lunes, 5 de marzo de 2012

No somos plantas, no tenemos raíces

El pesar de una amiga que, como yo, vive entre varias culturas sociales, evoca todo un submundo de dolores que aquejan de cuando en cuando a quién se ve siempre extranjero. Propongo revisar el significado y la realidad de la familia, la tribu, la raza, la religión organizada y la patria.

Yo no elegí cuándo y dónde nacer, ni de que raza o tribu, o dentro de qué familia y mucho menos país. De todos modos, los países son ficciones legales; la patria no existe. El concepto de raza ha sido desvirtuado por la ciencia; las razas no existen.

Las religiones son todas falsas y verdaderas; pero los cleros, los libros sagrados y los ritos son puro invento, útiles para quienes saben aprovecharse de ellos. La tribu, agrupación que ha abarcado a veces al país y la raza y aún la religión, es una invención humana del pasado que respondió a la ley de la selva.

Estos resabios de otras épocas conforman lo que nos es familiar y, a veces, nos proporciona identidad cuando no somos lo suficiente maduros para adoptar una propia.

¿Con qué derecho verdadero se me exige declarar ciudadanía, banderear patrotismo, vitorear la superioridad racial, creer en el dogma sagrado, defender la tribu y adherirme a los lazos de sangre?

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