lunes, 1 de septiembre de 2014

De cómo hoy es feriado en Estados Unidos por el Día del Trabajo (Labor Day) y no el 1o. de Mayo

El sitio del Departmento del Trabajo estadounidense omite el orígen  ideológico y antisocialista de la fecha escogida para el Día del Trabajo como día festivo federal que se celebra el primer lunes de septiembre con el nombre de Labor Day. Hoy.

Al igual que el Día del Trabajo que en Europa y Sudamérica se celebra en mayo, la efeméride en el coloso del norte conmemora la Masacre de Haymarket, que ocurrió el 4 de mayo de 1886, en Chicago.

El incidente se dió durante una manifestación pacífica convocada a un parque de Chicago llamado Haymarket en reclamo de la jornada laboral de ocho horas, hoy práctica casi universal. Los trabajadores eran en su mayoría inmigrantes alemanes y del entonces Reino de Bohemia (hoy República Checa).

Un desconocido — se cree que fue un agente provocador que lo hizo para dar a la policía la excusa para reprimir — lanzó una bomba de dinamita a la policía, que actuó enérgicamente para dispersar la reunión. Entre la bomba y disparos que siguieron resultaron muertos siete policías y al menos cuatro civiles, con decenas de personas heridas.

A menos que se piense que estos eran rebeldes sin causa, considérese que por su labor se les pagaba US$1.50 por día. En dólares de 2014, sería US$37.50 por día, o sea US$11,700 por año (o US$975 por mes); dicho ingreso anual es apenas US$300 en exceso del nivel de pobreza en EE.UU. para un hogar con 1 persona. Y la semana laboral, que entonces incluía el sábado, consistía de 60 horas de trabajo.

En résumen, protestaban el trabajo de 10 horas al día por sumas que no daban para mantener una familia. Y además, salieron a la calle en reacción a la tragedia de varios trabajadores muertos por la policía el día anterior.

La protesta tenía antecedentes.

En octubre de 1884, una convención celebrada por la Federación de Trabajadores Organizados y Sindicatos fijó unánimemente el 1o. de mayo 1886, como fecha meta para la adopción de la jornada de trabajo de ocho horas. Al acercarse la fecha elegida sin medidas normativas por parte del gobierno, los sindicatos prepararon una huelga general.

El sábado 1 de mayo de 1886, miles de trabajadores se plegaron a la huelga en ciudades importantes como Nueva York y Detroit, al grito de "Eight-hour day, with no cut in pay". ("Ocho horas al día, sin menos paga"; nótese en inglés la rima entre "day" y "pay," lo que hace la frase idónea para corear por la calle). Se estima que entre 300.000 y medio millón de trabajadores participaron.

Tras el disturbio en Chicago tres días más tarde, en el Congreso numerosos legisladores anunciaron la necesidad de comemorar el Día del Trabajo. La mayoría de las organizaciones laborales, muchas afiliadas a la Primera Internacional, preferían el 1o. de mayo, para conmemorar el inicio en 1886 de una huelga reivindicativa que había llevado a la Masacre de Haymarket.

El Presidente Grover Cleveland creyó que el feriado del 1 de mayo sería ocasión de desórdenes y además reforzaría el movimiento socialista. El gordinflón Cleveland pertenecía al ala pro-industrial del Partido Demócrata, apodados en la época "Demócratas Borbones".

La fecha alternativa tiene su origen en un desfile celebrado el 5 de septiembre de 1882 en Nueva York por la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo (Knights of Labor), sindicato anti-socialista de inspiración católica. En 1884 se realizó nuevamente y los Knights of Labor quedaron en hacerlo anualmente el primer lunes de septiembre; los KOF apoyoran su fecha para el día feriado nacional. En 1887 Cleveland dio su apoyo a la posición de los Knights y su fecha.

Hubieron dos secuelas.

Primero, la presión popular en pro de la jornada de ocho horas continuó. En la convención de 1888 de la re-denominada Federación Americana del Trabajo (American Federation of Labor), el mismo sindicato que había protestado en 1886, se decidió hacer otra campaña y acordó el 1o. de mayo 1890, para otra huega general.

Asociación Internacional de Trabajadores (o Segunda Internacional), reunida en París en 1889, hizo suya la fecha para manifestaciones internacionales, comenzando así la tradición internacional del Primero de Mayo.

Pero la lucha fue larga. La jornada de ocho horas en EE.UU. fue ganada primero por el sindicato de mineros en 1898. Los trabajadores de construcción en San Francisco la obtuvieron en 1900, los typógrafos en 1905 y en 1914 la Compañía Ford dobló la paga a US$5 por día y redujo el día laboral de nueve a ocho horas.

No fue hasta 1916 que el gobierno federal estableció la jornada de ocho horas como norma nacional.

Segundo, tras la masacre se acusó a ocho trabajadores anarquistas de conspirar en fomentar la violencia. Cinco fueron condenados a muerte (uno de ellos se suicidó antes de ser ejecutado) y tres fueron condenados a penas de cárcel. El movimiento obrero los denominó los Mártires de Chicago.

El juicio, que duró hasta 1893, fue universalmente calificado de ilegítimo y deliberadamente malintencionado. El nuevo gobernador de Illinois, John Peter Altgeld, indultó a los acusados y se unió a la crítica de los sucedido en las cortes.

Altgeld, uno de los fundadores del ala progresista del Partido Demócrata, pudo haber sido candidato a presidente si no hubiera nacido conciudadano de los inmigrantes alemanes que lucharon por sus derechos en Haymarket.

sábado, 23 de agosto de 2014

Volver

"Volver... con la frente marchita, Las nieves del tiempo platearon mi sien..." No soy tanguero, pero hay letras que lo dicen todo y esta, al regresar de un viaje a Sudamérica (y cibernéticamente reencontrarme con antiguos compañeros de colegio ante la emergencia de uno), me sienta como apropiada.

Pero no, no ansío volver. Es solo encontrarse en la paradoja que propusiera en los años 1930 el escritor Thomas Wolfe (distinto al Tom Wolfe moderno) en su novela You Can't Go Home Again, que es, en definitiva, una versión del rechazo de Jesús en su Nazareth de la niñez. No podemos volver "allá". O como cantaban después de la Primera Guerra Mundial acá de los veteranos: "como haremos para que vuelvan a la granja después de ver París".

Ese sentir agridulce de estar entre el acá y el allá surge cuando alguna nostalgia nos tira a una realidad que de alguna manera no nos sirvió o acogió lo suficiente para retenernos.

Volví, en este caso a São Paulo donde tengo parentela (tengo en muchos países), con una breve parada en Bogotá. Volví, además, una vez ya con pie en la tierra firme de Yanquilandia, al oir de un patatús temporario (dar gracias al dios que el lector prefiera) de un ex-compañero de colegio.

Pero a veces, esa distancia cotidiana nos hacer ver las diferencias en el tiempo.

Bogotá, por ejemplo, ya no tiene esas jaurías de niños callejeros dedicados a mendigar o hacer comercio ambulante. O los enconden bien del turista rápido. Se ven, eso si, algunos viejos roñosos, obviamente muy pobres. ¿Serán los niños de antaño hechos viejos en la perenne marginalidad? Al menos sus descendientes no figuran en lo mismo.

São Paulo siempre fue una ciudad pujante y comercial. Me asombró que su neoyorquización (todas las ciudades latinoamericanas aspiran, a mi manera de ver tontamente, a tener los rascacielos Nueva York) no es absurdamente funcional. En lugar de los bloques cuadrados, estériles y altos, los paulistas se han preocupado de construir objetos de arte moderno.

Claro, estar en el país de Oscar Niemeyer les da un cierto incentivo de evitar el modernizar por modernizar sin ton ni son. Pero declaro: los edificios modernos paulistas tienen una gracia que no se ve en las grandes ciudades del Primer Mundo. ¡De veras!

Si bien el consenso entre aquellos con quienes conversé es que el milagro económico de Lula se está desvaneciendo (y que el empeño de Dilma en construir estadios para la Copa Mundial de Fútbol ha sido un derroche inexcusable), conste que en Brasil la pobreza descendió del 22% en 2002 al 9% en el 2012. Como punto de comparación, en Estados Unidos la tasa es del 15%, jamás habiendo descendido a menos del 11%.

Esos descensos rápidos se desaceleran. Es como hacer dieta.

No obstante, claro, persiste esa pobreza Tercer Mundo que se basa en una infrastructura deficiente o desmedidamente desigual. Hay gente que en el siglo XXI siguen sin electricidad, agua corriente y potable, y viviendas sólidas. Ni hablar de los problemas sociales más tipo Primer Mundo, como los son la educación, el trabajo y la oportunidad para mejorarse.

Y está el otro volver.

Me llegan mensajes electrónicos masivos de mi "camada" colegial en torno a una internación grave de un excompañero y veo de vuelta nombres que jamás habían cursado en mi correo electrónico. Gente cuyos nombres evocan una variedad de experiencias juveniles.

Otros nombres que, como pasa, rinden cero ("¿Este fulano cursó el colegio conmigo?").

Y el hecho que a cierta edad, comienzan a diezmar los números. Murieron cinco de mis cincuenta y pico excompañeros. Cualquier día de estos, figuraré yo en el parte.

No somos íntimos de la vida, excepto los dos o tres que mantuvimos amistad a través de los años. A por lo menos uno no lo quiero ver ni en retraro. Pero, para mal o para bien, somos parte del entorno de nuestra juventud.

En mi caso son hombres (fui a un colegio de varones, donde la existencia de seres llamadas "chicas" era mayormente teórica) inteligentes, pujantes que se las han arreglado para salir a flote a pesar de todo lo que le ha pasado a la Repú ... blica Argentina desde 1968.

