Transición
La primera fue la continuación de los años 80 hasta el año 1992, que fue año de elecciones presidenciales. Ese año fue también un momento de una recesión económica, que en su momento se pensó un evento estructural que auguraba una catástrofe para el país. No lo fue.
Pocas personas hoy en día recuerdan cómo se sentía en ese momento. Me acuerdo que en una salida con nuestros hijos a un partido de baseball, le dije a un amigo que se venía el gran desastre y se puso molesto. Mi amigo es republicano y católico conservador y un desastre terminaría la era reaganian. Además era constructor y la construcción es una industria muy sensible a los vaivenes económicos y no quería que su hijo se preocupara. Yo no lo dije por ideologizar el momento o jactarme de mi independencia económica (había ascendido a directivo de la empresa que terminé comprando), sino porque parecía ser la realidad económica.
La recesión terminó tan rápidamente como empezó. Todo se detuvo una semana calurosa de junio y volvió el auge en diciembre, después de que Clinton venció a Bush (padre).
Sin embargo, la recesion sacudió la confianza de lo que de llama el Heartland (o "tierra del corazón", los estados entre los Apalaches y las cadenas de montañas Rocosas, que están en el centro del país). Del amanecer reaganiano se pasaba a un grisáceo atardecer. Y es por eso que el lema para el personal de la campaña de Clinton fue "it's the economy, stupid" ("es la economía estúpido", una manera de recordarles que la gente vota con el bolsillo más que con la ideología o la religión).
Clinton ganó una victoria demócrata tradicional contra la incompetencia republicana, caracterizada por una actitud laissez faire (dejar hacer) frente a una recesión económica. Era casi lo mismo que la victoria de Franklin Roosevelt en 1932 frente a la apatía de Hoover ante la Gran Depresión. Lo de 1992 fue una recesión leve que asustó y los estadounidenses siempre han votado con sus billeteras.
Al aparecer las primeras grietas en el tinglado de reaganiano, se agrió el jarabe de miel del Sueño Americano que Reagan le había vendido al público yanqui. De repente, la gente comenzó a darse cuenta de cambios negativos que se habían tapado.
Comenzó, por ejemplo la procupación por los "homeless" o gente sin hogar que comenzaron a aparecer como mendigos callejeros en todas las grandes ciudades por primera vez desde la Gran Depresión. (En parte, fue un fenómeno producido por el cierre, bajo Reagan, de "hogares de transición", o sea menos formales que manicomios, para gente con trastornos mentales de funcionalidad baja pero no agresivos.)
Otra pautas de la época fue la toma de conciencia de la pérdida de puestos de trabajo a las fábricas en el extranjero, en general la movida de manufactura a países con costos laborales más bajos gracias a la ausencia de sindicatos (México y Malasia fueron muy populares entre los ejecutivos de las transnacionales). ¡Adiós "Made in U.S.A."!
Finalmente, se reconoció la transformación del agro de granjas manjadas por familias, quienes perdieron sus tierras en la recesión de Reagan a comienzos de los Ochenta, a una industria manejada por empresas que poseían tierras y empleaban gente para cultivar y ciudar ganado, o lo que se terminó llamando el agribusiness, la agroempresa. La granja familia (family farm) fue por gran parte de un siglo, de los 1880 a 1980, un puntal del mito del Sueño Americano.
Ambos fenómenos crearon una enorme franja social blanca repentinamente caída de un estante socioeconómico a otro. De trabajadores industriales cuyos sueldos les permitía enviar a sus hijos a la universidad, que en Estados Unidos es paga y cara, pasaron al desempleo casi permanente o al subempleo. De dueños más o menos independientes de tierras que sus abuelos habían obtenido gracias a la expansión hacia el Oeste, pasaron a meros empleados urbanos.
Toda esa masa resentida fue cuidadosamente seducida por los republicanos, quienes nutrieron el racismo, el calvinismo capitalista fanático (ser pobre es ser haragán y por lo tanto pecador) y toda la "guerra cultural" entre conservadores y liberals en materia de costumbres sociales (cuestiones aborto, divorcio, sexualidad, etc.).
Bonanza
La segunda década de 1990 es lo que vino con Clinton, que de carambola le tocó un auge económico sin paralelo en la historia de Estados Unidos. Fue un momento de riqueza sin precedentes que Clinton, demócrata centrista, encauzó hacia un bienestar compartido.
A mi modo de ver, y de hecho hay mecanismos específicos que lo hacen así, los presidentes estadounidenses no controlan la economía, pero si tienen palancas para redistribuir riqueza, ya sea para arriba (Reagan y republicanos) o para abajo (Clinton y demócratas).
La gente, incluso la gente común, llegó a tener más dinero del que sabían que hacer con él. Un hecho notable fue la triplicación del mercado de valores en esa década. El índice más destacado, llamado el Dow-Jones Industrial Average subió de los 3.000 a los 10.000 en los 90 (ahora está alrededor de los 17.000).
