mi escuela el día en que la maestra nos preguntó qué hacían nuestros papás, como parte de una lección sobre la idea de trabajar, y yo contesté "es comunista". Mi madre me interrogó al respecto y logró sacar que yo había querido decir "economista". A mi edad las dos palabras eran muy parecidas. Mi padre no era comunista, ni de lejos.

Pero eso fue antes del episodio sobre el que escribo, que fue en 1959, meses después del triunfo de la insurrección cubana dirigida por Fidel Castro (y, curiosamente, pertrechada por nada menos que la Central Intelligency Agency de los Estados Unidos). En abril, Fidel vino a Washington por 11 días a entrevistarse con funcionarios, pero también a visitar la capital.

Entiéndase que en abril de 1959 a Fidel Castro no se le conocía como comunista. Era un héroe para casi todo el mundo. Richard Nixon, quien había debatido con Nikita Khrushev de la URSS, lo pronunció "casi ingenuo en materia ideológica" despues de entrevistarse con él.

Fidel había derrocado un dictador, de aquellos de los 1940 y 1950 en Iberoamérica. El dictador había sido uno de esos dirigentes más o menos demagogos, megalomaníacos, que censuraban la prensa y coartaban la crítica, ideológicamente eclécticos, algunos con alguna obra social y otros no. Getulio Vargas en Brasil, Juan Domingo Perón en Argentina, Marcos Pérez Jiménez de Venzuela, los tres Somoza de la dictadura dinástica de Nicaragua, Rafael Leónidas Trujillo de la República Dominicana, François Duvalier de Haití y, claro, Fulgencio Batista de Cuba.

Por esa época, mi familia estaba buscando casa y  mientras tanto hospedándonos en un hotel a donde acudían muchos diplomáticos y grupos extranjeros. Yo era un chico multilingüe que hablaba con todos y en el hotel conocí a un grupo cubano de muchachos y muchachas, que tendrían 20 y pico, me habían adoptado como mascota.

Llegó Fidel a la ciudad y ellos, entusiasmadísimos, contaban que iban a ir en la caravana de autos que acompañaría al nuevo mandatario cubano a visitar la casa de George Washington, en Mount Vernon, Virginia, como a una hora de Washington. La plantación principal de Washington es un parque nacional y es uno de los monumentos protocolares de muchas visitas oficiales.

Me contagié del entusiasmo y corrí con uno de ellos a pedir permiso a mi mamá para ir con ellos. Mi madre tuvo dudas pero la convencí. Llegado el día, me hizo poner un trajecito, me engominó el pelo hasta que no se me movía el cabello por nada y salí, en un auto de capota abierta, sentado como modelo de desfile en sobre la capota de atrás, retenido por mis amigos cubanos.

Llegamos a Mount Vernon y tras mucha vuelta y cola, me encontré frente a un hombre barbudo que me pareció altísimo. Le dije lo que mi madre me había dicho, que mis padres y abuelos le extendían la felicitación de la Argentina. Me dijo una que otra cosa que no recuerdo y me instó a que le dijera algo de lo que yo pensaba.

Y entonces salió mi pedido. "Me gustaría un uniforme como el suyo."

Sonrió, dijo a unos que estaban alrededor suyo que tomasen mis datos y me mandaran un uniforme, y yo me fui contento. Fidel Castro me mandaría un atuendo más para jugar, junto con los de cowboy y soldado de la guerra civil y beisbolista.

Mi familia no tuvo mucha ocasión de recibir el uniforme. Mientras tanto, mi padre, Cecilio Morales como yo, llegó a ser un asesor de Frondizi en la Casa Rosada. En esa posición participó, en agosto de 1961, tanto en una reunión privada con el Che, en su caracter de Ministro de Industrias de la República de Cuba, como en una más protocolar con Fidel Castro en Punta del Este, Uruguay. A mi, todavía un chico, nadie me contó que se dijo.

Años después, hacia 1990 me hallé, como vocero del Consejo de Asuntos Hemisféricos en Washington, proponiendo por televisión el cese al bloqueo económico inútil a Cuba, hecho que todavía no se ha dado, pese a la reanudación de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos.

Desde mi punto de vista, Fidel fue menos funesto de lo que dicen quienes lo odian pero también menos espectacular que lo que dicen quienes lo adoran.

