Todo es relativo, dice el lema mayoritario de la sociedad contemporánea. Discrepo.
La gente aplica la relatividad filosófica a casi todo tema más o menos polémico: la moral, la política, la religión, sobre todo la verdad.
Es una noción que proviene el humanismo renacentista y la reforma protestante: que los seres humanos son, individualmente, los árbitros de la verdad de todo.
El todopoderoso Yo sabe qué está bien y qué mal, qué partido gobierna mejor, si existe un dios y qué es la verdad. Esto se basa en el error epistemológico del día: puedo saberlo todo y tengo siempre la razón, por lo menos en lo que a mi concierne.
¡Falso! ¡Confundido! ¡Incorrecto!
No sé ni puedo saberlo todo. Saber todo que los seres humanos pueden observar empíricamente y probar científicamente no ha sido posible para ningún individuo humano desde la época de Demóstenes.
En la antigua Grecia era llevar en el cerebro todo el conocimiento humano. Hay hoy los idiotes savants suelen poder recitar una preponderancia de conocimiento humano, pero no pueden hacer mucho con él que sea realmente útil.
No tengo siempre razón, por más o menos la misma razón: la gente no puede tener las respuestas correctas a todos los interrogantes posibles.
Además, siguen habiendo desconocidos. Cosas importantes: ¿Existe Dios, y cómo es? (Sí, ya sé el cuento del astronauta que le dijo al Pentágono "Ella es negra".) ¿Cómo comenzó el universo? ¿De qué tamaño es el universo? ¿Hay otros seres con inteligencia semejante a la nuestra? ¿Cuál es el número de teléfono de un plomero honesto y barato?
Y no nos olvidemos que tanto la observación como los hechos empíricos no son equivalentes a la verdad. La percepción humana es falible y limitada; los hechos dependen del contexto (me dicen, por ejemplo, que al nivel cuántico la gravedad no funciona de la manera que Newton y nuestra experiencia nos enseña.)
La intuición y el pensamiento no lineal pueden capturar instancias inefables de verdades que no son observables, ni se pueden medir, ni mucho menos comunicar.
A pesar de todo esto, afirmaría que la verdad existe, una gran verdad unificada que lo explica todo. No la conocemos. Pero creo que está bastante claro que si hay verdad, es absoluta; es verdad por todas partes, para cada uno, en cada contexto. La verdad es la declaración absoluta, universal, indiscutible sobre todo y supera los límites del contexto y de la opinión.
Su opuesto no es verdad. Puede ser falsedad, error, mentira. Lo que es menos que verdadero, por grado, omisión u aproximación, no es verdad. Lo que es verdad para mí, pero no para vos, no es verdad; puede ser un hecho, una corazonada, una sentimiento fuerte, una opinión. No verdad.
Claro, no sé la verdad. Y no sabiendo la verdad, no tengo base para golpearte simplemente porque tus ideas morales, políticas, religiosas y tu noción de la verdad se diferencian de las mías. Puede ser buena idea ser tolerante.
Pero eso no hace que tu idea o la mía sea verdad. Mucho menos que ambas sean verdades. Uno de nosotros está más cercano a la verdad (probablemente yo, dado que éste es mi blog).
Nosotros dos no podemos afirmar que nuestras ideas opuestas e incompatibles son igualmente verdaderas, aunque podemos respetarnos mútuamente cuando nos ponemos a dictar cátedra sobre nuestros respectivos absurdos.
“Todo es relativo” es una declaración absoluta. Si fuera una declaración relativa, obediente a la idea que todo es relativo, sería falsa. Si todo es relativo, esta idea misma tendría que ser relativa, de manera que todo sería relativo para mí, pero no para vos.
Todo no puede ser relativo. Solo el precio de las estampillas y algunas otras cosas.
domingo, 25 de marzo de 2007
miércoles, 21 de marzo de 2007
Al Otro Lado
¿Habrá realmente una luz en el otro lado del río…? Es lo que me pregunté después de una velada en la presencia del cantautor uruguayo Jorge Drexler en su reciente primera noche en Washington.
