sábado, 23 de agosto de 2014

Volver

"Volver... con la frente marchita, Las nieves del tiempo platearon mi sien..." No soy tanguero, pero hay letras que lo dicen todo y esta, al regresar de un viaje a Sudamérica (y cibernéticamente reencontrarme con antiguos compañeros de colegio ante la emergencia de uno), me sienta como apropiada.

Pero no, no ansío volver. Es solo encontrarse en la paradoja que propusiera en los años 1930 el escritor Thomas Wolfe (distinto al Tom Wolfe moderno) en su novela You Can't Go Home Again, que es, en definitiva, una versión del rechazo de Jesús en su Nazareth de la niñez. No podemos volver "allá". O como cantaban después de la Primera Guerra Mundial acá de los veteranos: "como haremos para que vuelvan a la granja después de ver París".

Ese sentir agridulce de estar entre el acá y el allá surge cuando alguna nostalgia nos tira a una realidad que de alguna manera no nos sirvió o acogió lo suficiente para retenernos.

Volví, en este caso a São Paulo donde tengo parentela (tengo en muchos países), con una breve parada en Bogotá. Volví, además, una vez ya con pie en la tierra firme de Yanquilandia, al oir de un patatús temporario (dar gracias al dios que el lector prefiera) de un ex-compañero de colegio.

Pero a veces, esa distancia cotidiana nos hacer ver las diferencias en el tiempo.

Bogotá, por ejemplo, ya no tiene esas jaurías de niños callejeros dedicados a mendigar o hacer comercio ambulante. O los enconden bien del turista rápido. Se ven, eso si, algunos viejos roñosos, obviamente muy pobres. ¿Serán los niños de antaño hechos viejos en la perenne marginalidad? Al menos sus descendientes no figuran en lo mismo.

São Paulo siempre fue una ciudad pujante y comercial. Me asombró que su neoyorquización (todas las ciudades latinoamericanas aspiran, a mi manera de ver tontamente, a tener los rascacielos Nueva York) no es absurdamente funcional. En lugar de los bloques cuadrados, estériles y altos, los paulistas se han preocupado de construir objetos de arte moderno.

Claro, estar en el país de Oscar Niemeyer les da un cierto incentivo de evitar el modernizar por modernizar sin ton ni son. Pero declaro: los edificios modernos paulistas tienen una gracia que no se ve en las grandes ciudades del Primer Mundo. ¡De veras!

Si bien el consenso entre aquellos con quienes conversé es que el milagro económico de Lula se está desvaneciendo (y que el empeño de Dilma en construir estadios para la Copa Mundial de Fútbol ha sido un derroche inexcusable), conste que en Brasil la pobreza descendió del 22% en 2002 al 9% en el 2012. Como punto de comparación, en Estados Unidos la tasa es del 15%, jamás habiendo descendido a menos del 11%.

Esos descensos rápidos se desaceleran. Es como hacer dieta.

No obstante, claro, persiste esa pobreza Tercer Mundo que se basa en una infrastructura deficiente o desmedidamente desigual. Hay gente que en el siglo XXI siguen sin electricidad, agua corriente y potable, y viviendas sólidas. Ni hablar de los problemas sociales más tipo Primer Mundo, como los son la educación, el trabajo y la oportunidad para mejorarse.

Y está el otro volver.

Me llegan mensajes electrónicos masivos de mi "camada" colegial en torno a una internación grave de un excompañero y veo de vuelta nombres que jamás habían cursado en mi correo electrónico. Gente cuyos nombres evocan una variedad de experiencias juveniles.

Otros nombres que, como pasa, rinden cero ("¿Este fulano cursó el colegio conmigo?").

Y el hecho que a cierta edad, comienzan a diezmar los números. Murieron cinco de mis cincuenta y pico excompañeros. Cualquier día de estos, figuraré yo en el parte.

No somos íntimos de la vida, excepto los dos o tres que mantuvimos amistad a través de los años. A por lo menos uno no lo quiero ver ni en retraro. Pero, para mal o para bien, somos parte del entorno de nuestra juventud.

En mi caso son hombres (fui a un colegio de varones, donde la existencia de seres llamadas "chicas" era mayormente teórica) inteligentes, pujantes que se las han arreglado para salir a flote a pesar de todo lo que le ha pasado a la Repú ... blica Argentina desde 1968.

(Si, ya sé, algunos lectores no estaban en el mundo, ni en potencia. Se perdona.)

Se me ocurre que muchas de mis inquietudes tendrán eco en las suyas. Los valores que nos inculcaron fueron los mismos. Los puntos de referencia intelectuales son, en lo fundamental, los mismos.