Sin duda, como explicó el economista brasileño Celso Furtado, el éxito socioeconómico de Cuba en la eliminación de la pobreza extrema que todavía aflige a países iberoamericanos de mucha mayor envergadura, es un ejemplo que debería inspirar vergüenza en todos los gobiernos del continente que no han hallado la manera de hacerlo. Por otra parte, no hay duda que debería haber alguna manera de obtener logros semejantes sin un régimen de corte Stalinista.

Al llegarme la noticia de la muerte de Fidel, me queda otro reclamo: ¡nunca me mandó el uniforme de guerrillero cubano que había pedido!

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Comienzan las Navidades

Mañana es Thanksgiving Day (Día de Acción de Gracias), una cena familiar que en Estados Unidos se celebra el último jueves de noviembre. En Canadá, lo celebran en octubre, porque en noviembre los canadienses están enterrados bajo nieve y no tienen de qué dar gracias.

Escribo estas líneas para mis lectores iberoamericanos, para que puedan vivir el momento sin estar acá. Ya sé que saben de la costumbre, pero una cosa es saberlo, otra es vivirla.

El primer Thanksgiving que se recuerda por tradición fue celebrado por los llamados "peregrinos" puritanos, que provenían de Inglaterra, después de su primera cosecha en el Nuevo Mundo en 1621. El banquete duró tres días, y según la versión de un testigo, Edward Winslow, asistieron unos 90 nativos americanos y 53 ingleses. Ocurrió en lo que llamaban Nueva Inglaterra, precisamente en lo que hoy es el estado de Massachusetts.

Se celebró como día de festejo ocasionalmente a partir de una proclama de George Washington en 1789. Fue declarado fiesta federal por Abraham Lincoln en 1863, el año en el que la Unión ganó la batalla decisiva de Gettysburg en julio, a un costo humano horrendo, para agradecer el favor divino a la nación que luchaba por su existencia y sus principios.

Hasta acá lo formal y conocido.

Lo que hay que tener en cuenta, especialmente mis lectores sudamericanos, es que en la mayor parte de los estados norteños, esta ya es época de guantes y abrigo, y en las zonas fronterizas con Canadá, nieve. Ayer me puse el primer sueter del otoño.

Además, país comercial que es, en la televisión la fiesta se centra en avisos, avisos, avisos sobre las gangas que se pueden obtener el llamado "Viernes Negro", que es el comienzo de otra serie de festejos en el culto a Mamón (versión dólar): la Navidad, una orgía de consumo que termina la mañana del 25 de diciembre, fecha cuyo significado en aquella antigua religión de los peregrinos nadie ni recuerda.

Al Viernes Negro se lo denomina así porque el volúmen de ventas transforma la balanza comercial de muchos negocios de roja (pérdida) a negro (ganancia), según el color de tintas utilizadas tradicionalmente por los contadores. La gente se apelotona para comprar, comprar, comprar en alabanza al Santo Dólar que está en la Tierra.

A esto se le ha agregado el Ciber Lunes, el Viernes Negro en sitios web comerciales para los que le huyen al pelotón y alaban al Señor Dólar desde la comodidad de sus computadoras (¿que digo? tabletas, celulares). Es un poco como ver la Misa por televisión.

Mientras tanto, el jueves (mañana) es el día en que se reune la familia, y digo todas las generaciones, no solo la familia nuclear, para comer pavo asado al horno.

La tradición culinaria es usar los ingredientes originarios de los indios nativos. Generalmente, se agrega salsa de arándanos (generalmente dulce y que contrasta con los sabores salados de la carne), un plato de frijoles cocidos (llamado "green bean casserole"), puré de papas, y otros.

En la mesa surgen todos los diferendos (es un poco como la cena dominical en la Argentina, donde se arman discusiones de futbol), y este año el tema será un cierto Pato Donald que se dice va a ser presidente.

En mi familia nuclear de adulto, esposa y dos hijos, íbamos a la casa de la madre a cenar con hermanas, parientes y siempre un invitado que la madre había encontrado, una oveja descarriada sin familia con la cual celebrar. Este año, con hijos mayores y ya distantes, esposa ida, y familia esencialmente muerta, iré a lo de mi compañera, con su anciana madre, a comer pollo, porque pavo es mucho para tres personas.

