lunes, 30 de junio de 2014

Viene el color (1958-60)

Aunque estamos acostumbrados a pensar de nuestro tiempo en términos de décadas, en términos de conciencia social las décadas no corresponden con los números. Este es el caso en la década de los años 1960, que en Estados Unidos realmente comenzó a fines de 1963. Entre 1958 y 1963 hubo un "giro" de la conciencia social, y en esta entrada en la serie* me aboco a 1958-60.

El toque cosmético significativo de la época fue la introducción de la televisión en color y el famoso Technicolor (marca registrada de nosequién). Se produjo el primer debate presidencial televisado. Comenzaron a producirse autos con aletas extravagantes y empezó a destaparse el rock and roll.

El color de otro tipo entró en prominencia. El país estaba todavía en gran parte segregado por el color de la piel. (Se decía raza, pero como sabemos hoy, la raza es un artefacto social y no biológico.)

En algunos estados (principalmente en el sur) la separación se llevaba a cabo de forma legal y ubicua. Pero en 1954, la Corte Suprema ordenó la desegregación de las escuelas (acabamos de celebrar el aniversario); las fuerzas armadas, hay que señalar, fueron desegregadas en 1946. Hubo una Ley de Derechos Civiles aprobada en 1958 que hizo algunos cambios leves, pero la segregación continuaba.

¿Qué significaba, en términos prácticos separar la gente por el color de su piel? Habían instalaciones separadas en todas partes: habían baños para blancos y baños para negros; restaurantes para uno y otro color; asientos separados en autobuses y tranvías.

Esto no era tan evidente para mí en Nueva York, donde ese tipo de segregación era simplemente poco práctico y, después de todo, estábamos en el Norte. En Nueva York la segregación era mayormente socioeconómica. A los afro-americanos se les mantuvo pobres a través de la discriminación en la educación y el empleo, además de la vivienda.

Vi la segregación tipo apartheid cuando nos mudamos a Washington, que está al sur de la línea Mason-Dixon, la brecha cultural y jurídica que otrora había separado a estados esclavistas y estados libres. En Washington, como en Nueva York, existía la separación socioeconómica. Los blancos vivían en los mejores barrios, con las mejores escuelas y conseguían los mejores puestos.

Pero además vi en los parques que habían fuentes de agua, para beber, marcadas "white" y otras, generalmente más chiquitas y más chuecas, para "colored". Estaban los asientos separados en los ómnibuses (pero, curiosamente, no en los tranvías).

Todos los taxistas, camareros y, en general, personal de servicio, eran negros. La policía era blanca, al igual que los conductores de autobuses.

Fui a escuelas católicas privadas (y a la escuela francesa un año), por lo que no vi niños negros en la escuela. Había un parque de diversiones, Glen Echo, al que me encantaba ir sin percatarme hasta años después, cuando volví después de años de ausencia, que no se les permitía entrar a niños de color.

También vi otro tipo de segregación. En momentos en que las naciones africanas estaban independizándose y comenzaban a enviar sus primeras delegaciones diplomáticas a Washington, un hotel en el que nos hospedamos al principio les negó cuarto.

Recuerdo que mi madre se puso furiosa, más por el insulto a los diplomáticos (a las señoras de la embajada argentina les dio un soponcio semejante descaro) que por el insulto a los africanos por ser negros.

El Windsor Park Hotel que se encuentra ahora en la zona de Kalorama es el edificio anexo que el hotel original adquirió rápidamente para dar cabida a los diplomáticos africanos. El edificio principal se convirtió en eventual la embajada china y sólo este año fue derribado.

A pesar de estos problemas, el movimiento de derechos civiles comenzó a cobrar impulso en esos años y había una sensación de que Estados Unidos estaba dispuesto a convertirse en un país con un corazón más grande. En ese momento entró un joven político que simbolizaba romper otro tipo de perjuicio, John F. Kennedy.


* Esta es la segunda de una breve serie de entregas que intentan esbozar la historia cultural y social contemporánea de Yanquilandia. Pretendo presentar como se sintió el tiempo y el lugar, y solo en segundo plano, la historia cuyo primer borrador apareció en los diarios. Todo esto surge de un intercambio de correspondencia con Francia que pensé podría ser de interés para mis lectores hispanoparlantes.

viernes, 27 de junio de 2014

Se vivía en blanco y negro en 1950-59

Veo la década de los 1950 en Estados Unidos en blanco y negro, como la televisión de entonces. Yo nací allí y entonces y pasé mi infancia en "Nueva York, Argentina", un extraterritorial hasta terminar naturalizándome yanqui muchos años después.

Esta es la primera de una breve serie de entregas que intentan esbozar la historia cultural y social contemporánea de Yanquilandia. Pretendo presentar como se sintió el tiempo y el lugar; y solo en segundo plano aparecerá, como panorama en el horizonte, la historia cuyo primer borrador apareció en los diarios. Surge de un intercambio de correspondencia con Francia que pensé podría ser de interés para mis lectores hispanoparlantes.