Y habremos tenido todos fracasos semejantes. No se puede llegar a cierta edad sin fracasar; y sin fracasos no hay exitos. Hubiera querido decir que mis excompañeros y yo hicimos del mundo algo mejor, como esperábamos. Pero no.

Todo lo anterior hace del volver esa paradoja deseable e indeseable a la vez.

lunes, 4 de agosto de 2014

Plataforma para mi presidencia argentina

Conversando en la Internet con una amiga de la juventud caí en lo que esencialmente es una plataforma para gobernar la Argentina, bajo el supuesto que los ingratos ingobernables que la habitan me elijan. Agua va:

Se me ha planteado que el problema de la Argentina son la Iglesia, los sindicatos, los partidos políticos, los militares, las empresas y la ciudadanía. Es un comienzo.

A mi parecer, la Iglesia ha cortado y pinchado mucho menos de lo que se cree popularmente. Podría haber enseñado y ejemplificado los valores cristianos mejor, especialmente a los argentinos pudientes, pero la Iglesia son todos, no solo los curas. Y no es competencia del gobierno de una democracia pluralista ni dictar, ni subsidiar tampoco (aunque son muy pequeños los subsidios reales) a ninguna religión.

Los sindicatos habrían que reformarlos y desligarlos de partidos políticos. Inclusive, sus fondos debieran ser fiscalizados como lo deben ser todas las empresas, ya sean con fines de ganancia o no. Pero el derecho de asociación laboral es reconocido internacionalmente.

A las fuerzas armadas habrían que abolirlas. En una era de armas nucleares, los militares de juguete de la Argentina son ridículos. De todos modos, no han servido para más que para obstaculizar el orden constitucional desde 1930. Argentina no tiene vocación de guerra, y menos mal. No necesita fuerzas armadas.

Los partidos políticos son más problemáticos.

Desde 1946 hay un efectivo monopolio de la mayoría por parte de un partido. En mi modesta opinión, Nestor Kirchner intentó lo que yo siempre abogaba se hiciera con los peronistas: convertirlos en algo semejante al Partido Laborista inglés, que es un partido responsable (y, francamente, el que ha gobernado Gran Bretaña mejor desde 1945).

Habría que volver a intentarlo con otro dirigente, comenzándose con una purga del peronismo de pies a cabeza. Habría que destituir a todo oportunista, menemista, kirchnerista y fascistoide con antecedente de participación gubernamental; quizás debería contratarse a algún partido de la izquierda quijotesca e independiente para llevar a cabo la limpieza (sin violencia alguna).

Se necesita, también, una oposición efectiva y no truculenta. Los radicales fueron descabezados en 1930 y nunca se repusieron. La vieja UCRI parecía proponer un camino distinto, pero la descabezaron los militares (otra vez). La clase media necesita la voz que representaban los radicales, de Saenz Peña a Yrigoyen. Y tiene que ser una voz que sea sagaz. Requiérese una asamblea de egresados universitarios de medianos ingresos y buena reputación profesional, para formular una plataforma para un nuevo partido cívico centrista.

Hay que liquidar retóricamente con el gorilaje apartidario, las caceroleras de Barrio Norte, que representan un grupito esencialmente apátrida, cuyos intereses de poder ir a Punta (no sé si se estilará todavía) y a Paris no coinciden con el genuino patriotismo. Para ello, se propone establecer un partido conservador que presente a las claras la visión de la clase más privilegiada en el mercado abierto de ideas.

El comercio y las empresas deben estar regidas por leyes destinadas al bien común. Muchas tienen un peso político desmedido a pesar de no tener derechos de ciudadano; esto es especialmente notable cuando sus casas matrices están en países poderosos y los embajadores de esos países se creen representantes de las empresas y no de sus pueblos. Opino que el reemplazo de la inversión externa por inversión interna y la sustición de importaciones serían grandes pasos.

Y eso si: hay que insistir que el patriotismo no tiene nada que ver con escarapelas y marchitas militares, sino con la honestidad y el trabajo, el respeto y la consideración hacia las opiniones ajenas y la voluntad de ver que no hayan más habitantes del país que vivan en la miseria.

¿Me votan?

viernes, 1 de agosto de 2014

El Amanecer Reaganiano (1981-1992)

La derrota y el abandono decisivo de los valores del gran movimiento pro paz, derechos civiles y liberalización sexual de los años 1960 y 1970 sucedió en torno a la elección presidencial en 1980 de Ronald Reagan, en un movimiento semejante al de Margaret Thatcher en 1979, elección que ví de cerca el tiempo que viví en Londres.