La pregunta viene de la canción “Al Otro Lado del Río”, de la película “Diarios de Motocicleta,” que en 2005 se convirtió en la primera canción en castellano nominada y premiada con un Oscar en la categoría “mejor canción original”.
El lector recordará quizás la lamentable decisión de los productores de la televisación del evento de negarle a Drexler la oportunidad de interpretar su creación, optando en su lugar por dos artistas más renombrados en Estados Unidos, pero menos idóneos a la faena: Carlos Santana y Antonio Banderas.
Drexler combina en su música compases precolombinos y sonidos originados por computadora con su propio rasgeo suave de la guitarra. En la función en el Auditorio Lisner el 10 de marzo hasta lo vi pararse, y con su guitarra boca abajo, ponerse a cantar en la caja.
Pero para la canción que me llama a la reflexión, Drexler eligió solamente el síncope tradicional, su guitarra y su tenor de juglar, imbuido con una intimidad que seduce: canta solo para vos.
“Al Otro Lado” es ciertamente una coda perfecta a la película sobre la héjira en motocicleta de la Argentina al Perú que emprendieron el joven Ernesto “Che” Guevara y su amigo de por vida Alberto Granado, un tiempo antes de sus respectivas citas con la historia.
En la película, la canción viene al fin de una serie de fundidos y refundidos del tipo que abunda precisamente en la música de Drexler. Lo que en 1952 tiene que haber sido el prosaico y tosco despegue de un DC-3 carguero de una pista de aviación sudamericana selvática, el film transporta al presente del de 2000-y-pico a través del recuerdo de Granado en la voz del actor argentino Rodrigo de la Serna, en la realidad pariente del Che.
Y en ese momento, en lugar de la faz del actor, la cámara funde en la pantalla el rostro arrugado del Granado verdadero.
Es entonces que se escucha a Drexler: “Clavo mi remo en el agua / llevo tu remo en el mio / Creo que he visto una luz / al otro lado del rio.”
Para mí, fue la recapitulación de una vida: yo estaba vivo, pero apenas, el día real representado en la película; pero en mi propia juventud recorrí el primer segmento de la ruta de Che y Granado, de Buenos Aires a la aldea andina de Bariloche. Dos días y medio de tren. Lo hice en ambas direcciones varias veces.
Las primeras dos horas estabas en los suburbios y los exurbios de la gran ciudad. Entonces el campo abierto comenzaba; ahora comienza un par de horas más adelante, usurpado sobre por el pulpo metropolitano en que habita un tercio de la población argentina.
Era donde iba a menudo de campamento. Esa tierra llana, verde y sin fin: la llamada pampa “húmeda”.
Hacia entonces todavía quedaban algunos riachos que había que vadear a pie, o en un bote, o en una balsa -- como en la película.
La noche pampeana que recuerdo era un campo alumbrado solamente por la constelación de la Cruz del Sur. Ver luz en el nivel del suelo hubiera sido un milagro -- o un espejismo. "Creo que he visto una luz ..."
Con todo, conjeturaría que a Drexler le vino la imagen a orillas del Río de la Plata, el estuario más ancho del mundo, que en su punto más amplio ofrece unos 219 kilómetros de agua dulce entre las orillas uruguayas y argentinas. Desde Buenos Aires, que se erige cerca del delta donde el río comienza, tomaría una noche muy clara del invierno, en la que las naves se queden en puerto, para ver a los kilómetros un centelleo lejano: Colonia, Uruguay.
En cambio la ciudad natal de Drexler, Montevideo, está casi en los dientes de la boca de río, donde el río se vuelve océano. Si pensó que vio una luz, a más de 200 km, yo diría que se la imaginó.
No obstante, visto como comentario sobre el Che y la tormenta de fuego que desató, lo que los estrategas de Washington de hoy llaman un “conflicto asimétrico,” con los miles torturados, hechos desaparecer y muertos, la canción se siente como un ícono.