(Si, ya sé, algunos lectores no estaban en el mundo, ni en potencia. Se perdona.)

Se me ocurre que muchas de mis inquietudes tendrán eco en las suyas. Los valores que nos inculcaron fueron los mismos. Los puntos de referencia intelectuales son, en lo fundamental, los mismos.

Y habremos tenido todos fracasos semejantes. No se puede llegar a cierta edad sin fracasar; y sin fracasos no hay exitos. Hubiera querido decir que mis excompañeros y yo hicimos del mundo algo mejor, como esperábamos. Pero no.

Todo lo anterior hace del volver esa paradoja deseable e indeseable a la vez.

lunes, 4 de agosto de 2014

Plataforma para mi presidencia argentina

Conversando en la Internet con una amiga de la juventud caí en lo que esencialmente es una plataforma para gobernar la Argentina, bajo el supuesto que los ingratos ingobernables que la habitan me elijan. Agua va:

Se me ha planteado que el problema de la Argentina son la Iglesia, los sindicatos, los partidos políticos, los militares, las empresas y la ciudadanía. Es un comienzo.

A mi parecer, la Iglesia ha cortado y pinchado mucho menos de lo que se cree popularmente. Podría haber enseñado y ejemplificado los valores cristianos mejor, especialmente a los argentinos pudientes, pero la Iglesia son todos, no solo los curas. Y no es competencia del gobierno de una democracia pluralista ni dictar, ni subsidiar tampoco (aunque son muy pequeños los subsidios reales) a ninguna religión.

Los sindicatos habrían que reformarlos y desligarlos de partidos políticos. Inclusive, sus fondos debieran ser fiscalizados como lo deben ser todas las empresas, ya sean con fines de ganancia o no. Pero el derecho de asociación laboral es reconocido internacionalmente.

A las fuerzas armadas habrían que abolirlas. En una era de armas nucleares, los militares de juguete de la Argentina son ridículos. De todos modos, no han servido para más que para obstaculizar el orden constitucional desde 1930. Argentina no tiene vocación de guerra, y menos mal. No necesita fuerzas armadas.

Los partidos políticos son más problemáticos.

Desde 1946 hay un efectivo monopolio de la mayoría por parte de un partido. En mi modesta opinión, Nestor Kirchner intentó lo que yo siempre abogaba se hiciera con los peronistas: convertirlos en algo semejante al Partido Laborista inglés, que es un partido responsable (y, francamente, el que ha gobernado Gran Bretaña mejor desde 1945).

Habría que volver a intentarlo con otro dirigente, comenzándose con una purga del peronismo de pies a cabeza. Habría que destituir a todo oportunista, menemista, kirchnerista y fascistoide con antecedente de participación gubernamental; quizás debería contratarse a algún partido de la izquierda quijotesca e independiente para llevar a cabo la limpieza (sin violencia alguna).

Se necesita, también, una oposición efectiva y no truculenta. Los radicales fueron descabezados en 1930 y nunca se repusieron. La vieja UCRI parecía proponer un camino distinto, pero la descabezaron los militares (otra vez). La clase media necesita la voz que representaban los radicales, de Saenz Peña a Yrigoyen. Y tiene que ser una voz que sea sagaz. Requiérese una asamblea de egresados universitarios de medianos ingresos y buena reputación profesional, para formular una plataforma para un nuevo partido cívico centrista.

Hay que liquidar retóricamente con el gorilaje apartidario, las caceroleras de Barrio Norte, que representan un grupito esencialmente apátrida, cuyos intereses de poder ir a Punta (no sé si se estilará todavía) y a Paris no coinciden con el genuino patriotismo. Para ello, se propone establecer un partido conservador que presente a las claras la visión de la clase más privilegiada en el mercado abierto de ideas.

El comercio y las empresas deben estar regidas por leyes destinadas al bien común. Muchas tienen un peso político desmedido a pesar de no tener derechos de ciudadano; esto es especialmente notable cuando sus casas matrices están en países poderosos y los embajadores de esos países se creen representantes de las empresas y no de sus pueblos. Opino que el reemplazo de la inversión externa por inversión interna y la sustición de importaciones serían grandes pasos.

Y eso si: hay que insistir que el patriotismo no tiene nada que ver con escarapelas y marchitas militares, sino con la honestidad y el trabajo, el respeto y la consideración hacia las opiniones ajenas y la voluntad de ver que no hayan más habitantes del país que vivan en la miseria.

¿Me votan?

viernes, 1 de agosto de 2014

El Amanecer Reaganiano (1981-1992)

La derrota y el abandono decisivo de los valores del gran movimiento pro paz, derechos civiles y liberalización sexual de los años 1960 y 1970 sucedió en torno a la elección presidencial en 1980 de Ronald Reagan, en un movimiento semejante al de Margaret Thatcher en 1979, elección que ví de cerca el tiempo que viví en Londres.

Al igual que Thatcher sacudió a los laboristas, Reagan fue un golpe inesperado para los "liberals" de centro o centroizquierda en Estados Unidos. Cuando los republicanos nombraon candidato a Reagan, yo estaba convencido de que habían asegurado la reelección de Carter.

Por lo general, los presidentes estadounidenses, elegidos por cuatro años, son reelegidos y cumplen un mandato de ocho años. Hasta Carter, sólo nueve de los 37 presidentes anteriores, habían estado en el poder menos un solo mandato de cuatro años. Uno de ellos fue el predecesor de Carter, Gerald Ford, que fue designado por Nixon y no elegido. Antes de Ford, estaba Herbert Hoover, que no logró ser reelegido en 1932, pero eso en medio de la Gran Depresión, de la cual se culpó (con cierta razón) a su partido.

Nada ni remotamente parecido a la Depresión había sucedido bajo Carter. ¿Por qué se terminó negándosele un segundo mandato y se le dio la Casa Blanca a un actor mediocre que había gobernado California medianamente?

En parte, se puede atribuir la victoria de Reagan a una táctica que Lyndon Johnson predijo a sus íntimos cuando firmó la Ley de Derechos Civiles. "Les hemos entregado el Sur a los republicanos", dijo Johnson. Y en efecto, los republicanos adoptaron lo que llegó a denominarse "la estrategia sureña", la táctica de aprovechar el resentimiento de los blancos del sur por los avances de los afro-americanos.

Pero también podría llamarse la venganza de Goldwater. Sólo más tarde, cuando estudié los curriculums de la gente reaganiana clave, se me hizo evidente que, de la paliza electoral a Barry Goldwater en 1964 había quedado toda una falange de personas de más o menos mi generación que se convirtieron en agentes políticos republicanos. Por lo bajo establecieron un movimiento neo-conservador con el apoyo de una red de ejecutivos y millonarios (hoy diríamos billonarios), todo dedicado esencialmente a revertir las reformas.

Hay que entender que los neoconservadores republicanos se desplegaron desde un principio en dos alas significativas. Unos deseaban revertir los cambios sociales en cuanto a la moralidad sexual (la legalización del aborto, por ejemplo), el lugar de la mujer y, de soslayo (todavía no se animan a decirlo en voz alta), el asunto racial. Estos son los conservadores sociales. Otros deseaban revertir la sociedad civil a lo que era antes de 1932, cuando no había asistencia económica pública alguna, ni muchos trabajadores en sindicatos, la especulación bursátil y bancaria estaba libre de controles legales y los impuestos eran bajísimos. Estos son los conservadores económicos.

Este movimiento cortejó a los fundamentalistas cristianos desencantados con Carter. También contaron con católicos conservadores que veían como "herejías" tanto al "espíritu" del Segundo Concilio Vaticano como al rechazo masivo de la prohibición papal de la píldora anticonceptiva; aspiraban a un regreso a la "ortodoxia" social de los 1950 (sin recordar la discriminación hacia los católicos de aquella época).

Habían votantes que provenian de algunos sectores militares que, apesar de la tradición castrense de neutralidad partidaria absoluta, se sentían traicionado por políticos demócratas durante y después de Vietnam. Y a estos se añadieron los trabajadores industriales blancos y "ethnics" (blancos no-anglosajones), resentidos de perder su preeminencia laboral y económica ante afroamericanos y las mujeres. En conjunto estos eran los que el vicepresidente de Nixon, Spiro Agnew, había denominado "la mayoría silenciosa".

De ahí vino lo que en el momento se llamó la Revolución de Reagan, que fue en realidad una reacción termidoriana.

Los partidarios de Reagan fueron propagandístas muy efectivos. Transformaron una victoria electoral del 50,8% de los votos para Reagan en un "terremoto político". Usaron los votos del colegio electoral, que otorga todos los electores de un estado al candidato que obtiene la mayoría en el estado, para alegar que Reagan "ganó" 44 estados. Se las arreglaron también para conseguir que un hombre ya mayor que al máximo sabía leer un guión se convirtiera en "el gran comunicador".

No voy a recitar toda la presidencia de Reagan, pero resumiendo diría que Reagan intentó, y en muchos casos logró, revertir las políticas socioeconómicas de los 20 años anteriores.

Algunas cosas no podían ser abiertamente invertidos. La segregación legal e institucional no iba a volver, pero Reagan pudo erosionar el poder de los sindicatos, las minorías y las mujeres. Significativamente, puso en marcha una vasta redistribución de recursos que favoreció a los más ricos.

En particular, para frenar la inflación, que afecta más a los que poseen capitales, Reagan impuso políticas fiscales que desencadenaron una recesión económica que llevó una tasa de desempleo del 10 por ciento en 1982, altísima en Estados Unidos. La recesión también ayudó para imponer disciplina al mercado laboral y comenzar el enorme declive de la clase media. Todo este despliegue plutocrático se tapó con la propaganda conservadora de carácter social.