Tradicionalmente en la vida moderna, entre los que no cocinan antes de la cena se mira por televisión al desfile frente a Macy's, una tienda de ramos generales en el centro de Manhattan, en la que figuran notablemente los grandes globos que representan personajes de dibujos animados, Bullwinkle, por ejemplo.

Después de la cena hay otra tradición televisiva moderna, aunque no en mi caso porque a mi los deportes no me llaman la atención, el partido de futbol estadounidense entre la Marina y el Ejército.

El viernes tradicionalmente no era feriado, pero se ha ido acostumbrado darlo como puente. Cuando yo comencé a trabajar, en los 1970, todavía se trabajaba (o se tomaba como vacación, descontada del anual permitido). Hoy ya no; generalmente se les da asueto pago a los empleados.

¡Feliz Thanksgiving!

viernes, 14 de octubre de 2016

Femen fue a Rosario

Creo que para entender lo que hicieron algunas mujeres en Rosario hay que entender a Femen y sus seguidoras. Es un grupo militante europeo feminista que se distingue por preotestas de jovencitas desnudas en público.

Han protestado desnudas en la catedral de Notre Dame en París, en Ucrania y en Rusia y otros países.

Inspiradas por ellas, las integrantes de un grupo rockero ruso llamado Pussy Riot (traducido al porteño, sería "Alboroto de Conchas") dieron un "concierto" improvisado el 21 de febrero de 2012 en la Catedral de Cristo Salvador de Moscú, en el que cantaron un número titulado " Virgen María Theotokos Sálvanos de Putin".

Lo de Rosario fue una copia. Las mujeres que protestaron tirando piedras a la catedral, que fue una minoría, imitaron a Femen y Pussy Riot. Y los policías imitaron a la policía rusa, que llevó presas a Pussy Riot.

Se trata de una rebelión juvenil y anárquica frente a una sociedad autoritaria. Digo sociedad y no gobierno, porque tanto Rusia como Argentina tienen tradiciones de autoritarismo muy arraigadas en todos los aspectos de la sociedad.

Hay modales y modas que no se violan. Al igual que hay quienes añoran la dictadura (y a Rosas) en la Argentina, en Rusia hay quienes han dicho (no lo invento) "bajo Stalin esto no sucedía".

La Rusia de los zares (y Stalin fue un zar, como lo es ahora Putin) se asemeja a la Argentina de los caudillos y patrones (Perón y Rosas, ahora Macri). En ambas naciones de estepas interminables, hay convenciones rígidas que se mantienen con violencia desde la niñez.

Sorprende al visitante ver las madres argentinas que manejan a sus crías en público a bofetada limpia. En Europa occidental las pondrían presas.

Pero de ahí es que surgen las patotas, algunas uniformadas y con sueldo del gobierno. Son los valientes que van con cascos y escudos antimotines a lidiar con mujeres desarmadas en Rosario.

¿Y las mujeres que protestan? La sociedad argentina dictamina que es "falta de educación" expresar impotencia y rabia.


miércoles, 12 de octubre de 2016

La moda anti-Colón: prejuicios nutridos por mentiras

Cristóbal Colón no fue un santo y, a pesar de su nombre (que significa “portador de Cristo”), era judío converso. De hecho, el primer europeo que se constata que pisó tierra firme en el Nuevo Mundo fue abiertamente judío, se llamaba Luis de Torres e intentó hablar en hebreo con los americanos que encontró el 12 de octubre de 1492.

Si esto lo asombra es porque la propaganda histórica oscureció la realidad de lo que ocurrió aquel fatídico día y en los años que siguieron..

La versión más oida en el mundo de habla inglesa es que los españoles, crueles, perezosos y papistas, llegaron al Caribe infundidos por ansias de oro, locura por el derramamiento de sangre y la esclavización de los nativos, y un impulso insaciable de violar a las mujeres. Las repúblicas posteriores estaban condenadas al fracaso y al derrumbe, sumidas en una modorra neofeudal debido a ese mestizaje desenfadado, de cuyo ocaso los liberaría la magnánime Gran Bretaña y, más tarde, Estados Unidos; y esos anglosajones emprendedores poseían la libertad y, más aún, el deber de explotar la riqueza existente en esas por bien del continente, impulsándolos a la democracia y el libre comercio.

Esto pasa por alto varios hechos incómodos.