Al igual que el Che en la película, yo tuve mis momentos de rabia profética ante la injusticia latinoamericana. Pero en ese hito decidí que la violencia no resuelve nada.
No nos engañemos, tampoco. Es un artefacto de Hollywood. Drexel hasta ha hecho la alusión cristológica obligatoria, un lugar común entre algunos con respecto al Che: no sumerge su remo, sino que lo clava.
Pero la luz ... ¿es espejismo o milagro? ¿Será posible que haya una luz allá al otro lado? ¿No se la ha extinguido de la vista con ciudades nuevas, comercio novedoso, injusticias nuevas impuestas con mayor astucia?
Todo el esto me enfrentó a la salida del concierto y nuevamente en el mundo moderno y globalizado.
¿Cómo resumir la razón que mis ojos se empañaron al borde de las lágrimas? Drexler proporciona una respuesta esperanzada que explica la travesía del río:
"Sobre todo" – canta -- "creo que no todo está perdido".
La pregunta viene de la canción “Al Otro Lado del Río”, de la película “Diarios de Motocicleta,” que en 2005 se convirtió en la primera canción en castellano nominada y premiada con un Oscar en la categoría “mejor canción original”.
El lector recordará quizás la lamentable decisión de los productores de la televisación del evento de negarle a Drexler la oportunidad de interpretar su creación, optando en su lugar por dos artistas más renombrados en Estados Unidos, pero menos idóneos a la faena: Carlos Santana y Antonio Banderas.
Drexler combina en su música compases precolombinos y sonidos originados por computadora con su propio rasgeo suave de la guitarra. En la función en el Auditorio Lisner el 10 de marzo hasta lo vi pararse, y con su guitarra boca abajo, ponerse a cantar en la caja.
Pero para la canción que me llama a la reflexión, Drexler eligió solamente el síncope tradicional, su guitarra y su tenor de juglar, imbuido con una intimidad que seduce: canta solo para vos.
“Al Otro Lado” es ciertamente una coda perfecta a la película sobre la héjira en motocicleta de la Argentina al Perú que emprendieron el joven Ernesto “Che” Guevara y su amigo de por vida Alberto Granado, un tiempo antes de sus respectivas citas con la historia.
En la película, la canción viene al fin de una serie de fundidos y refundidos del tipo que abunda precisamente en la música de Drexler. Lo que en 1952 tiene que haber sido el prosaico y tosco despegue de un DC-3 carguero de una pista de aviación sudamericana selvática, el film transporta al presente del de 2000-y-pico a través del recuerdo de Granado en la voz del actor argentino Rodrigo de la Serna, en la realidad pariente del Che.
Y en ese momento, en lugar de la faz del actor, la cámara funde en la pantalla el rostro arrugado del Granado verdadero.
Es entonces que se escucha a Drexler: “Clavo mi remo en el agua / llevo tu remo en el mio / Creo que he visto una luz / al otro lado del rio.”
Para mí, fue la recapitulación de una vida: yo estaba vivo, pero apenas, el día real representado en la película; pero en mi propia juventud recorrí el primer segmento de la ruta de Che y Granado, de Buenos Aires a la aldea andina de Bariloche. Dos días y medio de tren. Lo hice en ambas direcciones varias veces.
Las primeras dos horas estabas en los suburbios y los exurbios de la gran ciudad. Entonces el campo abierto comenzaba; ahora comienza un par de horas más adelante, usurpado sobre por el pulpo metropolitano en que habita un tercio de la población argentina.
Era donde iba a menudo de campamento. Esa tierra llana, verde y sin fin: la llamada pampa “húmeda”.
Hacia entonces todavía quedaban algunos riachos que había que vadear a pie, o en un bote, o en una balsa -- como en la película.
La noche pampeana que recuerdo era un campo alumbrado solamente por la constelación de la Cruz del Sur. Ver luz en el nivel del suelo hubiera sido un milagro -- o un espejismo. "Creo que he visto una luz ..."