A los efectos sociales y culturales, la contrarrevolución convirtió a los eslóganes neo-conservadores en valores socialmente aceptados. De la noche a la mañana el empresario se convirtió en héroe, el afan de dinero en virtud, la familia nuclear en una institución sagrada de salvaguardia contra el feminismo, la homosexualidad y el amor libre. Dios, o decirse creyente, estuvo de moda de nuevo, hecho que tomó en cuenta una revista insulsa cuya carátula proclamó "God is Back!" (Dios ha vuelto).

Ahora bien, fuera de las grandes ciudades y los estados del norte y de la dos costas, los valores tradicionales de la llamada "ética protestante" (trabajo duro, frugalidad, integridad de la familia y puritanismo corporal) nunca había desaparecido de Estados Unidos. Durante los años 60 y 70, sin embargo, la juventud, demograficamente una pluralidad enorme, y los intelectuales habían hecho parecer como que toda la sociedad había cambiado.

Más significativo social y culturalmente que las políticas de Reagan, fue la auto-percepción de sectores a quienes Agnew había llamado "silenciosos": dejaron de estar en silencio.

Una vez más, por ejemplo, se podía oír la palabra "nigger" (una versión intraduciblemente muy insultante de la vieja palabra negro, que en inglés se pronunciaba "nigro" hasta que se la reemplazó con el vocablo más aceptado "black"). "Nigger" fue utilizado por Randy Newman, por ejemplo, en una canción satírica sobre "rednecks" (o pajueranos blancos del Sur); y aunque Newman no tuvo la intención de insultar, todo lo contrario (era una sátira que se mofaba de los que todavía usaban ese término), era de soslayo un signo del cambio: este tipo de broma se podía cantar en la radio.

Escuché la palabra un mañana en 1988, utilizado por un hombre blanco de clase media alta, parado en la puerta de su elegante casa en los suburbios de Bethesda. Le dirigía la palabra con enojo a una afroamericana, la cartera que accidentalmente había dejado caer el correo a sus pies, en lugar de entregarlos en la mano. Fue espantoso escucharlo y me quedó grabado.

Algo semejante ocurrió con "girl" en lugar de "woman" o "young woman". Girl (chica) se estilaba para toda mujer hasta que el movimiento feminista apuntó, con razón, que era una manera sutil de infantilizar y menoscabar a las mujeres. Era uno de muchos términos (mailman pasó a ser mail carrier) que el feminismo había logrado comenzar a cambiar para establecer un vocabulario menos prejuicioso.

Los hippies fueron ridiculizados, asi como el libertinaje sexual (que disminuyó con la aparición del SIDA) y las drogas recreativas. Curiosamente, en el mundo de las finanzas cundió la cocaína, un estimulante cuyo efecto de frenetismo empalma con ética protestante del trabajo; un corredor de bolsa cocainómano es muy, pero muy, eficiente ... hasta que el efecto se desvanece.

Cundieron asimismo las ideas de que todo gobierno era ineficiente por naturaleza, todo sindicato compuesto de meros matones estafadores y todo programa educativo moderno un bodrio de novelistas afroamericanos y poetisas lesbianas. Volvió a hablarse de los cánones literarios e intelectuales tradicionales eurocéntricos (tambien llamados de "hombres blancos muertos").

El aviso televisivo de la campaña de Reagan de 1984, para su reelección ofrece un artefacto sociocultural notable sobre esta época con su afamada frase, "Ha amanecido en [Estados Unidos] de nuevo ..." (http://youtu.be/EU-IBF8nwSY). Merece verse para entender.

Dejando de lado la desinformación retórica, la publicidad de Reagan es un retrato perfectamente orwelliano de la inversión social y cultural que los reaganianos lograron imponer en Estados Unidos. Y hay que fijarse en las imágenes del país que propone: rostros blancos, suburbios de clase media, un coche-estanciera y una boda. En el mundo de ese aviso todo es tradicional, como si los hippies, el movimiento contra la guerra de Vietnam y la lucha de los afroamericanos por sus derechos esenciales jamás hubieran existido.

La próxima entrega, la década de 1990.

lunes, 14 de julio de 2014

La Era del Disco (1974-81)

Los años 70 en Estados Unidos comenzaron a partir de la retirada de EE.UU. de Vietnam en 1973 (cuando liberaron a los prisioneros, quienes querían saber el desenlace, se les dijo "ellos no ganaron y nosotros no perdimos") y el escándalo de Watergate que culminó la renuncia de Nixon en agosto de 1974.

Ambos fueron hechos políticos de amplia repercusión socio-cultural, en particular porque eliminaron las dos causas que quedaban de la agitación de la era de los 60.

Las leyes contra la discriminación comenzaron a integrar el color del mundo laboral y universitario. Las mujeres comnezaron a graduarse de las universidades en números nunca vistos antes y hacia 1979 se convertirían en una parte funcional permanente de la fuerza de trabajo (en esta década han llegado en algunos momentos a ser mayoría de la fuerza laboral). Los "gays" salieron del armario y una banda popular Village People hizo a la gente bailar a letras con mensajes claramente egalitarios en materia de orientación sexual.

Además, los Baby Boomers comenzaron la vida adulta, dejando atrás la adolescencia para casarse y ganar dinero. Y así comenzó una época frívola acompañado por un ritmo musical llamado Disco y el vuelco hacia el uso generalizado de la cocaína.

Esta droga, a diferencia de las sustancias alucinógenas recreativas de los 60, induce a un aparente aumento en la concentración mental y la actividad frenética. Era la droga que engranaba con el nuevo afán materialista de los algunos Boomers y sus indulgencias de adultos. La quintaesencia de los Setenta (the Seventies) es la imagen de profesionales jóvenes urbanos (YUPpies= young urban professionals) sorbiendo por sus narices el polvo de cocaína con embudos de papel moneda de US$100. Al menos, esa sería la escena cinemática: de hippies a yuppies.

Pero la vida no es Hollywood, y muchos otros Boomers, una vez casados y con hijos, se enfrentaron al problema de la transmisión de valores y se dió un renacimiento de la religión tradicional. Este fue el espíritu de la época de Jimmy Carter.

La característica esencial de este político excepcionalmente honesto que llegó a la Casa Blanca en 1977, era su fe religiosa auténtica. Carter era un protestante "born again" ("nacido de nuevo" por el versículo en Juan 3:3), afiliado a la Iglesia Bautista. En esa época habrían unos 70 millones de protestantes afiliados a una iglesia u otra; de ellos 13 millones eran Bautistas, transformando al la Bautista en la segunda iglesia más grande de los Estados Unidos, después de la católica, con 48 millones. Después de Nixon, apodado Tricky Dick (Dick Engañoso), los estadounidenses querían un dirigente en el que podían creer y confiar.

Una corriente subterránea invisible en su momento (excepto durante un breve escaseo de petróleo) fue la disminución de la preeminencia económica de Estados Unidos frente a Europa y el Japón. Hoy en día es un lugar común entre economistas hacer notar que el bienestar general comenzó a frenarse en 1973, cuando el ingreso familiar mediano se estancó después de haberse doblado en términos reales de 1945 a 1965. Ahora todo el mundo repite como loro a Piketty, que repite como loro a Saez. Pero no en ese entonces.

El único síntoma visible en esa época del futuro deterioro fue la aparición de toda una gama de autos japoneses y europeos y de toda una gama de bienes de consumo importados. Antes todo había sido "Made in U.S.A." y las porquerías eran imitaciones japonesas; desde entonces, la cosa cambió.


Robert Reich ha ofrecido quizás la mejor y más irónica explicación de la entrada masiva de los autos japoneses al mercado americano. Según él, y una vez que lo leí me pareció obvio, fue uno de esas consecuencias impensadas de la política exterior, es este caso la guerra de Vietnam. Esa guerra introdujo un tráfico transpacífico de buques portacontenedores en volúmenes que no había existido antes. (Este volumen es clásico de los movimientos militares estadounidenses. Para la invasión de Normandía, Estados Unidos construyó muelles flotantes para evitar tener que capturar Cherbourg. Sólo EE.UU. tenía los recursos para hacer algo así: "¿No hay puerto? Lo hacemos y lo llevamos puesto".)

Frente al gasto de combustible que significaba volver con buques vacíos, las compañías navieras empezaron a buscar negocio en Filipinas y Japón para llenar los barcos y cobrar por el viaje de vuelta. Las empresas automovilísticas japonesas aprovecharon la oferta y construyeron autos diseñados para caber en los buques y poder vender el mayor número de unidades en EE.UU. Y así nació el coche extranjero pequeño en EE.UU. Hoy, en Washington, manejo mi Mercedes en un mar de autos alemanes y japoneses -- y unos pocos coches fabricados en Detroit.

Esta competencia comercial, que se produjo en una variedad de otros ramos (la industria textil, hasta entonces altamente sindicalizada, fue destruida por las importaciones asiáticas) estimuló asimimo el traslado de fábricas estadounidenses al extranjero.

Esto tuvo dos tipos de consecuencias enormes. Por una parte, y de manera inmediata, enriqueció a accionistas y ejecutivos gracias a la reducción del costo laboral para las empresas. A largo plazo llevó a una feroz destrucción de todo un estrato de la gran clase media, el trabajador industrial (hay que notar que un trabajador de fábrica sindicalizado podía aspirar a enviar a sus hijos a la universidad, que es carísima en EE.UU.). Comenzó a deshilacharse una parte importante del tejido social estadounidense y pocos tomaban conciencia de ello.


