sábado, 28 de noviembre de 2015

Nestor tenía razón: la Argentina es un país anormal

La Argentina no es todavía, en el sentido que hablaba Nestor Kirchner como meta propia, un país normal. Y eso lo demuestran estas recientes elecciones presidenciales.

Hay, si, una amago de normalidad. Uno aprende cuando uno somete sus esbozos de ensayo analítico a los medios sociales que siempre hay un detalle que resulta que la realidad es más compleja de lo que uno cree. Pero en el fondo estimo que la anormalidad está demostrada.

Propuse que este es un momento inédito en la memoria de los argentinos. Ofrecí la transición de 1916, cuando Victorino de la Plaza, del PAN, le entregó el bastón a Hipólito Yrigoyen, de la UCR.

Y dije que no había sucedido desde entonces una transición presidencial de un partido a otro opuesto sin una crisis o exigencia económica o política y sin injerencia militar, todo ordenadito como manda la Constitución, desde entonces. Resulta que Carlos Menem, del PJ, entregó el bastón presidencial a Fernando de la Rúa, del UCR, en 1999.

Ahora bien, De la Rúa no llegó a terminar su período presidencial en gran parte porque Menem le dejó la bomba a tiempo de la paridad ficticia de la moneda argentina con el dólar, que explotó en el 2001.

Es difícil creer que Menem no sabía que la bomba iba a explotar, asi como me fue siempre difícil encuadrar a Menem, un neoliberal extremo que hasta privatizó plazas públicas, en el panteón peronista.

No deja de ser cierto que en los últimos 100 años, la mitad se vivió a la sombra de golpes o amenza de golpes militares, o fraude. Y desde 1983 hubieron traspasos de partidos, todos (menos uno, de breve duración) forzados por exigencias del momento y a destiempo con el calendario constitucional.

Y me refiero a transiciones de poder normales, como de laboristas a tories en Inglaterra o de la derecha a los socialistas en Francia o del Partido Conservador (en economía neoliberal) al Partido Liberal (keynesiano) en Canadá. Algo increíblemente raro para la Argentina.

A pesar de la imprecisión de la que acepto corrección, hay un hilo común en la anormalidad argentina, una política de hegemonismos en el poder en su historia.

La Argentina fue del régimen Federal de Rosas (1829-52) al paternalismo oligárquico del Partido Nacional Autonomista (1880-1916), a un intento de gobiernos de la clase media ilustrada (1916-1930) al peronismo (1946-?), con repetidas intervenciones militares (otro poder hegemónico) entre 1930 y 1983.


¿Por qué será que es tan ingobernable la Argentina que requiere la existencia de grupos políticos que se aferran al poder indefinidamente, hasta que otro lo supera? ¿No sería mejor que hubieran alternancias de dos o tres partidos que se corrigen sus errores mútuamente?

viernes, 20 de noviembre de 2015

Clinton y los Noventa (1992-2000)

Hubo en Estados Unidos, desde mi perspectiva, tres décadas Noventa. (Aclaremos que me refiero a los 1990, dado que llegué a conocer a quienes "los Noventa" eran los 1890.) Y en esta entrega de una serie* que comencé en julio del 2014, abordaré esas tres épocas en Yanquilandia.

Transición

La primera fue la continuación de los años 80 hasta el año 1992, que fue año de elecciones presidenciales. Ese año fue también un momento de una recesión económica, que en su momento se pensó un evento estructural que auguraba una catástrofe para el país. No lo fue.

Pocas personas hoy en día recuerdan cómo se sentía en ese momento. Me acuerdo que en una salida con nuestros hijos a un partido de baseball, le dije a un amigo que se venía el gran desastre y se puso molesto. Mi amigo es republicano y católico conservador y un desastre terminaría la era reaganian. Además era constructor y la construcción es una industria muy sensible a los vaivenes económicos y no quería que su hijo se preocupara. Yo no lo dije por ideologizar el momento o jactarme de mi independencia económica (había ascendido a directivo de la empresa que terminé comprando), sino porque parecía ser la realidad económica.