Al igual que Thatcher sacudió a los laboristas, Reagan fue un golpe inesperado para los "liberals" de centro o centroizquierda en Estados Unidos. Cuando los republicanos nombraon candidato a Reagan, yo estaba convencido de que habían asegurado la reelección de Carter.

Por lo general, los presidentes estadounidenses, elegidos por cuatro años, son reelegidos y cumplen un mandato de ocho años. Hasta Carter, sólo nueve de los 37 presidentes anteriores, habían estado en el poder menos un solo mandato de cuatro años. Uno de ellos fue el predecesor de Carter, Gerald Ford, que fue designado por Nixon y no elegido. Antes de Ford, estaba Herbert Hoover, que no logró ser reelegido en 1932, pero eso en medio de la Gran Depresión, de la cual se culpó (con cierta razón) a su partido.

Nada ni remotamente parecido a la Depresión había sucedido bajo Carter. ¿Por qué se terminó negándosele un segundo mandato y se le dio la Casa Blanca a un actor mediocre que había gobernado California medianamente?

En parte, se puede atribuir la victoria de Reagan a una táctica que Lyndon Johnson predijo a sus íntimos cuando firmó la Ley de Derechos Civiles. "Les hemos entregado el Sur a los republicanos", dijo Johnson. Y en efecto, los republicanos adoptaron lo que llegó a denominarse "la estrategia sureña", la táctica de aprovechar el resentimiento de los blancos del sur por los avances de los afro-americanos.

Pero también podría llamarse la venganza de Goldwater. Sólo más tarde, cuando estudié los curriculums de la gente reaganiana clave, se me hizo evidente que, de la paliza electoral a Barry Goldwater en 1964 había quedado toda una falange de personas de más o menos mi generación que se convirtieron en agentes políticos republicanos. Por lo bajo establecieron un movimiento neo-conservador con el apoyo de una red de ejecutivos y millonarios (hoy diríamos billonarios), todo dedicado esencialmente a revertir las reformas.

Hay que entender que los neoconservadores republicanos se desplegaron desde un principio en dos alas significativas. Unos deseaban revertir los cambios sociales en cuanto a la moralidad sexual (la legalización del aborto, por ejemplo), el lugar de la mujer y, de soslayo (todavía no se animan a decirlo en voz alta), el asunto racial. Estos son los conservadores sociales. Otros deseaban revertir la sociedad civil a lo que era antes de 1932, cuando no había asistencia económica pública alguna, ni muchos trabajadores en sindicatos, la especulación bursátil y bancaria estaba libre de controles legales y los impuestos eran bajísimos. Estos son los conservadores económicos.

Este movimiento cortejó a los fundamentalistas cristianos desencantados con Carter. También contaron con católicos conservadores que veían como "herejías" tanto al "espíritu" del Segundo Concilio Vaticano como al rechazo masivo de la prohibición papal de la píldora anticonceptiva; aspiraban a un regreso a la "ortodoxia" social de los 1950 (sin recordar la discriminación hacia los católicos de aquella época).

Habían votantes que provenian de algunos sectores militares que, apesar de la tradición castrense de neutralidad partidaria absoluta, se sentían traicionado por políticos demócratas durante y después de Vietnam. Y a estos se añadieron los trabajadores industriales blancos y "ethnics" (blancos no-anglosajones), resentidos de perder su preeminencia laboral y económica ante afroamericanos y las mujeres. En conjunto estos eran los que el vicepresidente de Nixon, Spiro Agnew, había denominado "la mayoría silenciosa".

De ahí vino lo que en el momento se llamó la Revolución de Reagan, que fue en realidad una reacción termidoriana.

Los partidarios de Reagan fueron propagandístas muy efectivos. Transformaron una victoria electoral del 50,8% de los votos para Reagan en un "terremoto político". Usaron los votos del colegio electoral, que otorga todos los electores de un estado al candidato que obtiene la mayoría en el estado, para alegar que Reagan "ganó" 44 estados. Se las arreglaron también para conseguir que un hombre ya mayor que al máximo sabía leer un guión se convirtiera en "el gran comunicador".

No voy a recitar toda la presidencia de Reagan, pero resumiendo diría que Reagan intentó, y en muchos casos logró, revertir las políticas socioeconómicas de los 20 años anteriores.

Algunas cosas no podían ser abiertamente invertidos. La segregación legal e institucional no iba a volver, pero Reagan pudo erosionar el poder de los sindicatos, las minorías y las mujeres. Significativamente, puso en marcha una vasta redistribución de recursos que favoreció a los más ricos.