Los años 50 del siglo pasado, ya a medio siglo de distancia, forman una época de automóviles de chasis redondeados y adultos que vestían ropas que a menudo parecían un tamaño demasiado grande. La ropa que tenían pocos colores, o no más color que el papel tapiz floral promedio.

En mi entorno, los hombres trabajaban en oficinas. Usaban sombreros, se ponían trajes camisa y corbata, algunos usaban corbatas moño. Fumaban. Una cajetilla de cigarrillos Parliament evoca a mi padre perfectamente.

Las mujeres se quedaban en casa cuidando la casa y los hijos (yo y mis compañeros). La norteamericanas no se maquillaban. Pero todas las mamás, yanqui o extranjera (como la mía), se aseguraban de hacernos creer que el mundo era para los niños.

No lo sabíamos pero éramos parte de un fenómeno demográfico el "baby boom" en los Estados Unidos de 1946 a 1964. Regresaron de la guerra, se casaron, consiguieron becas para ir a la universidad, se mudaron a los suburbios y, sea amor u otra cosa lo que hicieron en sus dormitorios, desparramaron hijos por doquier. Y a nosotros, los "boomers", se nos hizo pensar que todo era posible.

No sé por qué, pero entre los artefactos que preservé de aquella época está mi "libro de cabecera", The Golden History of the World por Jane Werner Watson y Cornelius De Witt (publicado en 1955), que se subtitulaba "Una Introducción Infantil a la Antigüedad y el Mundo Moderno". Golden era una serie de libros infantiles.

El último capítulo "Nuestro Mundo Hoy, 1950 -" comienza así:

"Este es un mundo apasionante para crecer. En nuestro tiempo la magia de los cuentos de hadas se ha hecho realidad. Podemos volar por los aires lo más cómodamente sentados casa. Podemos dar vuelta al mundo en el tiempo que tomaba en otra época ir de París a Londres o Boston a Nueva York. Se pueden hacer compras en India, Sudáfrica o Japón y pagar por los bienes mediante la firma de nuestro nombre en una hoja de papel que hemos traído. Y en las tiendas de nuestros propios pueblos se traen mercancías para nosotros desde todos los países del mundo".

Es en definitiva un mundo en el que el niño lector (y lo habré leído cientos de veces) puede pensar que, si hubieron faraones y napoleones, y guerras y miserias y de todo en el pasado ... pero de acá en más, conmigo, comienza una nueva historia llena de maravillas.

Y en aquél Nueva York limpito y ordenado, el New York de los primeros cuentos de John Cheever, era posible pensar así aún siendo adulto. O así lo entendí.

Era una época féliz de un presidente, Eisenhower, que tenía cara de bebé, que no inspiraba mucho, pero no ofendía tampoco.

Había discordancias, por supuesto.

En Estados Unidos, estaban los poetas beat, Allen Ginsburg, a quien conoció mi padre en un bar bohemio de Greenwich Village. Eran barbudos que decían cosas raras, incomprensibles para uin niño como para la mayoría de la gente común.

Estaban asimismo los precursores de la revolución musical de los 1960. Elvis estalló entonces, al igual que los rockeros originales, Chuck Berry, Bill Haley y los Cometas, etc. Yo solo conocía la música clásica que tanto mis padres escuchaban. O la música popular de variedad, Frank Sinatra, Dinah Shore y Perry Como.

Y también pienso en esos tiempos como la época de la Guerra Fría. No había nada más temible que un comunista. Una vez, en el jardín de infantes, en tren de hablar de los diversos empleos que hay, la monjita nos preguntó "¿Qué hacen sus papas?" Dije "comunista" y llamaron a mi madre, quien explicó que yo había querido decir "economista".

Habrían muchas otras cosas en esa época infantil en los Estados Unidos, pero de ellas no me percaté.

jueves, 19 de junio de 2014

El Golazo Financiero contra la Argentina No es el Fin del Partido

La decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos de dejar en pie una decisión judicial que requiere que Argentina pague US$1,3 mil millones a acreedores es un excelente ejemplo de lo que divide el "acá" y "allá" de este blog.

Para Argentina, y argentinos que conozco, es un desastre que causa ansiedad. Para estadounidenses, la mayoría de los cuales ni se han percibido del hecho, los que están al tanto se rascan la cabeza: ¿de qué se quejan los argentinos: no pidieron la plata?

El Fondo Monetario Internacional ha tomado una postura de preocupación por las posibles repercusiones mucho más allá de la república del Cono Sur. Además, no se necesita ser gran teólogo para saber que desde el punto de vista del papa argentino, es una injusticia.

Y lo es. La deuda argentina fue mal contraída. Peor, los que sufrirán las consecuencias serán los niños sin merienda en la escuela, sus maestros y de otras maneras los más necesitados, gente que nunca obtuvo el menor beneficio de los préstamos.

Acordarse que esto se arrastra no del 2001, año en el que el peso argentino vertiginosamente perdió 2/3 de su valor de un día al otro, sino de mucho antes. Viene de gobiernos militares de pésimos antecedentes que embargaron al país para compras inútiles de pertrechos (y sin duda para financiar sus jubilaciones) y de por los menos un gobierno civil posterior (el de Carlos Menem), que esencialmente llevó a cabo una estafa monetaria, la famosa paridad con el dólar.