Uno de ellos es que la información sobre las barbaridades españolas durante la colonización inicial no fue descubierta recientemente por historadores revisionistas o, incluso, por activistas pro-nativos. Proviene de la defensa de los nativos por parte de sacerdotes católicos españoles hace unos 500 años.

En Estados Unidos, los indignados seguidores de la moda anti-Colón que se desgarran las vestiduras ante el accionar de los españoles, raramente toman nota de las atrocidades británicas contra los indios americanos, los irlandeses, los hindúes, los africanos y demás pueblos con los que se toparon al expandir su imperio. Esto incluye el primer uso constatado de la guerra bacteriológica durante la Guerra Franco-India (1754-1763), cuando los principales comandantes generales británicos de lo que ahora es el noreste de Estados Unidos pidieron, sancionaron, subsidiaron e hicieron que se llevara a cabo la distribución de mantas infectadas con viruela entre los indios. ¿Dónde estaban los clérigos protestantes de la época exigiendo que se pusiera fin a tal práctica?

Y ni hablar de la introducción del negocio basado en el secuestro de africanos para esclavizarlos en el Nuevo Mundo, una empresa totalmente británica y portuguesa. Hoy en día, todas las excolonias británicas, incluyendo Estados Unidos, tienen una fisura étnica o racial en su sociedad. ¿Por qué será?

Por supuesto, hay otra versión de la propaganda histórica, en castellano, sobre la colonización de América, que contiene otras distorsiones.

Según la historia tradicional española e íberoamericana, los valientes y devotos militares y misioneros  españoles trajeron la civilización y el cristianismo a los indios salvajes y establecieron sociedades en las que se respetaba a todos en función de su rango. Cabe destacar que en dichas sociedades la rica paleta de tintes de piel proviene de la mezcla de nativos, africanos e íberoamericanos que se dio sin asco racial. Esta gloriosa empresa fue interrumpida por la depredación de los piratas ingleses que atacaban el legítimo trafico marítimo español y por agentes foráneos que agitaron el descontento entre las élites locales.

Desde la década del '70 se agrega un capítulo revisionista, que en parte adopta lo que tradicionalmente se conocía como la “leyenda negra”, atribuida a los ingleses, sobre la colonización española. Esta versión añade que las antiguas colonias de España y Portugal se convirtieron en latifundios neofeudales gracias a una campaña británica que buscaba desarrollar un régimen neocolonial de repúblicas bananeras y serviles en Iberoamérica que, una vez el Imperio Británico se desvaneció, Estados Unidos asumió como suyas.

Los americanos de Estados Unidos progresistas que se creen supuestamente iluminados llegan al juego historicista un poco tarde, así como los hijos y nietos de inmigrantes más recientes cuyos antepasados tuvieron poco y nada que ver con la colonización. Es fácil criticar a generaciones pasadas de gente con las cuales uno no tiene la más mínima relación.

La tarea más difícil es reevaluar la historia teniendo en cuenta lo que la gente del pasado pudo haber entendido o sabido.

Por ejemplo, la palabra “genocidio” fue acuñada en 1944 por el jurista estadounidense nacido en Polonia Raphael Lemkin en su obra El régimen del Eje en la Europa Ocupada, con el significado de “matar a los de una tribu”, del griego genos (raza o etnia). Colón no habría sabido de qué se trataba semejante término.

Toda conquista a lo largo de la historia, incluso la de Siria y Ucrania del siglo 21, ha implicado siempre el uso de una violencia vil y repugnante contra la población civil, con frecuencia hacia víctimas elegidas especialmente por su etnia.

Colón no llevó a cabo una expedición científica con un picnic como broche de oro. Estaba a cargo de una empresa dirigida a obtener acceso a productos asiáticos para comercializarlas en Europa. Tenía inversores a quienes reembolsar porque, contrario a la leyenda, los Reyes Católicos no financiaron la empresa, sino que fue un consorcio encabezado por dos judíos conversos como Colón: Luis de Santángel, canciller de la casa real de España, y Gabriel Sánchez, tesorero de Aragón.

De hecho, al realizar mi pesquisa para esta entrada, hallé una explicación un tanto fantástica que añade un punto de vista adicional a las propagandas y leyendas existentes. Fue publicada el 14 de octubre de 2013 en un blog de The Times of Israel por Simja Jacobovici, director de cine y periodista canadiense-israelí.