La recesión terminó tan rápidamente como empezó. Todo se detuvo una semana calurosa de junio y volvió el auge en diciembre, después de que Clinton venció a Bush (padre).

Sin embargo, la recesion sacudió la confianza de lo que de llama el Heartland (o "tierra del corazón", los estados entre los Apalaches y las cadenas de montañas Rocosas, que están en el centro del país). Del amanecer reaganiano se pasaba a un grisáceo atardecer. Y es por eso que el lema para el personal de la campaña de Clinton fue "it's the economy, stupid" ("es la economía estúpido", una manera de recordarles que la gente vota con el bolsillo más que con la ideología o la religión).

Clinton ganó una victoria demócrata tradicional contra la incompetencia republicana, caracterizada por una actitud laissez faire (dejar hacer) frente a una recesión económica. Era casi lo mismo que la victoria de Franklin Roosevelt en 1932 frente a la apatía de Hoover ante la Gran Depresión. Lo de 1992 fue una recesión leve que asustó y los estadounidenses siempre han votado con sus billeteras.

Al aparecer las primeras grietas en el tinglado de reaganiano, se agrió el  jarabe de miel del Sueño Americano que Reagan le había vendido al público yanqui. De repente, la gente comenzó a darse cuenta de cambios negativos que se habían tapado.

Comenzó, por ejemplo la procupación por los "homeless" o gente sin hogar que comenzaron a aparecer como mendigos callejeros en todas las grandes ciudades por primera vez desde la Gran Depresión. (En parte, fue un fenómeno producido por el cierre, bajo Reagan, de "hogares de transición", o sea menos formales que manicomios, para gente con trastornos mentales de funcionalidad baja pero no agresivos.)

Otra pautas de la época fue la toma de conciencia de la pérdida de puestos de trabajo a las fábricas en el extranjero, en general la movida de manufactura a países con costos laborales más bajos gracias a la ausencia de sindicatos (México y Malasia fueron muy populares entre los ejecutivos de las transnacionales). ¡Adiós "Made in U.S.A."!

Finalmente, se reconoció la transformación del agro de granjas manjadas por familias, quienes perdieron sus tierras en la recesión de Reagan a comienzos de los Ochenta, a una industria manejada por empresas que poseían tierras y empleaban gente para cultivar y ciudar ganado, o lo que se terminó llamando el agribusiness, la agroempresa. La granja familia (family farm) fue por gran parte de un siglo, de los 1880 a 1980, un puntal del mito del Sueño Americano.

Ambos fenómenos crearon una enorme franja social blanca repentinamente caída de un estante socioeconómico a otro. De trabajadores industriales cuyos sueldos les permitía enviar a sus hijos a la universidad, que en Estados Unidos es paga y cara, pasaron al desempleo casi permanente o al subempleo. De dueños más o menos independientes de tierras que sus abuelos habían obtenido gracias a la expansión hacia el Oeste, pasaron a meros empleados urbanos.

Toda esa masa resentida fue cuidadosamente seducida por los republicanos, quienes nutrieron el racismo, el calvinismo capitalista fanático (ser pobre es ser haragán y por lo tanto pecador) y toda la "guerra cultural" entre conservadores y liberals en materia de costumbres sociales (cuestiones aborto, divorcio, sexualidad, etc.).

Bonanza

La segunda década de 1990 es lo que vino con Clinton, que de carambola le tocó un auge económico sin paralelo en la historia de Estados Unidos. Fue un momento de riqueza sin precedentes que Clinton, demócrata centrista, encauzó hacia un bienestar compartido.

A mi modo de ver, y de hecho hay mecanismos específicos que lo hacen así, los presidentes estadounidenses no controlan la economía, pero si tienen palancas para redistribuir riqueza, ya sea para arriba (Reagan y republicanos) o para abajo (Clinton y demócratas).

La gente, incluso la gente común, llegó a tener más dinero del que sabían que hacer con él. Un hecho notable fue la triplicación del mercado de valores en esa década. El índice más destacado, llamado el Dow-Jones Industrial Average subió de los 3.000 a los 10.000 en los 90 (ahora está alrededor de los 17.000).