* Esta es otra entrega de una breve serie que intenta esbozar la historia cultural y social contemporánea de Yanquilandia. Pretendo presentar como se sintió el tiempo y el lugar, y solo en segundo plano la historia cuyo primer borrador apareció en los diarios. Todo esto surge de un intercambio con una corresponsal francesa que pensé podría ser de interés para mis lectores hispanoparlantes.

domingo, 6 de julio de 2014

Revolución (1963-74)

Los países del Nuevo Mundo prosperaron a partir de la Segunda Guerra Mundial gracias a que nunca fueron atacados en el continente. En esta entrada* veremos como en los años sesenta en Estados Unidos, se comenzó a sentir desde las bases una nueva corriente cultural, social y política de la primera generación de posguerra.

Esa década que en Estados Unidos todavía se recuerda como simplemente "the Sixties" (los Sesenta) comenzó con tres puntos de partida simbólicos.

En agosto de 1963, a fines del verano, se llevó a cabo una marcha por los derechos civiles de los afro-americanos sobre Washington encabezada por Martin Luther King, Jr. En noviembre se dio el asesinato de Kennedy. Y en febrero de 1964 apareció por televisión un grupo musical de ingleses peludos llamados The Beatles.

La muerte de John F. Kennedy, quien por un tiempo fue casi un santo y mártir informal (hasta que se conociera su desmedida sexualidad), era lo que necesitaba el ala "liberal" (en el sentido yanqui y no europeo) del Partido Demócrata en términos pragmáticos para llevar a cabo todo tipo de reformas. Para "honrar la memoria de Kennedy," el genio político que fue Lyndon Johnson, un sureño, logró la aprobación de una amplia gama de legislación de peso socioeconómico.

Su primer triunfo fue la Ley de Derechos Civiles de 1964, que sigue siendo la base de todas las protecciones y garantías de igualdad de derechos de las minorías y la mujer. En cuanto a la mujer, los sureños añadieron "sexo" como una broma, a la prohibición de discriminación por "color, credo u origen nacional", y los liberales aceptaron, sabiendo que aquellos habían cometido un error táctico.

Johnson también lanzó, el año siguiente, cuando ganó por un margen abrumador nunca visto de nuevo, la "Guerra contra la Pobreza"; en menos de diez años se redujo la pobreza del 19% al 11% (hoy día es el 15%, de lo cual trataremos más adelante). LBJ legó asimismo una muy amplia legislación socioeconómica, por ejemplo el seguro médico federal para los ancianos y los pobres, la asistencia para familias y niños necesitados, una expansión del acceso a cupones de alimentos, subsidios a la vivienda, etc.

La desventaja para los liberales (que en EE.UU. no son los liberales europeos pro mano libre al mercado y la empresa, sino reformistas en favor de una mano sustancial del gobierno en la economía), y una de la que el Partido Demócrata no se ha recuperado, es que el Sur se volvió republicano cuando los demócratas acabaron con la segregación racial. Nixon en 1968 lo llamó "la estrategia sureña". En esto hay que entender un poco de historia.**

En lo económico, fue un momento de enorme prosperidad. El salario medio se duplicó entre 1945 y 1965. Los afro-americanos entraron a los niveles de trabajo de supervisión y profesional. A finales de 1970 las mujeres se unirían a ellos (y los sobrepasarían).

Había también una música nueva, comenzando por el estilo dionisíaco del rock que rompió con la mesura apolínea de la música popular anterior. Al rock se agregó el redescubrimiento de la música folklórica anglosajona, que tradicionalmente había sido una manera de expresar la protesta y las quejas populares. Se dejó de cantar tanto sobre el amor romántico y en su lugar Joan Baez, Judy Collins, Joni Mitchell, Bob Dylan, Leonard Cohen y Peter, Paul and Mary, entre otros, cantaban de los derechos, de la paz, de la humanidad y, en fin, como dijera el Che, de un amor más profundo.

El tema importante del momento era la libertad. ¿Por qué más libertad? Viéndolo medio siglo después, diría que la prosperidad volvió a la sociedad más expansiva y tolerante. Había protestas (y lo digo en el sentido amplio del Latín protestare, que es "dar testimonio") de amor, de integración racial y de paz. Y todo surgía de la convicción de que había llegado el momento de compartir lo más ampliamente posible la prosperidad, el bienestar, la felicidad (expresada frecuentemente como sexualidad). Comenzó con la marcha en Washington cantando "We Shall Overcome" llegó a su clímax en Woodstock  con la canción de Country Joe & the Fish contra la guerra de Vietnam.

Me fui de Estados Unidos en 1961 y volví en 1970. Dejé un país que se pensaba esencialmente blanco, protestante, anglosajón, ordenadito y cuyo pueblo tenía escaso interés en el mundo. Regresé a un país donde la gente bebía vino con sus comidas, había estado en Europa o planeaba hacerlo aunque fuera de mochilero, había experimentado con alguna droga recreativa y estaba abierta (en teoría al menos) a la variedad sexual.

Esa fue mi generación, metida en "el movimiento", que era una conjunción difusa, con una pizca de hippie, otro poco de izquierdismo y anarquismo estilizado, una tendencia general a aceptar cambios radicales hacia un nuevo país en el que lo importante era amar un amor grande hacia todos.

Pusimos en marcha una revolución cultural que expandió la oportunidad laboral para los afro-americanos y los otros grupos minoritarios, como los hispanos, y esa mayoría oprimida, la mujer. Y se hizo a traves de cambios en la forma de pensar, vestir y hablar; y sin violencia.

Lo demuestra especialmente lo que ahora se llama "segunda ola" del feminismo, que comenzó con la publicación de una antología Sisterhood Is Powerful: An Anthology of Writings from the Women 's Liberation Movement en el año 1970, la aparición de la revista Ms. y la canción I Am Woman en 1973. Desaparecieron del léxico común tanto la palabra servil "boy" (niño) para los trabajadores negros después de los disturbios de 1964, 1967 y 1968, como el término "girl" (niña) para una mujer.

Finalmente está la cuestión de la vestimenta y el pelo largo de los varones. El consenso de todos con los que he conversado es que hasta 1968 el corte de pelo de los Beatles era sólo para los músicos y unos pocos aventureros que fueron los hippies reales de 1967. Sin embargo, hacia 1971 o 1972, incluso los adultos, como el candidato presidencial George McGovern, tenían patillas y ningún varón menor de 30 años tenía cabello que no le llegara por lo menos a la parte inferior del cuello.

Se opusieron ese movimiento amorfo los adultos, las corporaciones y los poderes de hecho, es decir, todos los que se se sentían amenazados.

A diferencia de Europa, los blancos de clase trabajadora resistieron los cambios y se resintieron por la competencia en el empleo y la vivienda con los negros, a quienes podían odiar; era como quien vuelve a casa y patea al perro por no poder patear al jefe. Un truco histórico muy hábil de la capa dirigente fue utilizar los odios étnicos para dividir a los trabajadores.

De esa generación también eran los que habían ido a la Segunda Guerra Mundial y a Corea, cuyos hijos gritaban contra ir a Vietnam "Hell no, we won't go!" (Al infierno con eso, no vamos a ir!). Eran los que se habían casado por iglesia, tenido hijos y cargado con familia, que ahora veían a sus vástagos juntarse a vivir el amor libre posible gracias a los anticonceptivos y el aborto legalizado en 1970. Eran las que se sentían burladas por ser meras amas de casa y no trabajadoras o profesionales. Eran los ridiculizados por ser "cuadrados" e "idiotas útiles" del "sistema". Como fuerza política, toda esta gente que añoraba por los Estados Unidos de "antes" (1950s) se volvió invisible después de la derrota de Barry Goldwater en la elección presidencial de 1964, apareció brevemente con el vicepresidente de Nixon, Spiro Agnew, quien acuñó la frase "la mayoría silenciosa", y sólo volvió a surgir para la revancha en 1980, como veremos.

Notablemente, esta era terminó con otra presidencia truncada, la de Nixon, que culminó en su renuncia en 1974 a causa del escándalo de Watergate.


* Esta es otra entrega de una breve serie que intenta esbozar la historia cultural y social contemporánea de Yanquilandia. Pretendo presentar como se sintió el tiempo y el lugar, y solo en segundo plano la historia cuyo primer borrador apareció en los diarios. Todo esto surge de un intercambio con una corresponsal francesa que pensé podría ser de interés para mis lectores hispanoparlantes.

** El Partido Demócrata fue fundado por Thomas Jefferson en 1792 y el Partido Republicano en 1854 por Abraham Lincoln. Recuérdese que los partidos políticos en Estados Unidos no representan ideologías distintas; la política es una cuestión de intereses y opiniones, no teorías políticas. Desde la Guerra Civil, los republicanos representaban los intereses industriales anti-esclavistas (más barato un sueldo que ocuparse de un esclavo toda la vida). El Sur se convertió en Demócrata acérrimo porque les era intragable a los blancos votar por "el partido de Lincoln" (y a los ex-esclavos se les negó el voto con estratagemas suprimidas en 1965 que en la actualidad se intentan revivir). En la década de 1930, Franklin Delano Roosevelt, que fue un dirigente personalista casi del tipo de Juan Perón o Getulio Vargas, forjó una coalición única que comprendía: los sindicatos, los "ethnics" (los blancos que no eran de origen inglés), negros (en la medida en que se les permitió votar, o sea que no en el Sur), los liberales (que incluyen a la minúscula izquierda y a los intelectuales) y los sureños por las razones históricas citadas. Así es como FDR se convirtió en el único presidente elegido cuatro veces (lo que llevó a una enmienda constitucional, propuesta por los republicanos, para limitar la presidencia a dos mandatos). Esa coalición fue herida mortalmente en la década de 1960, como quedó claro en 1980.

viernes, 4 de julio de 2014

Kennedy y Juan XXIII abrieron puertas (1960-63)

Hasta noviembre de 1960 jamás se había elegido presidente de Estados Unidos a un católico. Al Smith, católico de origen irlandés lo había intentado en 1928 y perdió debido al prejuicio anti-católico de la mayoría protestante blanca. Al significado de esta reversión dedico esta entrega de la serie.*

La separación en los Estados Unidos de la iglesia y el estado, puesta en la constitución hace 200 años por protestantes que temían a Roma tanto como si mismos, había sido la excusa para no tener relaciones diplomáticas con el Estado Vaticano (relaciones que se establecieron recién en 1983, bajo Reagan, un presbiteriano que había sido bautizado católico).