En particular, para frenar la inflación, que afecta más a los que poseen capitales, Reagan impuso políticas fiscales que desencadenaron una recesión económica que llevó una tasa de desempleo del 10 por ciento en 1982, altísima en Estados Unidos. La recesión también ayudó para imponer disciplina al mercado laboral y comenzar el enorme declive de la clase media. Todo este despliegue plutocrático se tapó con la propaganda conservadora de carácter social.

A los efectos sociales y culturales, la contrarrevolución convirtió a los eslóganes neo-conservadores en valores socialmente aceptados. De la noche a la mañana el empresario se convirtió en héroe, el afan de dinero en virtud, la familia nuclear en una institución sagrada de salvaguardia contra el feminismo, la homosexualidad y el amor libre. Dios, o decirse creyente, estuvo de moda de nuevo, hecho que tomó en cuenta una revista insulsa cuya carátula proclamó "God is Back!" (Dios ha vuelto).

Ahora bien, fuera de las grandes ciudades y los estados del norte y de la dos costas, los valores tradicionales de la llamada "ética protestante" (trabajo duro, frugalidad, integridad de la familia y puritanismo corporal) nunca había desaparecido de Estados Unidos. Durante los años 60 y 70, sin embargo, la juventud, demograficamente una pluralidad enorme, y los intelectuales habían hecho parecer como que toda la sociedad había cambiado.

Más significativo social y culturalmente que las políticas de Reagan, fue la auto-percepción de sectores a quienes Agnew había llamado "silenciosos": dejaron de estar en silencio.

Una vez más, por ejemplo, se podía oír la palabra "nigger" (una versión intraduciblemente muy insultante de la vieja palabra negro, que en inglés se pronunciaba "nigro" hasta que se la reemplazó con el vocablo más aceptado "black"). "Nigger" fue utilizado por Randy Newman, por ejemplo, en una canción satírica sobre "rednecks" (o pajueranos blancos del Sur); y aunque Newman no tuvo la intención de insultar, todo lo contrario (era una sátira que se mofaba de los que todavía usaban ese término), era de soslayo un signo del cambio: este tipo de broma se podía cantar en la radio.

Escuché la palabra un mañana en 1988, utilizado por un hombre blanco de clase media alta, parado en la puerta de su elegante casa en los suburbios de Bethesda. Le dirigía la palabra con enojo a una afroamericana, la cartera que accidentalmente había dejado caer el correo a sus pies, en lugar de entregarlos en la mano. Fue espantoso escucharlo y me quedó grabado.

Algo semejante ocurrió con "girl" en lugar de "woman" o "young woman". Girl (chica) se estilaba para toda mujer hasta que el movimiento feminista apuntó, con razón, que era una manera sutil de infantilizar y menoscabar a las mujeres. Era uno de muchos términos (mailman pasó a ser mail carrier) que el feminismo había logrado comenzar a cambiar para establecer un vocabulario menos prejuicioso.

Los hippies fueron ridiculizados, asi como el libertinaje sexual (que disminuyó con la aparición del SIDA) y las drogas recreativas. Curiosamente, en el mundo de las finanzas cundió la cocaína, un estimulante cuyo efecto de frenetismo empalma con ética protestante del trabajo; un corredor de bolsa cocainómano es muy, pero muy, eficiente ... hasta que el efecto se desvanece.

Cundieron asimismo las ideas de que todo gobierno era ineficiente por naturaleza, todo sindicato compuesto de meros matones estafadores y todo programa educativo moderno un bodrio de novelistas afroamericanos y poetisas lesbianas. Volvió a hablarse de los cánones literarios e intelectuales tradicionales eurocéntricos (tambien llamados de "hombres blancos muertos").

El aviso televisivo de la campaña de Reagan de 1984, para su reelección ofrece un artefacto sociocultural notable sobre esta época con su afamada frase, "Ha amanecido en [Estados Unidos] de nuevo ..." (http://youtu.be/EU-IBF8nwSY). Merece verse para entender.

Dejando de lado la desinformación retórica, la publicidad de Reagan es un retrato perfectamente orwelliano de la inversión social y cultural que los reaganianos lograron imponer en Estados Unidos. Y hay que fijarse en las imágenes del país que propone: rostros blancos, suburbios de clase media, un coche-estanciera y una boda. En el mundo de ese aviso todo es tradicional, como si los hippies, el movimiento contra la guerra de Vietnam y la lucha de los afroamericanos por sus derechos esenciales jamás hubieran existido.

La próxima entrega, la década de 1990.