La generación acunada en los 80 y que pasó por la adolescencia en los 90, hoy llamados Millenials (del fin de milenio), recuerdan esos años dorados en los que el bienestar se sentía en todas partes. La inflación bajó al 2% anual y el desempleo al 4%, ambos niveles bajísimos y casi los más bajos posibles en una economía en crecimiento.

Son una generación generosa y segura de sí mismo de sí mismas, a diferencia de sus hermanos mayores, la Generación X (1965-1980), más abatida y considerada un poco perdida por haber nacido en medio de mucha agitación social y del comienzo del estancamiento económico de la clase media.

En lo político, Estados Unidos se dividó decisivamente entre "rojos" y "azules", colores que no son ideológicos sino que provienen de una convención estética adoptada en los años 80 para los mapas electores en la televisión. Dado que el colegio electoral significa que ganar una majoría en un estado implica ganar todos los electores presidenciales, cuando se proyectaba la victoria del candidato republicano, la televisión cambiaba el color del estado de blanco a rojo, y si ganaba el demócrata el estado de blanco a azul.

Y así quedó el partidismo estadounidense que persiste hasta hoy. Los estados rojos, o conservadores y republicanos, están en el Sur y Centro Sur y el Suroeste). Nada que ver con el uso del siglo XIX del rojo por los socialistas y comunistas. El EEUU azul, o variadamente progresista y demócrata, consiste de ambas costas (con exclusión de los estados costeros del Sur), Nueva Inglaterra y los estados industriales del norte.

Popularmente, la brecha (que continúa hasta nuestros días) es una cuestión de lugar social y la cultura, en lugar de la ideología. Los estadounidenses, como he señalado, no son ideológicamente afines. Una tipología de los estratos de la sociedad estadounidense requeriría un conjunto de otras entradas.

World Wide Web

La tercera década de los 90 en Estados Unidos comenzaron con la aparición de una nueva tecnología que se había cultivado cuidadosamente en las universidades y el gobierno (pero no en el uso público generalizado) desde los años 60, la Internet.

La red se había diseñado en Unix, un sistema operativo producido por el laboratorio de la empresa monopólica de teléfonos, los Bell Labs de la AT&T. Se pensó como un sistema descentralizado por razones militares, con la idea de asegurar la supervivencia de este medio de comunicación intelectual después de una guerra nuclear. Una vez comercializada, en los 90 cuando el monopolio telefónico fue deshecho por órden judicial, la Internet comenzó la revolución que conocemos todos hoy.

La Internet y la tecnología que maximizó la productividad a niveles impensables solo años atras llevó a un auge mundial que prolongó la recuperación del bienestar en la expansión económica más larga de la historia de EE.UU.. Los estadounidenses a fines de 1990 creyeron, sin distinción de tinte político o grupo étnico, que entre la caída del comunismo y la Internet, todos los problemas habían llegado a un punto en el que todo se podría solucionar en una comunidad global capitalista. Esa idea apareció en un famoso libro The End of History (El Fin de la Historia) de Francis Fukuyama.

Era la ilusión inevitable de una década de la riqueza sin igual y un mundo de alta tecnología unipolar aparentemente con ilimitada capacidad de organizarse a nivel mundial y curar todos los males. El gobierno de EE.UU. llegó a tener excedentes fiscales proyectados hacia un futuro casi sin fin. Wall Street estaba rugiendo (dicen que en el último politburó aplaudieron cuando vieron la película homónima). Europa se unificó con una sola moneda. Incluso China hizo su apertura al capitalismo. Y una nueva tecnología nos estaba unificando a toda la raza humana junta, para siempre.

Por supuesto, hubieron presagios de que eso no iba a durar.

Por ejemplo, cuando se aprobó en 1996 la reforma de la asistencia pública a los necesitados, reduciendo los beneficios a un máximo de cinco años de por vida, se vio un indicio de falta de sensibilidad hacia los perdedores económicos.