Y para complicar las cosas, tampoco es justo en el Primer Mundo. Estos consorcios de inversión no son solo millonarios (digo, billonarios), los famosos viejos gordos de galera y cigarros. Estos fondos se venden libremente al ciudadano común de clase media que tiene algún ahorrito para la vejez o la enfermedad. Este señor, o señora, tampoco tuvo nada que ver con el despilfarro de gobiernos argentinos.

Es más, la Corte Suprema no dictaminó contra la Argentina. Sencillamente se negó, sin explicación como es común en la mayoría de semejantes peticiones, a considerar el tema. Y, realmente, no veo que haya una cuestión de controversia legal. Los bonos se gestaron según las leyes vigentes y no se cuestiona su constitucionalidad, que es lo que le corresponde juzgar a la corte máxima.

Además, los jueces de la corte son inamovibles a menos que se les impute ilegalidades graves y sus decisiones no las pueden modificar ni el Presidente Obama, ni el Congreso. No existe un mecanismo de presión política al poder judicial en Estados Unidos. Solo existe un nexo político lejano entre un juez supremo y los poderes políticos; y ese nexo se rompe el día que el juez toma juramento hasta el día que muere o se retira de sus funciones.

Para cambiar las decisiones de la corte, hay que esperar a que se mueran los jueces y designar otros con otra filosofía.

O sea que no es una "trampa de los yanquis". Ni un gol de una selección extranjera.

Es, sin duda, la consecuencia de una triste historia, muy conocida en América Latina. Los dirigentes nacionales han sido pésimos, han habido demasiadas dictaduras y hasta las democracias han sido poco democráticas. Y ¿quién tiene la culpa? En gran parte los ciudadanos mismos.

Hay pocos países que históricamente han podido zafarse de sus deudas como lo intentó Argentina bajo los presidentes Nestor y Cristina Kirchner. Lo está intentando Grecia hoy día (usando el "modelo" argentino, que para algunos es mal ejemplo).

Cuando alguien no paga una deuda, se le considera mal deudor y el costo de pedir prestado sube porque el riesgo es más alto. Todos los préstamos son así desde que la Iglesia abandonó la tradicional condena a la usura, hecho que coincidió con el auge de la banca italiana en el renacimiento (y de la necesidad eclesiástica de dinero para obras faraónicas como la Basílica de San Pedro en Roma).

La gran excepción histórica fue Rusia. En 1917, Lenin reusó pagar la deuda pública externa (también la interna, pero eso es otra cosa), aduciendo que era la deuda de los zares y no del pueblo. Y le cayó una intervención militar de Inglaterra, Estados Unidos y otros países acreedores de 1918 a 1920.

Claro, aunque ganó militarmente, la Unión Soviética fue un paria económico hasta la caída del Partido Comunista. El rublo dejó de ser moneda convertible y Rusia no pudo comprar nada en el exterior que no fuera en divisa fuerte obtenida a través de exportaciones. La URSS tenía, eso si, un vasto caudal de recursos internos y de ellos se valió para sobrevivir.

Es, en parte, en preparación para la eventualidad de semejante aislamiento que los gobiernos de los Kirchner han restringido y controlado el intercambio monetario y de comercio de manera que parece, al que no considera el problema, alocada. Al igual que Rusia, la Argentina es uno de los pocos países del mundo que puede, físicamente, autoabastecerse.

No es alocado pensar que, cerradas las puertas a la financiación, Argentina deberá valerse de su fuero interno para sobrevivir.

Pero claro, para el FMI, que debe velar por la deuda de todos, esta coyuntura es un desastre global en potencia. El tinglado internacional depende de un grado de cooperación entre todos, ricos y pobres, acreedores y deudores.

En definitiva, los seres humanos no somos independientes y autárquicos. Nacemos (el mejor de los casos) gracias al amor entre nuestros padres o el instinto, pero no por nuestra cuenta. Sobrevivimos los primeros 10 años gracias a alguien que nos alimenta, viste y da cobijo.

Las sociedades humanas guardan una cierta semejanza a los individuos. Todos dependemos el uno del otro. El dueño de fábrica de sus trabajadores y vice versa. El que vende del que compra. El que es profesional de los que no conocen su especialidad.

Y las sociedades, una de otra. El café colombiano, las bananas brasileñas, la carne argentina, el té de Sri Lanka, el cobre chileno, el petróleo venezolano. Y la variedad cultural que nos enriquece a todos: ¿qué leeríamos sin Tolstoy, Mafoud, Cortázar o Naipaul? ¿qué escucharíamos sin Beethoven o Menujín?

En definitiva, este es uno de esos momentos en que hay que ponerse el gorro de acá y la camiseta de allá y acordarnos que somos todos humanos.Y, de hecho, estimo que eso es lo que harán todos los que tienen poder de persuasión en este asunto. Sino perdemos todos.