Hay que haberlo vivido para entenderlo.

El mundo católico estadounidense en 1960 era esencialmente un castillo social, con sus murallas de protección social para el 24% de habitantes que profesaban la fe. Era una sociedad paralela, encerrada en sí misma, gobernada por clérigos (que en su mayoría eran de origen irlandés y tenían sus propios prejuicios étnicos feroces).

Ese pequeño país dentro de un país, que había sido labrado a partir de la década de los 1840, cuando los irlandeses vinieron masivamente huyendo de la hambruna de la patata, y a través de las diferentes oleadas de inmigrantes católicos posteriores europeos: polacos, italianos, alemanes, checos y eslavos varios.

Un católico yanqui de 1960 era católico en serio. Iba a misa todos los domingos, no comía carne los viernes y formaba parte de familias enormes. Iba a una escuela católica, ya sea parroquial o privada. Si era trabajador, se unía a un sindicato en el que sus coreligionarios eran miembros con el apoyo activo del clero en las huelgas. Los irlandeses de "encaje" (pero no los Kennedy), iban a las universidades católicas y de ahí entraban a firmas de abogados católicos o de corredores de bolsa católicos.

Todos se casaban con una chica católica y tenía de 6 a 12 hijos. Compraban seguros de un agente católica e iban a banqueros católicos. Nunca se unían a una serie de asociaciones porque eran protestantes, ni jamás se les ocurría mandar a sus hijos a una escuela pública. Los católicos pagaban impuestos para las escuelas públicas y además apoyaban una red de escuelas parroquiales que no recibían un centavo del gobierno.

De vacaciones iban a playas donde los católicos eran bienvenidos (a menudo porque los hoteleros eran católicos). Ah, y dado que los irlandeses de Nueva York y Chicago había construido poderosas maquinarias políticas locales, ser católico significaba que votar en favor de sindicatos y del partido pro-católico, el Partido Demócrata, no el partido de le élite protestante, el Republicano.

La amplia mayoría de los católicos habían sido pobres y de clase trabajadora hasta que el GI Bill, que subsidió la universidad para los soldados que sirvieron en la Segunda Guerra Mundial (generando así la amplia clase media profesional de la posguerra).

Los irlandeses salían de la pobreza entrando al trabajo policial, luego de inteligencia (incluso hay una broma interna en la CIA que la sigla significa "Catholics In Action"), la política local, los sindicatos o el sacerdocio. Debido a que eran los únicos inmigrantes católicos de habla inglesa nativa, se convirtieron en los líderes de todos los inmigrantes católicos. Los italianos (algunos de ellos) formaron la Mafia, que originalmente era un conjunto de grupos de auto-protección independientes (como lo habían sido en Italia, cuando los sicilianos lucharon contra la anexión italiana). Los polacos estaban en la parte inferior de la escala social, y eran el blanco de bromas prejuiciosas. Hubo por un tiempo, desde la década de 1880 a fines de la Primera Guerra Mundial, una vibrante comunidad católica alemana que apoyaba sus propias escuelas bilingües alemán-inglés; fue destruida por (a) el clero irlandés y (b) la guerra, cuando ser de origen alemán era algo que uno escondía.

La mayoría de los estadounidenses no católicos no conocen esta parte de nuestra historia y por lo tanto no se dan cuenta de lo enorme que fue para los católicos ver a uno de su propia gente nominado y elegido presidente. Para la mayoría protestante, Kennedy no era más que un hombre joven (¡lo joven que me parece ahora!), atractivo, en tren de apuro.

Para los católicos, la elección de Kennedy significó que las puertas doradas del afamado Sueño de América se habían finalmente abierto. En la década de 1960, los estadounidenses de origen irlandés se elevaron en términos socioeconómicos a la clase media alta. (En Yanquilandia persiste la idea de que todos somos de clase media.) Antes de 1960 habían mayoritariamente trabajadores no profesionales.

Hay que re-escuchar los discursos del Presidente Kennedy para notar la frecuencia con la que usó "revolución" para describir cada propuesta y desafío que planteó. Y, sin embargo, si uno se saca los lentes de la nostalgia, no hay duda que fue un presidente relativamente conservador.

El revolucionario real de la época fue Fidel Castro, que le tomó el pelo a la CIA (que efectivamente le proporcionó pertrechos). Pero en Estados Unidos, donde figuré entre los cientos que estrecharon la mano del joven barbudo durante su visita a Washington, a Castro se le veía como parte de algo que en aquel entonces era temible, tenebroso e impensable.

Ciertamente estos últimos años de transición a lo que se llamaron los "Sixties" (Sesentas), que en realidad fueron de 1963 a 1974, fue el momento de dos hombres llamados Juan. Uno fue presidente, el otro fue un papa que también, mirándolo sin nostalgia, fue relativamente conservador.


















En realidad, lo que fue revolucionario de Kennedy y de Juan XXIII fue el momento que les toco asumir un papel en el escenario de la cultura social. Fueron agentes catalizadores de una revolución social y cultural en Estados Unidos y, a través del megáfono yanqui de Hollywood y la música popular, en el mundo.

¡Qué breve fue ese momento! Un instante recuerdo que hasta las monjas partecían caminar sobre una nube feliz en ese noviembre de 1960, y en otro las veo llorar otro noviembre tres años después.


* Esta es otra entrega de una breve serie que intenta esbozar la historia cultural y social contemporánea de Yanquilandia, a través de como se sintió el tiempo y el lugar. Todo esto surge de un intercambio con una corresponsal francesa, que provocó pensamientos que podrían ser de interés para mis lectores hispanoparlantes.

lunes, 30 de junio de 2014

Viene el color (1958-60)

Aunque estamos acostumbrados a pensar de nuestro tiempo en términos de décadas, en términos de conciencia social las décadas no corresponden con los números. Este es el caso en la década de los años 1960, que en Estados Unidos realmente comenzó a fines de 1963. Entre 1958 y 1963 hubo un "giro" de la conciencia social, y en esta entrada en la serie* me aboco a 1958-60.

El toque cosmético significativo de la época fue la introducción de la televisión en color y el famoso Technicolor (marca registrada de nosequién). Se produjo el primer debate presidencial televisado. Comenzaron a producirse autos con aletas extravagantes y empezó a destaparse el rock and roll.

El color de otro tipo entró en prominencia. El país estaba todavía en gran parte segregado por el color de la piel. (Se decía raza, pero como sabemos hoy, la raza es un artefacto social y no biológico.)

En algunos estados (principalmente en el sur) la separación se llevaba a cabo de forma legal y ubicua. Pero en 1954, la Corte Suprema ordenó la desegregación de las escuelas (acabamos de celebrar el aniversario); las fuerzas armadas, hay que señalar, fueron desegregadas en 1946. Hubo una Ley de Derechos Civiles aprobada en 1958 que hizo algunos cambios leves, pero la segregación continuaba.

¿Qué significaba, en términos prácticos separar la gente por el color de su piel? Habían instalaciones separadas en todas partes: habían baños para blancos y baños para negros; restaurantes para uno y otro color; asientos separados en autobuses y tranvías.

Esto no era tan evidente para mí en Nueva York, donde ese tipo de segregación era simplemente poco práctico y, después de todo, estábamos en el Norte. En Nueva York la segregación era mayormente socioeconómica. A los afro-americanos se les mantuvo pobres a través de la discriminación en la educación y el empleo, además de la vivienda.

Vi la segregación tipo apartheid cuando nos mudamos a Washington, que está al sur de la línea Mason-Dixon, la brecha cultural y jurídica que otrora había separado a estados esclavistas y estados libres. En Washington, como en Nueva York, existía la separación socioeconómica. Los blancos vivían en los mejores barrios, con las mejores escuelas y conseguían los mejores puestos.

Pero además vi en los parques que habían fuentes de agua, para beber, marcadas "white" y otras, generalmente más chiquitas y más chuecas, para "colored". Estaban los asientos separados en los ómnibuses (pero, curiosamente, no en los tranvías).

Todos los taxistas, camareros y, en general, personal de servicio, eran negros. La policía era blanca, al igual que los conductores de autobuses.

Fui a escuelas católicas privadas (y a la escuela francesa un año), por lo que no vi niños negros en la escuela. Había un parque de diversiones, Glen Echo, al que me encantaba ir sin percatarme hasta años después, cuando volví después de años de ausencia, que no se les permitía entrar a niños de color.

También vi otro tipo de segregación. En momentos en que las naciones africanas estaban independizándose y comenzaban a enviar sus primeras delegaciones diplomáticas a Washington, un hotel en el que nos hospedamos al principio les negó cuarto.

Recuerdo que mi madre se puso furiosa, más por el insulto a los diplomáticos (a las señoras de la embajada argentina les dio un soponcio semejante descaro) que por el insulto a los africanos por ser negros.

El Windsor Park Hotel que se encuentra ahora en la zona de Kalorama es el edificio anexo que el hotel original adquirió rápidamente para dar cabida a los diplomáticos africanos. El edificio principal se convirtió en eventual la embajada china y sólo este año fue derribado.

