lunes, 1 de enero de 2007

Amate a Ti Mismo

Seamos honestos y admitamos que en el centro de nuestra existencia hay una persona: nosotros, yo, Número Uno. Nos enseñan a contener ese no. 1: padres y maestros insisten en que el no. 1 ceda su lugar a otros; ese no. 1 aprende a odiarse a si mismo, a castigarse a si mismo, a aspira a humillarse. ¡Es un absurdo!

A fin de cuantas, sólo puedo contar conmigo mismo. Y el lector consigo mismo.

¿Pensaste que el presidente iba a cuidarte de los terrores de la noche? ¿Esperabas que tu mamá vendría a abrazarte en la cola de los desempleados? ¡Ja!

Además, no puedo divorciarme de mismo. Contra viento y marea me acompaño a mi mismo, quiera o no.

Ésa es vía negativa al amor hacia uno mismo.

Démosle vuelta. Yo puedo satifacerme mejor que ninguno. Puedo ayudarme a crecer también y a realizarme mejor que nadie.

Comencemos por lo pequeño. Puedo despertar hambriento y alimentarme. Puedo estar sucio y lavarme.

Es más de lo que parece. Una persona minusválida me dijo que soy una persona temporariamente hábil y sana; ya llegará el día en que quedaré postrado en cama e incontinente.

Por el momento, puedo hacerme todo que mi madre hizo por mí cuando era un recién nacido -- y más aún. Puedo hacer probablemente todo esto con la mayor precisión que cualquier otra persona, puesto que sé exactamente de lo que deseo, qué me hará me sentirme bien.

En la República de Yo, soy el pueblo y los representantes. Soy el soberano y el súbdito en mi propio reino.

En mis conflictos internos (acordarse de la dialéctica) apunto a mejorar las cosas para mi sector laboral y de capital, mi varón y mujer (sí, Virginia, sos macho también), el jefe y el conducido. Mis unos mismos internos viven en convenio pactado y con el potencial de llegar a la paz.

Somos un pequeño reino, Yo y Mi Mismo, felices y prósperos. Nos encanta saludarnos en el espejo. Esa cara familiar tan maravillosa.

¿Es demasiado gorda, arrugada, sebácea, pálida? Podemos elegir comer mejor, utilizar un maquillaje mejor, o elegir sencillamente hacer caso omiso.

Tengo esa posibilidad. Puedo amarme.

Claro, en algún momento, o tres, veremos esos galanes y estrellas de cine en la cubierta de una revista, esos políticos en la TV, o esos autores en las contratapas de un libro … y, por un momento, los gusanos de la envidia y el odio nos conducirán a la rabia contra esos atrevidos que se animan a proyectarse de una manera mejor que nosostros.

Nuestras caras en el espejo parecerán poca cosa. Como que no conseguí ser el corresponsal en París del New York Times y a casarme a un novelista rubia y Nobelista sólo por no tener la facha.

¡Totalmente incorrecto! En el Dominio de Mi Mismo & Yo (observar el signo "&" en nuestro título augusto) esos términos y reglas no tienen jurisdicción.

En los canales personales de mi cerebro, todos los programas se dedican al afamado yo. Mi Academia de la Lengua me acuerda su honor más alto cada año. Nosotros mismos, somos, como los Beatles dijeron, más famoso que Jesús.

Tenemos tanto en nosotros mismos que desbordamos hacia otros. ¡Por supuesto, estamos enamorados … !

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