viernes, 25 de agosto de 2006

Al Escribir la Necrología Propia

En el retiro anual requerido de los jesuitas, Ignacio de Loyola propuso que la primera semana se dedicara a la contemplación de las consecuencias del pecado, incluso aquellas después de muerte. Vino esto a la mente esta mañana al comenzar a escribir mi propia nota necrológica.

Lo primero que le llamará la atención al lector, si lo intenta, es que uno no sabe cuándo sucederá. No se puede poner a que edad moriste, o donde, o cual fue la causa de la defunción.

¿Morirás a los 59 como tu padre, o los 90 como tu abuelo? ¿Estarás en tus sueños o estará tu cuerpo atado a una docena de máquinas en un recinto antiséptico? ¿Estarás cerca del vecindario familiar donde pasaste la mayor parte de tu vida, o aún quizás donde creciste para arriba, o sucederá lejos?

La segunda incógnita, especialmente para aquellos muy famosos a la hora de comer, es en qué te habrás destacado.

¿Te conocerán por el trabajo que llevaste a cabo por 20 años? ¿Por alguna frase tonta que ni recuerdes? ¿Y si no has hecho tu gran obra todavía? ¿Descubrirás algo, conquistrás alguna cima de montaña, alcanzarás a agregar algo al conocimiento o a la experiencia colectiva de la humanidad?

Son preguntas graves para quien ha pasado la mejor parte de tres décadas escribiendo en estilo de la pirámide invertida: se presentan los hechos más importantes y básicos al principio y luego los detalles. Es el estilo clásico del periodismo.

Pero ¿qué pase si no sabemos cuál es el hecho más importante? Sin gancho, la crónica se nos derrumba.

Si entre hoy y el día en que mueras lográs curar el cáncer, logro sobre el que no tengo la menor pista, cualquier obituario que bosquejes hoy es inútil. Claro, si uno logra curar el cáncer, todos los periódicos del mundo pagarán los mejores prosistas para que escriban tus loas a la hora de tu muerte.

Para la perspectiva más probable, sin embargo, queda la misión imposible de escribir la necrología propia. En el mejor de los casos uno puede bosquejarlo y sugerir los hechos agregará otro.

A esta altura es que surge otra idea. Con tal que no estés postrado en cama (aunque Robert Louis Stevenson escribió Secuestrado! en cama), sigue siendo posible realizar el hecho u hechos que quisieras ver en tu obituario.

De mi parte, diría que dudo que llegaré a presidente de los Estados Unidos (aunque, tómese nota, he llegado a presidente -- de empresa -- en los Estados Unidos). En cuanto a la curación del cáncer o las medallas olímpicas, lo veo más turbio aún.

A mi edad, es más probable que haya hecho y alcanzado todo lo notable que alcanzaré.

No es exactamente cierto que haya alcanzado el punto medio cronológico de mi vida. La persona más vieja que pude encrontrar es María Capovilla, del Ecuador, nacida el 14 de septiembre de 1889, lo que significa que hoy tiene 116 años. Me quedan unos añitos hasta el punto medio de esa vida.

De todos modos, la probabilidades van en contra mía: las mujeres viven más años que los hombres.

Y en todo caso, no puedo imaginarme que tendré la capacidad de escribir una gran novela en los próximos 20 años, especialmente siendo que no la he tenido en los 20 años pasados, que fueron mucho más vitales.

Al lector más joven, una advertencia: este juego de la vida se juega más rápido de lo que uno piensa.

Lo que nos queda por alterar posiblemente es nuestra necrológica privada. Me refiero al obituario escrito en los corazones de los que nos han conocido.

Algunos (¿cuántos?) no estarán de luto cuando yo muera, sino que se regocijarán. Otros se asombrarán que no había muerto ya. Muchos nunca descubrirán que he muerto. Quedaré solo en la memoria de los que me han tenido que aguntar, como pueden ser mis hijos.