Con todo, conjeturaría que a Drexler le vino la imagen a orillas del Río de la Plata, el estuario más ancho del mundo, que en su punto más amplio ofrece unos 219 kilómetros de agua dulce entre las orillas uruguayas y argentinas. Desde Buenos Aires, que se erige cerca del delta donde el río comienza, tomaría una noche muy clara del invierno, en la que las naves se queden en puerto, para ver a los kilómetros un centelleo lejano: Colonia, Uruguay.
En cambio la ciudad natal de Drexler, Montevideo, está casi en los dientes de la boca de río, donde el río se vuelve océano. Si pensó que vio una luz, a más de 200 km, yo diría que se la imaginó.
No obstante, visto como comentario sobre el Che y la tormenta de fuego que desató, lo que los estrategas de Washington de hoy llaman un “conflicto asimétrico,” con los miles torturados, hechos desaparecer y muertos, la canción se siente como un ícono.
Al igual que el Che en la película, yo tuve mis momentos de rabia profética ante la injusticia latinoamericana. Pero en ese hito decidí que la violencia no resuelve nada.
No nos engañemos, tampoco. Es un artefacto de Hollywood. Drexel hasta ha hecho la alusión cristológica obligatoria, un lugar común entre algunos con respecto al Che: no sumerge su remo, sino que lo clava.
Pero la luz ... ¿es espejismo o milagro? ¿Será posible que haya una luz allá al otro lado? ¿No se la ha extinguido de la vista con ciudades nuevas, comercio novedoso, injusticias nuevas impuestas con mayor astucia?
Todo el esto me enfrentó a la salida del concierto y nuevamente en el mundo moderno y globalizado.
¿Cómo resumir la razón que mis ojos se empañaron al borde de las lágrimas? Drexler proporciona una respuesta esperanzada que explica la travesía del río:
"Sobre todo" – canta -- "creo que no todo está perdido".
lunes, 19 de marzo de 2007
La Etica y los Valores
Alguien puede dejar de verme como amigo porque observé una carencia de de ética, que expresé -- con una cierta imprecisión -- como una merma de “valores.” Debido a que pienso que es un problema crucial en nuestra época, quisiera repasar el tema, tanto como auto-clarificación como para exponer lo que pienso hace falta en la sociedad estadounidense, en la que vivo.
Primero, distingamos los valores y el ética.
Un valor es el resultado de una comparación: X es "más mejor" que Y. Hay valores económicos (la cosa X vale la cantidad Y de trabajo, representada como dinero), valores estéticos (la rubia X es más atractiva que la de cabello pardo Y), valores del comportamiento (me gusta hacer X más que Y) y así sucesivamente. Éstos son en gran parte subjetivos, arbitrarios, maleables e impermanentes. Los valores se prestan a la persuasión colectiva, a través de la coacción o la seducción a varios niveles y de diversos grados, desde las dictaduras hasta la publicidad y la presión del grupo.
Cada uno tiene valores. Representan algunos de los límites que ponemos al comportamiento debido a la convención social, desde los modales hasta las leyes.
El ética, por otra parte, es el rama de la filosofía que estudia el comportamiento humano, sus conceptos, sus normas y su uso. En un nivel, explicamos conceptualmente qué es la ética. En otro proponemos qué es y no es la virtud. A otro nivel procuramos aplicar o derivar principios de preguntas sobre ciertos comportamientos humanos: ¿Es moral el aborto? ¿Cuáles son derechos humanos y cómo se determinan?
En la sociedad que observo, la mayoría de la gente carece de ética. Mucha gente deriva valores éticos de la religión heredada. Alguna gente observa simplemente el comportamiento de grupo y bautiza de "ético" lo que meramente se acostumbra. La mayoría confía en su propia voluntad para decidir lo que es ético.
Es este último punto a lo que me refiero hoy. Hemos llegado al punto que la mayoría de la gente piensa que debe canonizar lo que hace como moral y bueno, sin importarle si es coherente con su pensamiento respecto a la realidad total. En esto, mi amistad es como la mayoría. En lugar de un pensamiento ético, hay una auto-indulgencia disfrazada en la que cada uno legisla y juzga -- sin atenerse a una constitución externa o interna.
