Aunque no estoy de acuerdo con violencia de cualquier tipo y deploro lo que pasó en París, esta es una lección que sospecho será ignorada. Ciertamente, el 11 de septiembre del 2001, escuché llamados a la venganza hasta del púlpito (por parte de un sacerdote irlandés), a pesar de clara enseñanza de Jesús de dar la otra mejilla y amar a nuestros enemigos.
No espero que nadie en Francia se acuerde del odio profundamente arraigado hacia los musulmanes en Francia y el maltrato de todos los árabes por los franceses. Estoy seguro de que pocos en Francia, o en otras partes de Occidente, recuerden que fue Francia la que proporcionó un importante ejemplo occidental de secuestro, tortura y asesinato sin juicio en Argelia hacia fines de la década de los 1950.
Claro, no cuentan en los ojos occidentales, porque después de todo, en la percepción europea no eran más que unos morenitos musulmanes, y no blancos pseudo-cristianos.
París, Francia fue un objetivo apropiado para musulmanes desesperados. No es algo hecho al azar. No estoy de acuerdo con lo que hicieron, pero reconozco lo hecho como lo que es.
Nadie en Occidente jamás piensa en estas cosas, tanto como nadie se pone a pensar de las décadas de depredaciones por parte de intereses petroleros occidentales al mundo árabe y musulmán. La fatwa de Osama bin Laden en 1998, sin duda una perorata pesada, no salió de la nada.
Fíjense en la tiranía de la Casa de Saud en Arabia y en los varios emiratos gobernados por príncipes que venden a su gente por recaudos del petróleo. Está el golpe de la CIA contra Mossadegh en Irán, los esfuerzos anglo-franceses contra Nasser en Egipto, la alianza de conveniencia soviético/rusa con la familia tirana Al Assad en Siria.
Y no nos olvidemos del elefante en la sala: los 2 millones de palestinos árabes muchas de cuyas familias han vivido como refugiados en su propia tierra desde 1948.
La lección es clara: hay que dar con una salida pacífica a esta situación. Hay que abrir las puertas a los refugiados y compartir nuestra abundancia con el mundo que nos ha proporcionado combustible.
Seamos líderes en el mundo, no con más guerra y dinero por el barril a las empresas que especulan con la carne de cañon, pero con la paz y la alimentos y asistencia a los que sufren en el Medio Oriente.
Sin duda, los agentes de la violencia deben abandonarla. Pero tal vez deberíamos mostrarles el camino con el ejemplo. Practiquemos lo que predicamos.
No hagamos de esto en una excusa perfecta para militarizar nuestras sociedades, destruir lo poco que queda de la democracia en Occidente y empezar la Tercera Guerra Mundial.
Empecemos, en cambio, la Primera Paz Mundial.
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