jueves, 14 de marzo de 2013

Las reacciones al papa argentino me recuerdan por qué me fui

Se festeja la elección de un argentino a la silla de San Pedro como si fuera un campeonato de fútbol. Al mismo tiempo, saltan alegatos turbios, sin hechos, fechas, datos. Esta es la Argentina de la que me fui en 1970 para no volver a vivir en ella más.

¡Cuánta ignorancia! ¡Cuánta bilis!

Hay naciones católicas acérrimas por rebeldía: Irlanda y Quebec frente al protestantismo inglés; Polonia, Eslovaquia y Croacia frente al imperio ruso ortodoxo (luego comunista). Son excepciones y su catolicismo ha ido en descenso a la par que ha mermado el poderío "hereje" invasor.

Pero en la Argentina, como en Iberoamérica en general, la Iglesia es colonial.  Las mayorías católicas son, como decía un cura, beatos de las "tres B": bautismo, boda y "belorio".

En la pampa se saludaba al viajero con "Ave María purísima", a lo que se respondía "Sin pecado concebida". ¿Era por fe o por costumbre?

La mayor parte de los "católicos" argentinos, el 90 y algo por ciento desde tiempos inmemoriales, son creyentes de nombre, pero del contenido de la fe han recibido poco y nada. Hay, en cambio, una mezcla de piedad popular, superstición y resabios de religiones precristianas que mezcla el carnaval con la cuaresma, los santos con los orixás, la calcomanía de la Virgen con la de la actriz del momento, Ceferino Namuncurá con San Perón.

He ahí la hinchada futbolera, la masa rasa, que esta semana ganó "el mundial" del papado. Pero como siempre con Argentina, y si, en toda Iberoamérica, hay también los bienpensantes que odian a la Iglesia por razones ideológicas, cuya información es escasamente mejor que la de la grey.

No hay anticlericalismo más rabioso que en países tradicionalmente católicos. Ver Garibaldi, Voltaire y Unamuno en Italia, Francia y España.

En la Argentina italianizada por un enorme influjo migratorio de los 1880 a 1914 y las dos posguerras hay toda una veta anarquista que deviene del famoso Enrico Malatesta y las ideas más perseguidas de Europa.

Para ellos bastan fotos de Jorge Bergoglio, en su condición de superior de los jesuitas y luego obispo, con el primer jefe de estado de facto del régimen de 1976-83, ambos en circunstancias litúrgicas o de protocolo, para argumentar que el nuevo papa es un "asesino". Me consta perfectamente que a Jorge Videla se le probó en plena corte, con abundancia de pruebas, su participación activa en más de 5 mil secuestros y asesinatos.

Pero en el caso de Bergoglio ni han habido juicios, ni se ha probado nada. Hubieron pesquisas e investigaciones, tanto oficiales, como extraoficiales y periodísticas, y no aparece el proverbial revolver humeante que demuestre complicidad en lo que los militares argentinos denominaron "guerra sucia".

No es suficiente el rumor para condenar, pero para la intelligentsia lumpen los hechos no interfieren en las conclusiones.

Quedemos claro. Bergoglio forma y ha formado parte de la cúpula de un clero que en lo fundamental tiende a lo conservador en teología, en filosofía y el su visión de la sociedad. La jerarquía argentina es un mar de tomistas al servicio del último monarca absoluto del mundo. No es de esperar de ellos una revolución.

Confieso que ese conservadurismo fue uno de los factores que influyó en que yo abandonara lo que pudo ser una vocación al sacerdocio en épocas en que centellaban aquellas luces de lo que en la Iglesia post-conciliar se llamó la lectura de "los signos de los tiempos".

Me refiero a Populorum Progressio y la Declaración de Medellín. A Dom Helder Câmaras, el obispo brasileño que abogaba tratar al ateo Marx como Tomás de Aquino trató al pagano Aristóteles. A Gustavo Gutiérrez, el amanuense de la teología de la liberación que emanó de las comunidades eclesiales de base, o a Carlos Mugica, el sacerdote de las "villas miserias" de Buenos Aires, a quienes muy brevemente conocí. Finalmente, me refiero a Camilo Torres, el sacerdote guerrillero de Colombia cuya muerte con ametralladora en la mano es todavía inflige un signo de contradicción.

¿Fueron excepciones? O son, como Francisco de Asís o Francisco Javier, la minoría que realmente se hizo cristiana.

Todo esto es debatible. Lo indisputable es que no es crimen ser papa dogmático, como Francisco I.