A pesar de estos problemas, el movimiento de derechos civiles comenzó a cobrar impulso en esos años y había una sensación de que Estados Unidos estaba dispuesto a convertirse en un país con un corazón más grande. En ese momento entró un joven político que simbolizaba romper otro tipo de perjuicio, John F. Kennedy.


* Esta es la segunda de una breve serie de entregas que intentan esbozar la historia cultural y social contemporánea de Yanquilandia. Pretendo presentar como se sintió el tiempo y el lugar, y solo en segundo plano, la historia cuyo primer borrador apareció en los diarios. Todo esto surge de un intercambio de correspondencia con Francia que pensé podría ser de interés para mis lectores hispanoparlantes.

viernes, 27 de junio de 2014

Se vivía en blanco y negro en 1950-59

Veo la década de los 1950 en Estados Unidos en blanco y negro, como la televisión de entonces. Yo nací allí y entonces y pasé mi infancia en "Nueva York, Argentina", un extraterritorial hasta terminar naturalizándome yanqui muchos años después.

Esta es la primera de una breve serie de entregas que intentan esbozar la historia cultural y social contemporánea de Yanquilandia. Pretendo presentar como se sintió el tiempo y el lugar; y solo en segundo plano aparecerá, como panorama en el horizonte, la historia cuyo primer borrador apareció en los diarios. Surge de un intercambio de correspondencia con Francia que pensé podría ser de interés para mis lectores hispanoparlantes.

Los años 50 del siglo pasado, ya a medio siglo de distancia, forman una época de automóviles de chasis redondeados y adultos que vestían ropas que a menudo parecían un tamaño demasiado grande. La ropa que tenían pocos colores, o no más color que el papel tapiz floral promedio.

En mi entorno, los hombres trabajaban en oficinas. Usaban sombreros, se ponían trajes camisa y corbata, algunos usaban corbatas moño. Fumaban. Una cajetilla de cigarrillos Parliament evoca a mi padre perfectamente.

Las mujeres se quedaban en casa cuidando la casa y los hijos (yo y mis compañeros). La norteamericanas no se maquillaban. Pero todas las mamás, yanqui o extranjera (como la mía), se aseguraban de hacernos creer que el mundo era para los niños.

No lo sabíamos pero éramos parte de un fenómeno demográfico el "baby boom" en los Estados Unidos de 1946 a 1964. Regresaron de la guerra, se casaron, consiguieron becas para ir a la universidad, se mudaron a los suburbios y, sea amor u otra cosa lo que hicieron en sus dormitorios, desparramaron hijos por doquier. Y a nosotros, los "boomers", se nos hizo pensar que todo era posible.

No sé por qué, pero entre los artefactos que preservé de aquella época está mi "libro de cabecera", The Golden History of the World por Jane Werner Watson y Cornelius De Witt (publicado en 1955), que se subtitulaba "Una Introducción Infantil a la Antigüedad y el Mundo Moderno". Golden era una serie de libros infantiles.

El último capítulo "Nuestro Mundo Hoy, 1950 -" comienza así:

"Este es un mundo apasionante para crecer. En nuestro tiempo la magia de los cuentos de hadas se ha hecho realidad. Podemos volar por los aires lo más cómodamente sentados casa. Podemos dar vuelta al mundo en el tiempo que tomaba en otra época ir de París a Londres o Boston a Nueva York. Se pueden hacer compras en India, Sudáfrica o Japón y pagar por los bienes mediante la firma de nuestro nombre en una hoja de papel que hemos traído. Y en las tiendas de nuestros propios pueblos se traen mercancías para nosotros desde todos los países del mundo".

Es en definitiva un mundo en el que el niño lector (y lo habré leído cientos de veces) puede pensar que, si hubieron faraones y napoleones, y guerras y miserias y de todo en el pasado ... pero de acá en más, conmigo, comienza una nueva historia llena de maravillas.

Y en aquél Nueva York limpito y ordenado, el New York de los primeros cuentos de John Cheever, era posible pensar así aún siendo adulto. O así lo entendí.

Era una época féliz de un presidente, Eisenhower, que tenía cara de bebé, que no inspiraba mucho, pero no ofendía tampoco.

Había discordancias, por supuesto.

En Estados Unidos, estaban los poetas beat, Allen Ginsburg, a quien conoció mi padre en un bar bohemio de Greenwich Village. Eran barbudos que decían cosas raras, incomprensibles para uin niño como para la mayoría de la gente común.

Estaban asimismo los precursores de la revolución musical de los 1960. Elvis estalló entonces, al igual que los rockeros originales, Chuck Berry, Bill Haley y los Cometas, etc. Yo solo conocía la música clásica que tanto mis padres escuchaban. O la música popular de variedad, Frank Sinatra, Dinah Shore y Perry Como.

Y también pienso en esos tiempos como la época de la Guerra Fría. No había nada más temible que un comunista. Una vez, en el jardín de infantes, en tren de hablar de los diversos empleos que hay, la monjita nos preguntó "¿Qué hacen sus papas?" Dije "comunista" y llamaron a mi madre, quien explicó que yo había querido decir "economista".

Habrían muchas otras cosas en esa época infantil en los Estados Unidos, pero de ellas no me percaté.

jueves, 19 de junio de 2014

El Golazo Financiero contra la Argentina No es el Fin del Partido

La decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos de dejar en pie una decisión judicial que requiere que Argentina pague US$1,3 mil millones a acreedores es un excelente ejemplo de lo que divide el "acá" y "allá" de este blog.

Para Argentina, y argentinos que conozco, es un desastre que causa ansiedad. Para estadounidenses, la mayoría de los cuales ni se han percibido del hecho, los que están al tanto se rascan la cabeza: ¿de qué se quejan los argentinos: no pidieron la plata?

El Fondo Monetario Internacional ha tomado una postura de preocupación por las posibles repercusiones mucho más allá de la república del Cono Sur. Además, no se necesita ser gran teólogo para saber que desde el punto de vista del papa argentino, es una injusticia.

Y lo es. La deuda argentina fue mal contraída. Peor, los que sufrirán las consecuencias serán los niños sin merienda en la escuela, sus maestros y de otras maneras los más necesitados, gente que nunca obtuvo el menor beneficio de los préstamos.

Acordarse que esto se arrastra no del 2001, año en el que el peso argentino vertiginosamente perdió 2/3 de su valor de un día al otro, sino de mucho antes. Viene de gobiernos militares de pésimos antecedentes que embargaron al país para compras inútiles de pertrechos (y sin duda para financiar sus jubilaciones) y de por los menos un gobierno civil posterior (el de Carlos Menem), que esencialmente llevó a cabo una estafa monetaria, la famosa paridad con el dólar.

Y para complicar las cosas, tampoco es justo en el Primer Mundo. Estos consorcios de inversión no son solo millonarios (digo, billonarios), los famosos viejos gordos de galera y cigarros. Estos fondos se venden libremente al ciudadano común de clase media que tiene algún ahorrito para la vejez o la enfermedad. Este señor, o señora, tampoco tuvo nada que ver con el despilfarro de gobiernos argentinos.

Es más, la Corte Suprema no dictaminó contra la Argentina. Sencillamente se negó, sin explicación como es común en la mayoría de semejantes peticiones, a considerar el tema. Y, realmente, no veo que haya una cuestión de controversia legal. Los bonos se gestaron según las leyes vigentes y no se cuestiona su constitucionalidad, que es lo que le corresponde juzgar a la corte máxima.

Además, los jueces de la corte son inamovibles a menos que se les impute ilegalidades graves y sus decisiones no las pueden modificar ni el Presidente Obama, ni el Congreso. No existe un mecanismo de presión política al poder judicial en Estados Unidos. Solo existe un nexo político lejano entre un juez supremo y los poderes políticos; y ese nexo se rompe el día que el juez toma juramento hasta el día que muere o se retira de sus funciones.

Para cambiar las decisiones de la corte, hay que esperar a que se mueran los jueces y designar otros con otra filosofía.

O sea que no es una "trampa de los yanquis". Ni un gol de una selección extranjera.

Es, sin duda, la consecuencia de una triste historia, muy conocida en América Latina. Los dirigentes nacionales han sido pésimos, han habido demasiadas dictaduras y hasta las democracias han sido poco democráticas. Y ¿quién tiene la culpa? En gran parte los ciudadanos mismos.

Hay pocos países que históricamente han podido zafarse de sus deudas como lo intentó Argentina bajo los presidentes Nestor y Cristina Kirchner. Lo está intentando Grecia hoy día (usando el "modelo" argentino, que para algunos es mal ejemplo).

Cuando alguien no paga una deuda, se le considera mal deudor y el costo de pedir prestado sube porque el riesgo es más alto. Todos los préstamos son así desde que la Iglesia abandonó la tradicional condena a la usura, hecho que coincidió con el auge de la banca italiana en el renacimiento (y de la necesidad eclesiástica de dinero para obras faraónicas como la Basílica de San Pedro en Roma).

La gran excepción histórica fue Rusia. En 1917, Lenin reusó pagar la deuda pública externa (también la interna, pero eso es otra cosa), aduciendo que era la deuda de los zares y no del pueblo. Y le cayó una intervención militar de Inglaterra, Estados Unidos y otros países acreedores de 1918 a 1920.

Claro, aunque ganó militarmente, la Unión Soviética fue un paria económico hasta la caída del Partido Comunista. El rublo dejó de ser moneda convertible y Rusia no pudo comprar nada en el exterior que no fuera en divisa fuerte obtenida a través de exportaciones. La URSS tenía, eso si, un vasto caudal de recursos internos y de ellos se valió para sobrevivir.