¿Qué dirá la nota necrológica en sus corazones?

martes, 8 de agosto de 2006

Una lección de Hezbollah

Un artículo fascinante en la portada del New York Times del domingo reciente vale el precio bíblico “más allá de rubíes.” Me refiriero al de la corresponsal Sabrina Tavernise que nos cuenta que el Hezbollah “por años ha proporcionado servicios esenciales a los shiitas pobres del Líbano, insertándose en sus vidas.”

La nota de Tavernise, titulada “Caridad gana lealtad profunda para Hezbollah,” comienza con la historia de un sereno que cuenta que el grupo militante de shíita, cuyo nombre en árabe significa El Partido del Dios, pagó el parto con cesárea de su esposa y una operación en su nariz quebrada, y además trajo alimentos a su hogar cuando él perdió su trabajo. Lentamente el lector se da cuenta de las ventajas que le ha significado a la comunidad shíita la generosidad de Hezbollah.

Me hace acordar de los programas del desayuno para los niños pobres auspiciados por los Panteras Negras en Oakland, California. O las comidas libres comunales en la ciudad de Assisi organizada una vez por el Partido Comunista en la Italia muerta de hambre de la posguerra.

Uno se pregunta porqué Israel, teniendo una economía cuyo producto interno bruto anual, de $154 mil millones según el CIA Factbook, ocupa el 54-to lugar (de entre 233 países), en comparación con el Líbano con la 108-va economía del mundo (GDP de la publicación anual $23.6 mil millones), no podría intentar la misma cosa.

No es que las operaciones militares de los E.E.U.U. en Afganistán, Iraq y otras partes contra militantes musulmanes hayan tenido aciertos rimbombantes. Ni es que el bombardeo por parte de Israel a civiles en el Líbano haya ganado a Eretz Israel el premio a la fraternidad del año. Absolutamente lo contrario en ambos casos.

Llegamos al moment en el que los consejos de las antiguas religiones resulta ser eminentemente práctico.

En el Nuevo Testamento, Jesús dice que “ Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Mas yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os calumnian y os persiguen.” (Mateo 5:43-44).

Lo anterior podría sugerir que el judaísmo, la religión de Jesús y sus apostles, eran una fe de la venganza, lo que no es verdad. La conocida ley del Talión en Exodo 21: 24 “Ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie” fue, en su época, un avance enorme dado que insitía en el castigo del proporcional al crimen, lo que no era común en la antiguedad. Por otra parte, la Biblia hebrea manda a los creyentes “No te vengarás, ni guardarás rencor” (Lev. 19:18.) y pone en boca de Dios la declaración que “venganza es la mía.” (Deut. 32:35).

Ni es tampoco el Islam, la religión del Osama bin Laden y Hezbollah, una religión de odio y venganza. En tono muy similar al Torah judío, el Quran, en el sura 5:45, dice: “Y ordené esto: Vida por vida, ojo por ojo, nariz por la nariz, oído por oído, diente por diente y heridas iguales por igual. Pero al que abandone la venganza por caridad, será para él una expiación.”

¡Qué diferente podría ser el mundo actual si el 12 de septiembre de 2001, el Presidente Bush hubiera proclamado que los Estados Unidos no responderían a la violencia con violencia, sino desafiarían el Al Qaeda a una competencia de caridad!

Imagine el lector, entonces, a los bombarderos estadounidenses B-52s, B-1s y B-2s regando las áreas más pobres de el Oriente Medio con alimentos y medicinas.

¿Qué habría podido decir Osama? ¿Que rechazaba estos regalos? ¿Que él no participaría en una competición de quién es el más caritativo? ¿Quién en el mundo árabe habría apoyado tal postura?

Imagínese también lo podría haber sucedido si Israel hubiera construido en el Líbano meridional fronterizo escuelas, hospitales y traído alimento para los shíitas, de manera de desafiar al Hezbollah no a una competencia de explosiones pero de generosidad.

Aquí es donde Hezbollah ha dado el ejemplo.