¿Habrá realmente una luz en el otro lado del río…? Es lo que me pregunté después de una velada en la presencia del cantautor uruguayo Jorge Drexler en su reciente primera noche en Washington.
La pregunta viene de la canción “Al Otro Lado del Río”, de la película “Diarios de Motocicleta,” que en 2005 se convirtió en la primera canción en castellano nominada y premiada con un Oscar en la categoría “mejor canción original”.
El lector recordará quizás la lamentable decisión de los productores de la televisación del evento de negarle a Drexler la oportunidad de interpretar su creación, optando en su lugar por dos artistas más renombrados en Estados Unidos, pero menos idóneos a la faena: Carlos Santana y Antonio Banderas.
Drexler combina en su música compases precolombinos y sonidos originados por computadora con su propio rasgeo suave de la guitarra. En la función en el Auditorio Lisner el 10 de marzo hasta lo vi pararse, y con su guitarra boca abajo, ponerse a cantar en la caja.
Pero para la canción que me llama a la reflexión, Drexler eligió solamente el síncope tradicional, su guitarra y su tenor de juglar, imbuido con una intimidad que seduce: canta solo para vos.
“Al Otro Lado” es ciertamente una coda perfecta a la película sobre la héjira en motocicleta de la Argentina al Perú que emprendieron el joven Ernesto “Che” Guevara y su amigo de por vida Alberto Granado, un tiempo antes de sus respectivas citas con la historia.
En la película, la canción viene al fin de una serie de fundidos y refundidos del tipo que abunda precisamente en la música de Drexler. Lo que en 1952 tiene que haber sido el prosaico y tosco despegue de un DC-3 carguero de una pista de aviación sudamericana selvática, el film transporta al presente del de 2000-y-pico a través del recuerdo de Granado en la voz del actor argentino Rodrigo de la Serna, en la realidad pariente del Che.
Y en ese momento, en lugar de la faz del actor, la cámara funde en la pantalla el rostro arrugado del Granado verdadero.
Es entonces que se escucha a Drexler: “Clavo mi remo en el agua / llevo tu remo en el mio / Creo que he visto una luz / al otro lado del rio.”
Para mí, fue la recapitulación de una vida: yo estaba vivo, pero apenas, el día real representado en la película; pero en mi propia juventud recorrí el primer segmento de la ruta de Che y Granado, de Buenos Aires a la aldea andina de Bariloche. Dos días y medio de tren. Lo hice en ambas direcciones varias veces.
Las primeras dos horas estabas en los suburbios y los exurbios de la gran ciudad. Entonces el campo abierto comenzaba; ahora comienza un par de horas más adelante, usurpado sobre por el pulpo metropolitano en que habita un tercio de la población argentina.
Era donde iba a menudo de campamento. Esa tierra llana, verde y sin fin: la llamada pampa “húmeda”.
Hacia entonces todavía quedaban algunos riachos que había que vadear a pie, o en un bote, o en una balsa -- como en la película.
La noche pampeana que recuerdo era un campo alumbrado solamente por la constelación de la Cruz del Sur. Ver luz en el nivel del suelo hubiera sido un milagro -- o un espejismo. "Creo que he visto una luz ..."
Con todo, conjeturaría que a Drexler le vino la imagen a orillas del Río de la Plata, el estuario más ancho del mundo, que en su punto más amplio ofrece unos 219 kilómetros de agua dulce entre las orillas uruguayas y argentinas. Desde Buenos Aires, que se erige cerca del delta donde el río comienza, tomaría una noche muy clara del invierno, en la que las naves se queden en puerto, para ver a los kilómetros un centelleo lejano: Colonia, Uruguay.
En cambio la ciudad natal de Drexler, Montevideo, está casi en los dientes de la boca de río, donde el río se vuelve océano. Si pensó que vio una luz, a más de 200 km, yo diría que se la imaginó.
No obstante, visto como comentario sobre el Che y la tormenta de fuego que desató, lo que los estrategas de Washington de hoy llaman un “conflicto asimétrico,” con los miles torturados, hechos desaparecer y muertos, la canción se siente como un ícono.
Al igual que el Che en la película, yo tuve mis momentos de rabia profética ante la injusticia latinoamericana. Pero en ese hito decidí que la violencia no resuelve nada.
No nos engañemos, tampoco. Es un artefacto de Hollywood. Drexel hasta ha hecho la alusión cristológica obligatoria, un lugar común entre algunos con respecto al Che: no sumerge su remo, sino que lo clava.
Pero la luz ... ¿es espejismo o milagro? ¿Será posible que haya una luz allá al otro lado? ¿No se la ha extinguido de la vista con ciudades nuevas, comercio novedoso, injusticias nuevas impuestas con mayor astucia?
Todo el esto me enfrentó a la salida del concierto y nuevamente en el mundo moderno y globalizado.
¿Cómo resumir la razón que mis ojos se empañaron al borde de las lágrimas? Drexler proporciona una respuesta esperanzada que explica la travesía del río:
"Sobre todo" – canta -- "creo que no todo está perdido".
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