Es, en parte, en preparación para la eventualidad de semejante aislamiento que los gobiernos de los Kirchner han restringido y controlado el intercambio monetario y de comercio de manera que parece, al que no considera el problema, alocada. Al igual que Rusia, la Argentina es uno de los pocos países del mundo que puede, físicamente, autoabastecerse.

No es alocado pensar que, cerradas las puertas a la financiación, Argentina deberá valerse de su fuero interno para sobrevivir.

Pero claro, para el FMI, que debe velar por la deuda de todos, esta coyuntura es un desastre global en potencia. El tinglado internacional depende de un grado de cooperación entre todos, ricos y pobres, acreedores y deudores.

En definitiva, los seres humanos no somos independientes y autárquicos. Nacemos (el mejor de los casos) gracias al amor entre nuestros padres o el instinto, pero no por nuestra cuenta. Sobrevivimos los primeros 10 años gracias a alguien que nos alimenta, viste y da cobijo.

Las sociedades humanas guardan una cierta semejanza a los individuos. Todos dependemos el uno del otro. El dueño de fábrica de sus trabajadores y vice versa. El que vende del que compra. El que es profesional de los que no conocen su especialidad.

Y las sociedades, una de otra. El café colombiano, las bananas brasileñas, la carne argentina, el té de Sri Lanka, el cobre chileno, el petróleo venezolano. Y la variedad cultural que nos enriquece a todos: ¿qué leeríamos sin Tolstoy, Mafoud, Cortázar o Naipaul? ¿qué escucharíamos sin Beethoven o Menujín?

En definitiva, este es uno de esos momentos en que hay que ponerse el gorro de acá y la camiseta de allá y acordarnos que somos todos humanos.Y, de hecho, estimo que eso es lo que harán todos los que tienen poder de persuasión en este asunto. Sino perdemos todos.

martes, 29 de abril de 2014

Salemas a San Karol Wojtyla, Patrono de los Curas Pedófilos

Resulta que Jorge Bergoglio, alias Papa Francisco, se vende al mejor postor. Por unas 30 monedas de plata (digamos millones de euros) obtenidos por el Vaticano del turismo, las baratijas santuleras, folletos y demás, ha hecho de la supuesta elevación a santo de dos papas un espectáculo inescrupuloso y totalmente innecesario a los efectos de lo que dice ser su labor.

El acuerdo Roncalli - Wojtyla se viene arrastrando desde hace tiempo. La idea de algunos ha sido un equilibrio al unir la canonización de Juan XXIII, el "papa bueno" amado por muchas personas que aprecian la necesidad de reformas en la Iglesia, con la de Juan Pablo II, el fascista eclesiástico favorito de todo católico conservador. Es uno de esos trueques típicos de los políticos, los dirigentes sindicales y la mafia: un poco para todos, ninguna ventaja para nadie y, lo más importante, las bases de poder intactas.

Es lo que hubiera esperado de su predecesor, el Papa Nazinger, tan quejumbroso en Auschwitz sobre cómo sufrieron los pobres alemanes de 1933 al 45 (ver aquí).

Seamos justos. A Giuseppe Roncalli, el Papa Juan XXIII, se le podría llamar un buen hombre. Durante el Holocausto, mientras fue diplomático del Vaticano en Turquía, personalmente falsificó centenares de certificados de bautismo para poner bajo la protección papal a un número semejante de niños judíos embarcados por los nazis hacia una muerte segura. Años más tarde, al comienzo del Concilio Vaticano II, cuando reunió a los peritos en su oficina (uno de ellos era Nazinger) antes de la primera sesión, les dio solo una consigna: "la Iglesia no es un museo".

Roncalli era un hombre de fe astuto. Quería una fe viva. Su punto de vista engranaba con la del historiador de la religión Yaroslav Pelikan, quien declaró: "La tradición es la fe viva de los muertos, el tradicionalismo es la fe muerta de los vivos". Aún así, ¿fue verdaderamente santo Roncalli?

No surge la misma duda en el caso del papa polaco, Karol Wojtyla, quien fue desde el principio el Papa Juan Pablo falso. El original, Juan Pablo I, murió en circunstancias sospechosas al estallar un escándalo relativo al lavado de dinero en el Banco del Vaticano. Había adoptado el nombre papal de Juan Pablo para indicar que iba a seguir un camino intermedio entre la apertura de Juan XXIII y de la contramarcha del sucesor Pablo VI. En cambio, JP1 murió, y Wojtyla fue elegido, tras lo cual efectivamente cerró cuanta ventana se había abierto tras el Concilio Vaticano II.

Volvieron los enormes tapujos destinados a encubrir la corrupción del clero. Wojtyla fue especialmente protectora de un tal Marcial Maciel, fundador de una orden religiosa llamada los Legionarios de Cristo (consejo: desconfíese de grupos religiosos con nombres militares o monárquicos). De Maciel se supo que, en breve, se había convertido en el caudillo de una pandilla de violación sexual de muchachos estudiantes y seminaristas.

El secretario de prensa de Juan Pablo II, un operativo del Opus Dei en el Vaticano, explicó la inacción de Wojtyla diciendo que en la "pureza de pensamiento" del polaco no cabía imaginarse semejante cuadro tenebroso. Ah, claro, un hombre que vivió durante la Segunda Guerra Mundial, precisamente donde los peores crímenes del Holocausto tuvieron lugar, no podía imaginarse sacerdotes pedófilos o abusadores sexuales.

Sé de hecho que entre monaguillos, al menos en el último medio siglo, siempre se ha hablado de éste o aquél "cura raro" del cual vale la pena mantener distancia. Me consta asimismo que, al menos entre ciertos obispos estadounidenses en particular se conocía claramente la existencia generalizada de los abusos. Uno de ellos pensó que estaba haciendo una broma cuando comentó, a puerta cerrada y en mi presencia, "Tenemos que asegurarnos que los rectores de seminarios no se tiren encima a los seminaristas hispanos". En el uso del inglés "screw", atornillar o vulgarmente penetrar sexualmente, que he traducido "tirarse encima", estaba implícito el doble sentido, confirmado por la propia risa del que lo dijo y la de sus obispos compañeros.

¿Y el papa en ese momento no sabía de semejantes cosas por "puro"? Como se dice en la Argentina, eso contáselo a tu tía, que te lo va a creer.

En el Vaticano no se han preocupado mucho por los monaguillos violados, ni por las monjas vejadas ni por nadie. Y a la curia romana no le importa un comino los pobres tan mentados por el Papa Francisco. Pero sí que se preocupan por el turismo a Roma. Eso lo aprendí del único contacto directo del Vaticano a mi persona, mientras trabajaba para la conferencia de los obispos EE.UU. hace bastante tiempo. Enviaron un hombrecillo oficioso para ver si podía ayudar a organizar una "peregrinación" a Roma de católicos hispanos.

Lo que me trae a la mente el estribillo de mercadeo de Johann Tetzel, el infame vendedor de indulgencias que justamente enfureció a Martín Lutero: "Tan pronto suena en el cofre la moneda, el alma del purgatorio se libera".

Y todavía, en cierta manera, se venden indulgencias en Roma. Esta semana se ha demostrado en la orgía masiva de turismo y comercialización farisaica en torno a la canonización, o confirmación oficial como santos, de Roncalli y Wojtyla.

Este no es un buen liderazgo cristiano. Es una mala imitación del evangelista santero Elmer Gantry de la novela homónima de Sinclair Lewis: se monta un espectáculo para los tontos que siempre acuden (y se les venden chucherías de "devoción"). Todo "para Dios". Porque, claro, Dios necesita peregrinaciones y la compra de estampillas de santos.

Según las doctrinas que el Vaticano mismo dice creer, la canonización de la santidad significa sencillamente una declaración oficial que una persona muerta vive en la presencia de Dios. A esto se añade la teología en el Credo de Nicea, que usa la frase "la comunión de los santos" para indicar que los santos en el cielo pueden escuchar e interceder por los vivos aquí en la Tierra.

¿Y cómo funciona? Juancito se halla enfermo de un mal incurable y su familia rezan a San Buentipo. San B. se acerca a Dios, "Che, Creador de Todo, Junacito está enfermo, ¿qué tal si le pasás una de esas aspirinas super de las tuyas y lo curás?" ¡Y zás! Un milagro a través de la influencia de San B, prueba de que esta cerca de Dios.

La noción de reverenciar a ciertos cristianos difuntos se remonta a las matanzas por motivos de creencias durante el Imperio Romano. Ser mártir significa dar testimonio de la fe en proporciones heroicas, aún a costa de la vida. A pesar de las exageraciones de los comunicados de prensa del Vaticano de esta semana, ni Roncalli, ni Wojtyla fueron mártires. Pero, bien, no todos los santos en el calendario eclesiástico lo fueron, ni todos los santos reales figuran en las iglesias.

Lo cual me recuerda mi himno para niños predilecto en el libro de himnos de la Iglesia Episcopal (anglicana estadounidense), que comienza "Canto una canción de los santos de Dios":
 Canto una canción de los santos de Dios,
 pacientes y valientes y leales,
 que trabajaron y lucharon y vivieron y murieron
 porque amaban al Señor que conocieron.
Luego continúa diciendo que se trataba de "un doctor y una reina y un pastor en la pradera" y más tarde " uno era un soldado y uno era sacerdote y uno fue muerto por una feroz bestia salvaje". Pero mi parte favorita viene en el tercer verso:
 Los puedes hallar en la escuela,
 en la calle, en la tienda,
 en la iglesia, junto al mar, en la casa de al lado;
 son santos de Dios, sean ricos o pobres,
 y yo quiero ser uno también.
Y aquí es donde San Roncalli y San Wojtyla son un sinsentido. ¿Quién hoy día y en nuestra era puede tomar ejemplo moral personal de los hechos y circunstancias del jerarca máximo de una religión mundial de unos 1.000 millones de engañados?