Jacobovici señala que Colón partió del puerto de Palos el 3 de agosto de 1492, fecha que para el autor es el noveno día del mes judío de Av, “el día más triste del calendario judío, en el que tanto el Primer y Segundo Templo en Jerusalén fueron destruidos”.

Curiosamente, también fue el día en el que todos los judios de España tendrían que haberse convertido al cristianismo o irse; y junto a las naves de Colón había una verdadera flotilla que transportaba judíos emigrantes. Y además de Torres, por lo menos cuatro tripulantes más eran judíos.

Y ahí deja caer la bomba Jacobovici:
¿Por qué pensó Colón que debía tener un altavoz hebreo con él en un viaje al Nuevo Mundo? Según [el caza-Nazis] Simon Wiesenthal, en su libro Velas de Esperanza, Colón no fue en busca de la India. Más bien, su misión secreta era encontrar las tribus perdidas de Israel.
No importa si esta afirmación es certera, o no. Hay evidencia de que el retraso de la expedición en las Islas Canarias tuvo que algo ver con negociaciones con las autoridades españolas respecto a la participación de judíos en el viaje, aparte del amorío del Gran Navegante con una viuda cuya casa en Las Palmas sigue en pie (y a la cual visité).

Buscara lo que buscara, Colón halló, por puro accidente, otra cosa.

No existía un protocolo establecido por la humanidad sobre qué hacer al encontrar tierras que uno ni sabía que existían, y encima habitadas por pueblos con tecnología de guerra muy inferior a la de uno. El ejemplo a seguir, desde la historia más antigua, ofrecía un mandato claro: conquistarlos.

lunes, 4 de julio de 2016

viernes, 17 de junio de 2016

El Conventillo de la Argentina

Saltan a la vista de este observador dos hechos obvios a partir de la revelación de millones kirchneristas escondidos en un convento.

Primero, que la política mediática del Presidente Mauricio Macri es muy similar a la que fue la de la Presidenta Cristina Kirchner. Basta con ver el siguiente gráfico que ha ido circulando en los medios sociales.


Nótese el membrete "Cadena nacional Clarín", lo que esencialmente establece una equivalencia entre los discursos un tanto aburridos y de Doña Cristina, en una "cadena" que acaparaba todos los medios de radio y teledifusión para enviar el mensaje del peronismo kirchnerista.

Macri y los macristas son más vivos. Mantienen una distancia entre si mismos y las megacorporaciones mediáticas que se consideran aliadas. Y dejan que el medio transmita el mensaje de la manera más entretenida, como saben hacerlo los que viven de eso. Mucho más efectivo, especialmente para los que no desean hacer análisis crítico (que es la mayoría), que una charla llena de bernardinas de una morocha.

Es más, le agradecen no cortarles las telenovelas.

Segundo, se encubre lo que realmente sucede en el país. Otro cartelito.

He pedido a quienes pusieron esto que provean las fuentes. Pero si son fidedignas, son problemas serios. Las cifras revelan un revertir de lo que con cierta exageración y hasta la hartancia (el pecado mediático Cristinista) se llamó la "década ganada".

Claro, Cristina cometió el error de desquiciar al INDEC de tal forma que ya ni se puede fiar de cifras oficiales cuando podrían ser usadas para criticar a Macri.

Y vuelvo a insistir que, aún si Cristina se hubiese robado lo suficiente para empapelar todas las casas de Buenos Aires con billetes de $100 dólares, la incidencia en la economía sería ínfima.

Nadie parece entender la diferencia entre el producto bruto interno, que se estima en alrededor de US$540 mil millones (2014), y el gasto público de alrededor US$28 mil millones.

O sea que aún si Cristina se hubiese defalcado todo lo que supuestamente gastó el gobierno, hubiera sido una parte pequeña de la economía nacional. El robo no explica el estado de un baja en el crecimiento del PBI, ni el desempleo, ni el cierre de comercios.

Peor. Macri sigue con su plata en Panamá y Bahamas, sobre la que no paga impuestos. Y su esposa sigue empleando niños para hacer ropa que vende.

