Algunos lectores me han hecho saber que han comenzado a reconocer en la entrada pasada (La lección de la "amiga" de Felipe Pigna) la triste excusa multiuso de ser "nacionalista". No sé si es una tara exclusivamente argentina; pero que es argentina, consta.
Salta a la vista precisamente cuando un observador se niega a aceptar la incompetencia y haraganería como modus operandi generalizado. Y los incompetentes y haraganes se zafan de su responsabilidad con la salida de que la critica "nos denigra".
Aclárese que la crítica, profundamente merecida, es un ejercicio doloroso para este observador. Argentina (y otros países íberoamericanos) no son meramente subdesarrollados, como se decía en una nomenclatura tecnocrática hoy caduca; son países en vías de retroceso.
¿Quién no decía en el siglo XVI de lo que hoy es Bolivia, que valía "un Potosí", por decir una suma enorme? ¿Y quién no hablaba del país natal de Simón Bolivar como un posible paraíso autosuficiente antes de que, a comienzos del siglo XX, se descubriera el petróleo en Venezuela?
¿Bogotá no es más el asiento de la imprenta americana? ¿Buenos Aires, el París del sur? ¿Y Uruguay su Suiza?
Y sin embargo, un día, como en el Macondo de Gabriel García Márquez, de repente están todos los edificios quebrados por la selva que ha crecido en sus ranuras y todos los muelles arruinados por los desechos y todas las fábricas corroídas en herrumbre. Y en la maleza selvática crece el narcotráfico, entre los desechos estan los niños y la juventud, y en la herrumbre la corrupción social.
No es denigrante (amén de que no participo de la idea de que parecerse a un negro sea una mella) decir que el relajo generalizado es una parte sustancial de lo que lleva al retroceso. Es crítica, destinada a hacer pensar y cambiar.
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