jueves, 30 de junio de 2011

Érase una vez una Yanquilandia (2a. entrega)

(Nota del editor: A continuación seguimos con la historia comenzada en  Érase una vez una Yanquilandia sin Hispanos ni Latinos, dedicada a un joven que piensa en regresar al país en que nació.)

Cuando Estados Unidos finalmente accedió a elegir presidente a un católico (en la Argentina ser católico era requisito constitucional y ya ven lo necesario que es para el buen gobierno), empecé a notar que aún entre mis correligionarios se hablaba de "Latins" (latinos) como algo exótico: había una región donde bailaban tango y cha-cha; se llamaba Buenos Aires y la capital era Brasil.

Ser Latin, se me auguraba, sería una gran cosa cuando fuera grande porque las mujeres se desvivían por los Latins. Claro, al igual que a los afro-estadounidenses se les atribuía dones deportivos y musicales, el de los Latins era el baile seductor.

Luego, con la revolución sexual, aparecieron las gringas jovencitas (y algunas no tanto) que se iban a España, Italia or Francia, verdaderos países latinos, a revolcarse con hombres recios, bronceados, de bigote, gomina y pelo en pecho. Se quejaban de que las piropearan cuando su atuendo era, para aquellas sociedades, un escándalo.

Pero ¡ojo! Al igual que en la reciente película Vicky Christina Barcelona, ese turismo sexual era otra manera de menosprecio. Las rubias y pelirrojas de Norteamérica hacen sus experimentos sexuales con latinos, pero se casan con un blanquito aburrido que gana mucho dinero. No confundamos las prioridades.

Y sigue así la murga.

Cuando hablan de Hispanics (ahora se estila lo que a mi me parace el vocablo menos agraciado Latino/a), en USA piensan en:
  • mexicanos (hay algunos que ya estaban en el país en 1848, pero siguen siendo "mexicanos");
  • puertorriqueños (ver lo que en Sudamérica se distribuyó como "Amor Sin Barreras", alias West Side Story); y
  • cubanos (gusanos que conservan en sus mentes, la imagen pre-1959 de un mundo mítico que no existió nunca, pero que perdura desvencijada al igual que los antiguos Chevrolets de La Habana actual).
Para cualquier sudamericano o centroamericano, sin embargo, la cultura social hispanoamericana tiene poco y nada que ver con el barbudo caribeño, los jíbaros o el sombrero charro. Fíjense que una yanqui no me quería creer que la palabra "sombrero" significa "hat" en castellano y no meramente el atuendo de cabellera típico de Don Pancho Villa.

Bueno, no nos demos aires que hay bastantes idioteces que se dicen por allá de la vida acá ("los yanquis solo comen alimentos enlatados"). A lo que apunto, sin embargo, es que entre nosostros y ellos (y a veces no sé cuál es cuál ni si no se merecen mútuamente) hay un golfo enorme que perdura, a pesar del fax y la Internet.

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