Pero la masa que consume "noticias" y abdica el derecho a pensar seguirá con el conventillo del robo y las diversas repeticiones de consignas. Nada ha cambiado.




lunes, 1 de febrero de 2016

Infantilismo Ombliguista en Zambra

Acabo de terminar Formas de Volver a Casa, de Alejandro Zambra, quien escribe acerca de una niñez más o menos acomodada bajo Pinochet y no le hallo la agudeza de Eduardo Sacheri en La Pregunta de sus Ojos sobre la época paralela bajo Videla y compañía.

Y no es cuestión de nacionalidad porque, aunque las dictaduras argentina y chilena fueron distintas, se inspiraron en los mismos lemas y ejercieron el desgobierno con los mismos fines.

Ni es una cuestión de generación: tanto Sacheri como Zambra fueron demasiado chicos para poder apreciar lo que sucedía con ojos de adulto, pero el primero logra llegar al meollo del asunto de soslayo, mientras que Zambra cae en un infantilismo ombliguista.

La idea de Zambra peca de falta de originalidad.

You Can’t Go Home Again, de Thomas Wolfe, es la novela clásica sobre el adulto joven que se enfrenta al problema universal de la niñez y la inocencia perdidas.  En esta, su novela póstuma publicada en 1940, el escritor, enmarca, en su pérdida del Edén en las décadas de 1920 y 30, el auge y quiebra de Wall Street y la respuesta nazi a la crisis del capitalismo.

En Zambra, la realidad social y política es difusa y poco obvia. Al máximo su narrador protagonista cuestiona por qué sus padres no fueron opositores. Es un niño que no comprende, que vive en las tinieblas de lo que los mayores no le cuentan y que, de narrador adulto es, un separado más que va de mujer en mujer sin saber por qué ni cómo y sin realmente amar a nadie más que a su infancia.

Es más, la técnica de Zambra de insertar en medio de su narrativa al novelista es un recurso barato y gastado, de tan escasa originalidad que no hay un ejemplo de la multitud que se destaque como modelo. Para mí es un artificio tecnico que denota el agotamiento de la literatura y del escritor. Ya no tiene nada más que agregar y empieza a hablar de su proceso “creativo”. ¡Por favor!

Zambra me recuerda a un sinfín de chilenos exiliados que conocí en Europa y Estados Unidos esos años, todos supuestamente más socialistas que Allende y mucho más “proletarios” que yo a pesar de sus quehaceres intelectuales. Y a diferencia de los argentinos, entre quienes existían los recelos individualistas y partidarios de siempre, los chilenos actuaban como una Mafia en una variedad de organismos internacionales y de producción intelectual colocando compratriotas en cuanta “pega” apareciese.

Lo de Chile tampoco fue como lo de la Argentina: una vorágine de violencia que desembocó en la barbarie. Pinochet asumió con aplomo el estado de “seguridad nacional”, que el mismísimo Don César Augusto había delineado en un artículo en la publicación castrense Estrategia en 1965.

En Chile se hizo una clásica razzia paramilitar en 1973 y 74; mataron fácilmente unos 3.000 en ese primer golpe brutal. Y de ahí se gobernó a base de un terror inspirado pero poco practicado y sin la larga secuela de decenas de miles de desaparecidos de la Argentina; para los que se resistían, se optó por el exilio interno o externo.

Claro, tanto en Chile como en Argentina, la mayoría de la población no vivió los estragos de los regímenes aparte de la censura, la proscripción política, el cierre de procesos legislativos y el temor constante a decir cosas airadas en voz alta.

Aún cuando sea probable que hayan secuestrado, torturado y muerto secretamente en la Argentina a unos 30.000 de entre una población de 26 millones, esto no representa a más del 0,1% de la población, la mayor parte concentrados en la juventud militante de clase media.

Como puntos de comparación se pueden ofrecer los 6 millones asesinados sistemáticamente en 1933-45 por el régimen de Hitler frente a los 80 millones de habitantes de Alemania en 1940, un 6,25% de la población, o de los 168 millones de soviéticos en la misma época dentro de las fronteras de 1939, los 24 millones de muertos en la Segunda Guerra Mundial, un 14,24% de habitantes.

Que haya muerto uno, que haya perecido la democracia son ambos hechos trágicos. Pero merecen novelas mejores que la de Zambra, que ni siquiera llega a ser una masturbación mental, sino que es una queja plagiada de quien no tiene qué decir.