Es decir, no tengo intenciones de emitir una carta encíclica en el corto plazo. O de pasear por el patio de un palacio del renacimiento en un carrito de golf convertido. Ni tampoco aspiro ponerme vestidos blancos ni una kipá blanca. ¿Qué tienen que ver dos papas muertos con los problemas y los dilemas morales que enfrentamos vos y yo ?

Y aquí es donde Francisco, el papa estrella rockero, se ha disparado un tiro por la culata en la comercialización de una fe que ahora sabemos carece por completo. Lástima. Por un rato creí lo que era sincero.

miércoles, 26 de marzo de 2014

¿Tanta mierda tienen?

"Es cierto que el papel higiénico escasea", se me responde a mi última entrada sobre Venezuela. Lo que no se entiende es para quién es una escasez.

Es cosa de persona acomodada tomar por indispensable un producto que no es universal ni lo ha sido nunca. Por lo menos un tercio de la humanidad (en Africa 6 personas de cada 10 no tiene acceso a un baño) carece papel higiénico, producto que ni existía antes de 1857. 

De la misma manera es cosa de acomodado pensar que "todos" tienen teléfono celular, toman vacaciones, han tenido el beneficio de educación, et cétera, etc., etc. Los que, como probablemente el estimado lector y yo, tenemos todas esas cosas y las consideramos casi naturales, no somos todos. 

Estamos a menos de un siglo en que la mayoría de las viviendas en el Primer Mundo tienen agua corriente. Y dudo que sea realidad todavía en el Tercer Mundo.

En el Tercer Mundo, donde se ubica Venezuela, una mayoría no tiene esas cosas. Quejarse de un gobierno que dice aspirar a responder a los intereses económicos de esa mayoría por falta de productos que la mayoría no extraña es un absurdo.

Las reivindicaciones sociales y económicas necesarias comienzan por otro lado. Para los pobres que no tienen papel higiénico y quizás ni sepan qué es, su merma en los supermercados a los que no acuden no es un síntoma de crisis. Primero comer, vestirse bien, tener buen techo, trabajo regular y acceso a educación para que los niños no sean pobres como sus padres.

Luego si, agua corriente, electricidad ... y papel higiénico.

sábado, 22 de marzo de 2014

Bolivarianos (o anti) ¿Para qué?

"Me ayudarías mucho, y nos ayudarías a los venezolanos, si le comentas a tus correligionarios que ni yo, ni todos los opositores o disidentes, somos 'de la ultraderecha fascista'. Es un insulto que a mí al menos me duele mucho" Así me escribe Leila Macor.

Leila, a quien ciberconocí gracias a su ocurrente blog Escribir Para Qué, es periodista, ha publicado por lo menos un libro y su destacada labor como corresponsal tiene una voz mucho más potente que yo, que soy periodista especializado en la economía del desempleo y la pobreza en el pais más monolingüe que conozco, Estados Unidos. Hechos los prolegómenos del caso, respondo.

En esto de Venezuela, como en lo de Nicaragua hace 30 y pico de años, Chile un tanto antes y Cuba en lo que hoy debe ser la prehistoria, hay una tendencia a ver todo a través de lentes ideológicos sin atenerse a hechos comprobables.

Y esto sucede entre los "progresistas" (desde los socialdemócratas endebles como yo hasta los marxistas-leninistas más robóticos) asi como entre los de "la derecha" que abarca lo que los progres suelen llamar "la contra", otrora un término favorito de Don Juan Domingo Perón (El General sabía que la masa que lo adoraba de ideología no sabía nada).

Chavez fue esencialmente un Perón puesto al día.

Su mundo, nuestra actualidad, es una realidad en la que la derecha internacional y la banca han ganado decisivamente, desde el momento que se derritió el Cuco de Moscú hasta la orgía que culminó en la crisis económica actual, que redunda en un proceso de retroceso a la política económica pre-1930.

No seamos ingenuos, el Cuco utilísimo (mientras se mantuviera en las Siberias) a los efectos de la lucha laboral en los países occidentales se cayó solo por corrupción. Rusia nos demuestra hoy que es un país de Zares, sean monarquicos, comunistas o post-comunistas.

Y en América Central y del Sur, tras una adolescencia Cuquera que culminó en represiones de los feroces e inhumanos regímenes de "seguridad nacional", la izquierda se suicidó en el esgrima de intramuros y el dogmatismo fanaticoide de las diversas huestes reivindicadoras y redistribuicionistas.

Y hasta en la Venezuela de Chavez hubo que inventar el movimiento "bolivariano". ¡No vaya a ser que el Tío que trajo las torres de extracción de petróleo (Venezuela era un neto exportador de alimentos hasta el regalito) piense que son unos bolches baratos!

¿Bolivariano? ¿En serio? ¿Seguidores de Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios Ponte y Blanco, dictadorcillo de cuanta tierra campeó, autoritario mujeriego y bebedor? ¿Y no terminó haciéndose colombiano? No me tomen el pelo, muchachos.

Pongamos el problema real en el tapete.

En toda la América colonizada por España y Portugal prevalece, aún bajo Ortega, Chavez y Morales (buen apellido ¿no?) la misma economía política neofeudal que bajo Bachelet, Kirchner y Rousseff o aún bajo Martinelli, Peña Nieto o Pérez Molina y aún más con Castro (con algunos cambios cosmeticos).

La clase terrateniente y, desde el punto de vista europeo, patricia, ha sido mayormente desplazada excepto para figurar socialmente. En su lugar hay una clase inmigrantes de los 1880 a 1950, burgueses de orígenes por lo general no ibericos, que manejan la relación de sobrino resentido con el Tío rico del norte.

A éstos los azuzan unos venidos a más, o a mandamases, que campean en nombre del "pueblo".

Y los indios, negros, mestizos, la masa obrera y demás, siguen siendo los desgraciados de siempre que trabajan de sol a sol y viven y mueren en la misma misérrima pobreza de los barrios industriales, las "villas" o "favelas" o lo que quieran llamarse.

No me vengan con que robots enviados por Obama reparten panfletos antigubernamentales en Caracas. Ni tampoco me vengan con que no hay papel higiénico (ese cuentito viene de la época de Fidel) en algún pueblito de mala muerte.

Venezuela padece una cierta desaceleración económica que es paralela a la de toda la región, ni mucho peor ni mucho mejor. Claro, el país caribeño cuenta con la desventaja de haberse convertido en un país monoproductor, de baja categoría educacional y de pocas salidas para cualquier gobierno.

Más fácil, para "bolivarianos" y anti-chavistas por igual, decir que la culpa la tiene el otro. Y lo peor es que los que terminan pagando la factura de los desmanes de uno y otro lado son ese tan mentado pueblo, que merece mejor.

sábado, 8 de febrero de 2014

De como Argentina viene a ser de Primer Mundo

Una ciberamiga se queja de una tarifa de colectivo (bondi, o para los que no hablan rioplatense, autobús) que, si entiendo bien, en Buenos Aires sale ahora $3,5 pesos (con subsidio) por un viaje de más de 15 cuadras. Esto me trae un recuerdo que contaré, con perdón del comediante Tato Bores, quien ha comentado sobre algo parecido.

En marzo de 1964, cuando comenzaba en un nuevo colegio mi primer año de secundaria, el viaje en el colectivo 102 que cruzaba unas 25 a 30 cuadras a través de Buenos Aires me salía $3,50 pesos.

Esos eran pesos originales, en circulación desde por lo menos 1890, no los de hoy, que fueron pesos ley en 1970 (no. 18,188 ... ¡cómo me acuerdo!), luego pesos moneda nacional (aunque los originales eran m/n) para pasar a australes y volver a pesos. ¿Se llaman pesos de vuelta, no? Digamos que el coro griego dice "si".

Bueno, en ese mes de flamante colegial, el dólar estaba fijado (no sé por qué se fijaba, pero se fijaba) a $350 pesos. O sea que salía un centavo de dólar.

Ahora bien, US$0.01 de 1964 vale US$0.08 hoy (aunque si uno tiene la moneda de US$0.01 de 1964 se la puede vender a numismáticos por US$200, pero eso es otra cosa). Y hoy en 2014, Google me dice que $3,5 pesos de hoy son US$0.13.

O sea que de 1964 a 2014 Estados Unidos ha tenido una inflación acumulada de 700%, o un promedio anual de 14%, mientras que la Argentina ha tenido una inflación acumulada de 1,200%, o un promedio anual de 24% que no es ni el doble.

Y dado que, como dijera el embajador Alejandro Orfila, los argentinos son italianos que hablan castellano pero se creen ingleses, acoto que £1 de 1964 son £17.18 según el calculador de inflación del diaro inglés Daily Mail. O sea que la mismísima Gran Bretaña ha tenido una inflación acumulada de unos 1,600% o un promedio anual de 32% — casi una vez y medio la tasa argentina.

Argentina es Primer Mundo, gente. Será el Reino al Revés de la querida y fallecida cantante María Elena Walsh, pero reino en el Primer Mundo. No me vengan con esa queja que “vivimos en el Tercer Mundo”. Yo les aseguro que no, desde la capital misma del Primer Mundo.

Y a esto llego solo tomando la tarifa de colectivo, que se ve afectada por el precio del petróleo. Tomemos en cuenta que el petróleo fluctua tanto que su precio no se incluye en los cálculos de la inflación llamados “titulares” (los que se publican), aún en los reinos al derecho.

Además, claro, son 50 años. Robo del título de la autobiografía de Gabriel García Márquez (que recomiendo) para declarar que hay que vivirlos para contarlos. Y vivirlos, los he vivido.