Igualmente, los escándalos de Clinton con Monica Lewinsky produjeron una telenovela nacional. Me tomó una década darme cuenta todo aquello no era una más cortina de humo detrás de la cual se derogaron leyes que desde los años 1930 habían separado la banca, la bolsa y la industria de los seguros en compartimientos estancos. (Su eventual resultado se vio en el 2008.)

Finalmente, el fraude electoral que derrotó al demócrata Al Gore, quien ganó la mayoría de los votos pero perdió en el colegio electoral, demostró que perduraban los Darth Vaders socioeconicos y políticos del país.

La década de 1990 no terminó en el año 2000 (o 1999 como algunos pensaban). Terminaron una mañana diáfana y soleada de fines de verano el 11 de septiembre de 2001, cuando dos aviones de pasajeros fueron estrellados contra las torres gemelas del llamado Centro Mundial de Comercio de New York.

* Esta es otra entrega de una breve serie que intenta esbozar la historia cultural y social contemporánea de Yanquilandia, a través de como se sintió el tiempo y el lugar. Todo esto surge de un intercambio con una corresponsal francesa, que provocó pensamientos que podrían ser de interés para mis lectores hispanoparlantes.

sábado, 14 de noviembre de 2015

Poner la otra mejilla y amar ISIS

Aunque no estoy de acuerdo con violencia de cualquier tipo y deploro lo que pasó en París, esta es una lección que sospecho será ignorada. Ciertamente, el 11 de septiembre del 2001, escuché llamados a la venganza hasta del púlpito (por parte de un sacerdote irlandés), a pesar de clara enseñanza de Jesús de dar la otra mejilla y amar a nuestros enemigos.

No espero que nadie en Francia se acuerde del odio profundamente arraigado hacia los musulmanes en Francia y el maltrato de todos los árabes por los franceses. Estoy seguro de que pocos en Francia, o en otras partes de Occidente, recuerden que fue Francia la que proporcionó un importante ejemplo occidental de secuestro, tortura y asesinato sin juicio en Argelia hacia fines de la década de los 1950.

Claro, no cuentan en los ojos occidentales, porque después de todo, en la percepción europea no eran más que unos morenitos musulmanes, y no blancos pseudo-cristianos.

París, Francia fue un objetivo apropiado para musulmanes desesperados. No es algo hecho al azar. No estoy de acuerdo con lo que hicieron, pero reconozco lo hecho como lo que es.

Nadie en Occidente jamás piensa en estas cosas, tanto como nadie se pone a pensar de las décadas de depredaciones por parte de intereses petroleros occidentales al mundo árabe y musulmán. La fatwa de Osama bin Laden en 1998, sin duda una perorata pesada, no salió de la nada.

Fíjense en la tiranía de la Casa de Saud en Arabia y en los varios emiratos gobernados por príncipes que venden a su gente por recaudos del petróleo. Está el golpe de la CIA contra Mossadegh en Irán, los esfuerzos anglo-franceses contra Nasser en Egipto, la alianza de conveniencia soviético/rusa con la familia tirana Al Assad en Siria.

Y no nos olvidemos del elefante en la sala: los 2 millones de palestinos árabes muchas de cuyas familias han vivido como refugiados en su propia tierra desde 1948.

La lección es clara: hay que dar con una salida pacífica a esta situación. Hay que abrir las puertas a los refugiados y compartir nuestra abundancia con el mundo que nos ha proporcionado combustible.

Seamos líderes en el mundo, no con más guerra y dinero por el barril a las empresas que especulan con la carne de cañon, pero con la paz y la alimentos y asistencia a los que sufren en el Medio Oriente.

Sin duda, los agentes de la violencia deben abandonarla. Pero tal vez deberíamos mostrarles el camino con el ejemplo. Practiquemos lo que predicamos.

No hagamos de esto en una excusa perfecta para militarizar nuestras sociedades, destruir lo poco que queda de la democracia en Occidente y empezar la Tercera Guerra Mundial.

Empecemos, en cambio, la Primera Paz Mundial.