Quisiera retomar una frase que me ofreció un amigo acerca de la coyuntura argentina. Preguntó: ¿cómo es posible que haya hambre en un país de 30 y tantos millones de habitantes, que produce suficiente comida para 300 millones de personas?
Cuando le repetí la frase a una amiga francesa que jamás ha pisado Sudamérica me dirigió la pregunta a mi, como si hubiera un respuesta sencilla y yo pudiera articularla.
La Argentina efectivamente tiene unos 39 milliones de habitantes según las últimas estimaciones y produce carnes, granos y otros productos alimenticios que bastarían para 300 milliones y pico -- más o menos la población de Estados Unidos o de la Unión Europea.
Winston Churchill detuvo la mano de Franklin Roosevelt, por allá por 1944, cuando el mandatario estadounidense pensaba echarle en cara a la Argentina su neutralidad en lo que ya se llamaba la Segunda Guerra Mundial. La Argentina -- le escribió Churchill -- proporcionaba al Reino Unido la mayoría de sus alimentos, el 80 por ciento si no recuerdo mal, lo que el afamado primer ministro consideraba "la mejor contribución que podría hacer al esfuerzo bélico".
Según un informe reciente, en la Argentina unos 13 millones de personas, o sea casi exactamente 1 de cada 3 argentinos, vive en "pobreza extrema," que incluye la insuficiencia alimentaria o, en claro, el hambre.
Volviendo a mi amiga francesa, me preguntó si será la corrupción. Los europeos viven con los ojos puestos en Africa, donde venden armas y extraen petroleo, diamantes, oro y otros recursos naturales; lo común en muchos países africanos es que el dictador de turno y su familia se morfe todas las entradas del país.
Y, si, hay corrupción política en la Argentina. Pero yo diría que no es sólo a nivel de gobierno, sino a nivel social. A lo que me refiero es que la sociedad, en general, se halla en un estado de corrupción inédito en la historia argentina.
Yo he podido preguntar en reuniones sociales donde la mayoría practican las profesiones liberales, cuántos pagan impuestos, sin que uno atine a levantar la mano. Habrá alguno que cumple su contribución fiscal entre ellos; pero se ha llegado al punto de perversión social que nadie se anima a admitirlo.
Es decir, hablando mal y pronto, cagarse en el prójimo es la norma social. El que no llora no mama, y el que no afana es un gil.
2 comentarios:
Querido Cecilieaux,
no me consuelo de no haberte visto en Buenos Aires. Creo con vos que hay corrupción, grande y pequeña. Pagar los impuestos es el primer gesto solidario de tipo social, porque será la base de la redistribución. Pero la corrupción es el gran argumento de los miserables que no lo hacen. Ni hablar del trabajo en negro, más del 90% de las empleadas domésticas no tienen ningún tipo de cobertura porque sus empleadores saben que son (casi) impunes vulnerando derechos de un sector tan marginal. Sólo te corrijo la letra del tango: el que no afana es un gil. En lo demás, te sigo. Un gran abrazo
diana maffía
Letra de tango corregida. Gracias.
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