viernes, 5 de junio de 2015

Ni una menos de ahora en adelante

Hecha la protesta el 3 de junio, en Buenos Aires y otras ciudades argentinas, queda mucho por hacer para que con grupos de lucha se logren cumplir las cinco consignas fijadas. Aporto mi apoyo a ese futuro con mis vivencias de la mujer argentina y de movimientos semejantes en el exterior.

Para mi la mujer argentina es mi madre, mis abuelas, mis primas, mis maestras, mis amigas y la única noviecita que tuve antes de irme del país hace décadas, apenas terminado el colegio secundario. Veo en ellas una representación del eje Eva-María del cristianismo católico.

La Eva a la que me refiero es la bíblica, pero podría ser Eva Perón: ambas querían ser más de lo que les había tocado y ambas mordieron el fruto prohibido so pretexto que habían sido seducidas por un personaje fálico.

En contraste, María es la sumisa "esclava del Señor" de los evangelios, que acepta las puñaladas en su corazón a raíz de la vida y muerte de su hijo, para convertirse en el modelo de pacífica resignación—"bendita tu eres entre todas las mujeres"—de los rosarios y los avemarías.

Recuerdo patente ver de niño a mi madre hecha un ovillo de sufrimiento en un sofá, cayéndosele lágrimas mientras clamaba a la Virgen entre sollozos
A Ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a Ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas.
Era una de las tantas ocasiones en que mi padre la abusó hasta que yo, menor de edad pero con un abogado a mi lado, acudí a la justicia argentina. Y fue entonces que aprendí que "justicia argentina" es un contrasentido, como lo son los términos "ética comercial" y "música militar".

Y eso fue antes de los desaparecidos. Al igual que "Ni una menos", es un incidente más de una problemática milenaria que tenemos la enorme fortuna de ver—¡al fin!—encarada en la Argentina por quienes desean resolverla.

Claro, quedan por instrumentarse los grupos de presión, investigación y conscientización constante. Hay que hacer el seguimiento del sistema legal, la legislación y la ejecución de las leyes. Tiene que insistirse que se vote solo quienes mejor defiendan las consignas feministas, no a las figuras corruptas y demagógicas que ofrezcan lindas palabras.

Pero no es la primera vez que se erige un movimiento feminista en el mundo para obtener logros notables.

El feminismo de la segunda ola (1963-79), que tuve ocasión de observar de cerca en Estados Unidos, cobró impulso en los 1960 en parte debido a esfuerzos del Presidente Kennedy en materia salarial, pero más ampliamente gracias a un accidente histórico poco después.

Cuando el Congreso debatía Ley de Derechos Civiles en 1964, congresistas sureños que se oponían ofrecieron—como "chiste"—una enmienda que agregaba "sexo" a las características que el proyecto de ley protegería de la discriminación en el empleo, la vivienda, la jurisprudencia y todo ámbito público. Las otras, en el texto original, eran color, raza, etnia, nacionalidad y religión.

El chiste fue aceptado en serio y hoy es ley. Y en 1966 unas 29 dirigentes similares a las de Ni Una Menos fundaron la National Organization for Women (Organización Nacional de la Mujer).

A partir de entonces comenzaron grupos de conscientización en casa privadas, luego estudios académicos publicados por universidades y toda una serie de agencias asistenciales, todo amparado en la ley.

En materia de ingresos la mujer sigue cobrando solo el 81% de lo que percibe un hombre por labor similar; en 1963 era el 59%. Y desde hace varios años se gradúan más mujeres que hombres de las universidades, lo que augura un cambio mayor en un futuro no muy lejano.

Se han establecido normas en la policía y los servicios sociales para tratar con la violencia doméstica, la violación y el tráfico humano de manera que siempre hay una mujer que está entre los que responde y los que proveen auxilio.


La sociedad estadounidense no ha llegado al nivel egalitario de Suecia, pero hay toda una variedad de instituciones y leyes que hacen que ciertos logros, aún cuando hay quienes los atacan, sean casi irreversibles.

Tampoco es EE.UU. la Argentina, donde las costumbres patriarcales, incluyendo los mensajes implícitos en los géneros gramaticales, se hallan muy arraigadas. Según lo que me llega, a nivel de la ciudadanía argentina común no se ha comenzado un análisis a fondo ni adquirido un consciencia de una nueva manera de pensar y obrar.

Toma tiempo y esfuerzo, pero se puede.

Habrán traspiés (en EE.UU. hubo un intento de enmienda constitucional que falló en 1982). Habrán excesos, como me cuentan de la marcha, con algunas que decían de los hombres "hay que matarlos todos" (lo que insisto fue una expresión teatral del desahogo de la rabia suprimida).

Habrán políticos que querrán copar el feminismo para su partido, como parece haber ocurrido con la súbita aparición de numerosos cuadros peronistas llevados en ómnibus a la manifestación para entronar a Evita. (No olvidarse que la mujer es Eva y no solo María; además de todo lo que hay entremedio.)

Y habrán quienes pregunten por qué no se preocupan por la violencia de las mujeres contra los hombres (que estadísticamente no es un problema).

No se desalienten, mis queridas feministas argentinas. Hasta la victoria, no importa que sea para las nietas. Hoy se comienza.