Hace dos años, de regreso de un viaje, caí en una reflexión rara, quizás influenciada por la falta de oxígeno a las altitudes de vuelo. ¿Por qué no hay mesas de inspección a la salida del los aviones, para proteger al mundo de las fechorías de los pasajeros? Nunca me imaginé que los porteños habían solucionado el problema.
Efectivamente, para salir a la calle en la mayoría de los edificios de Buenos Aires, hay que abrir un cerrojo. De esta manera, quedan protegidos del posible terror que podría llegarles a infligir un residente que sale de su domicilio, los taxistas, los vendedores de chucherías, los mendigos y linyeras, los y las policías, los porteros aburridos y demás habitantes de la ciudad.
Y así se vive en una ciudad féliz. ¿O no?
Claro, como sucede en los aviones, siempre hay un loco con una bomba. Más comunmente hay montones de transeúntes de mal humor que te arrollan y echan a la acera justo cuanto viene a todo galope un colectivo 59.
No hay seguridad perfecta en este mundo. Pero no es por falta de intentarlo, ¿no es cierto, porteños?
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