La generación acunada en los 80 y que pasó por la adolescencia en los 90, hoy llamados Millenials (del fin de milenio), recuerdan esos años dorados en los que el bienestar se sentía en todas partes. La inflación bajó al 2% anual y el desempleo al 4%, ambos niveles bajísimos y casi los más bajos posibles en una economía en crecimiento.
Son una generación generosa y segura de sí mismo de sí mismas, a diferencia de sus hermanos mayores, la Generación X (1965-1980), más abatida y considerada un poco perdida por haber nacido en medio de mucha agitación social y del comienzo del estancamiento económico de la clase media.
En lo político, Estados Unidos se dividó decisivamente entre "rojos" y "azules", colores que no son ideológicos sino que provienen de una convención estética adoptada en los años 80 para los mapas electores en la televisión. Dado que el colegio electoral significa que ganar una majoría en un estado implica ganar todos los electores presidenciales, cuando se proyectaba la victoria del candidato republicano, la televisión cambiaba el color del estado de blanco a rojo, y si ganaba el demócrata el estado de blanco a azul.
Y así quedó el partidismo estadounidense que persiste hasta hoy. Los estados rojos, o conservadores y republicanos, están en el Sur y Centro Sur y el Suroeste). Nada que ver con el uso del siglo XIX del rojo por los socialistas y comunistas. El EEUU azul, o variadamente progresista y demócrata, consiste de ambas costas (con exclusión de los estados costeros del Sur), Nueva Inglaterra y los estados industriales del norte.
Popularmente, la brecha (que continúa hasta nuestros días) es una cuestión de lugar social y la cultura, en lugar de la ideología. Los estadounidenses, como he señalado, no son ideológicamente afines. Una tipología de los estratos de la sociedad estadounidense requeriría un conjunto de otras entradas.
World Wide Web
La tercera década de los 90 en Estados Unidos comenzaron con la aparición de una nueva tecnología que se había cultivado cuidadosamente en las universidades y el gobierno (pero no en el uso público generalizado) desde los años 60, la Internet.
La red se había diseñado en Unix, un sistema operativo producido por el laboratorio de la empresa monopólica de teléfonos, los Bell Labs de la AT&T. Se pensó como un sistema descentralizado por razones militares, con la idea de asegurar la supervivencia de este medio de comunicación intelectual después de una guerra nuclear. Una vez comercializada, en los 90 cuando el monopolio telefónico fue deshecho por órden judicial, la Internet comenzó la revolución que conocemos todos hoy.
La Internet y la tecnología que maximizó la productividad a niveles impensables solo años atras llevó a un auge mundial que prolongó la recuperación del bienestar en la expansión económica más larga de la historia de EE.UU.. Los estadounidenses a fines de 1990 creyeron, sin distinción de tinte político o grupo étnico, que entre la caída del comunismo y la Internet, todos los problemas habían llegado a un punto en el que todo se podría solucionar en una comunidad global capitalista. Esa idea apareció en un famoso libro The End of History (El Fin de la Historia) de Francis Fukuyama.
Era la ilusión inevitable de una década de la riqueza sin igual y un mundo de alta tecnología unipolar aparentemente con ilimitada capacidad de organizarse a nivel mundial y curar todos los males. El gobierno de EE.UU. llegó a tener excedentes fiscales proyectados hacia un futuro casi sin fin. Wall Street estaba rugiendo (dicen que en el último politburó aplaudieron cuando vieron la película homónima). Europa se unificó con una sola moneda. Incluso China hizo su apertura al capitalismo. Y una nueva tecnología nos estaba unificando a toda la raza humana junta, para siempre.
Por supuesto, hubieron presagios de que eso no iba a durar.
Por ejemplo, cuando se aprobó en 1996 la reforma de la asistencia pública a los necesitados, reduciendo los beneficios a un máximo de cinco años de por vida, se vio un indicio de falta de sensibilidad hacia los perdedores económicos.
Igualmente, los escándalos de Clinton con Monica Lewinsky produjeron una telenovela nacional. Me tomó una década darme cuenta todo aquello no era una más cortina de humo detrás de la cual se derogaron leyes que desde los años 1930 habían separado la banca, la bolsa y la industria de los seguros en compartimientos estancos. (Su eventual resultado se vio en el 2008.)
Finalmente, el fraude electoral que derrotó al demócrata Al Gore, quien ganó la mayoría de los votos pero perdió en el colegio electoral, demostró que perduraban los Darth Vaders socioeconicos y políticos del país.
La década de 1990 no terminó en el año 2000 (o 1999 como algunos pensaban). Terminaron una mañana diáfana y soleada de fines de verano el 11 de septiembre de 2001, cuando dos aviones de pasajeros fueron estrellados contra las torres gemelas del llamado Centro Mundial de Comercio de New York.
* Esta es otra entrega de una breve serie que intenta esbozar la historia cultural y social contemporánea de Yanquilandia, a través de como se sintió el tiempo y el lugar. Todo esto surge de un intercambio con una corresponsal francesa, que provocó pensamientos que podrían ser de interés para mis lectores hispanoparlantes.
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