En los últimos sesenta años hemos ido de sistemas éticos heredados, externos y absolutos a éticas internas, circunstanciales y relativas que supuestamente eran más profundas, pero que en realidad son un largo elogio a si mismo. Cualquier acción se justifica si me sienta bien, y dado que se ha convertido en deber cuidar la preciosa autoestima, resulta mientras algo me haga sentir bien, está bien.
Nadie es culpable de nada, la cosas "pasan". Hasta los políticos conservadores con sus afamados “valores de familia” (y divorcios frecuentes) afirman su responsabilidad pero evitan el responder requerido ante lo mal hecho.
Hallo todo esto problemático, pero cuando expreso mi problema me crea problemas. Me tratan de santurrón y mojigato.
A la gente no le gusto que alguien les haga pensar qué principios éticos hay, mucho menos sopesar la idea de someterse a ellos, sienta bien o no, si no lo exige la ley ni la moda.
Examinemos un ejemplo cercano sin que sea incómodo para la gente de hoy.
Había una época que se registra en la memoria viva en la que ciertos prejuicios eran aceptables y hasta eran respaldados por la ley, y en algunos círculos una cierta forma de ser prejuicioso era aceptable. Los judíos llamaban Schwartze a los afroamericanos con desdén; los irlandeses les decían "wop" a los inmigrantes italianos; la gente sabía de solterones que nunca se casaban o vivían con amigos del mismo sexo y se solía susurrar sobre ellos; el lugar de una mujer estaba en la cocina; y, por supuesto, ningún sureño blanco quería que su hija se casase con un negro o un católico.
Estas ideas se podían expresar más o menos abiertamente -- aunque la gente más educada hablaba a espaldas de las víctimas. Ahora no se puede. Los conservadores llaman al cambio de normas sociales la llamada “corrección política”; quisieran retroceder, “conservar” el ethos del prejuicio.
De hecho, el prejuicio no ha desaparecido. Los judíos susurran Schwartze y se ha divulgado que en un arranque de nervios en medio del trabajo un actor afroamericano del exitoso programa televisivo Grey's Anatomy llamó "marica" a un colega que al parecer es homosexual.
Ahora, a la ética. ¿Es un mal el prejuicio? ¿Por qué? ¿Estaba siempre mal o es simplemente incorrecto desde 1964? ¿Somos la mayor parte de culpables de esta fechoría (de pensamiento, palabra u obra)? ¿Nos engañamos pensando que no somos prejuiciosos, para sorprendernos cuando nos brota algo hiriente respecto a un grupo demográfico? ¿Qué debiéramos hacer para asumir reponsibilidad, para dar respuesta por nuestras acciones?
¿O es ese si me sienta bien tengo derecho para actuar, hablar y pensar con perjuicios?
Confieso: tengo prejuicios. Por ejemplo, contra los británicos. Deploro tanto lo que hizo el imperio británico y hallo a los ingleses tan desagradablemente arrogantes, que raramente les acepto errores aún cuando admiro muchas cosas de origen británico. Es la gente la que no aguanto.
Claro, me digo que, pobres, gran parte de la arrogancia británica, del imperialismo y de esa manera imposible de ser viene de vivir en una isla pequeña con un un clima horrible, de perder la humanidad en la niñez dado que los padres cuidan para los animales domésticos mejor que a sus niños (vaya a Inglaterra y verá el montón de animales domésticos gordos y niños flacos). Es un sentido de la inferioridad disfrazado de otra cosa.
Son racistas porque se odian profundamente. Son desagradables porque son tímidos. Conquistaron el mundo porque quien diablos deseaba permanecer en una comarca donde uno se empapa todo el año. Comenzaron el comercio esclavos de África porque sabían que sus propios trabajadores eran unos haraganes de piel cetrina y cuerpos enfermizos incapaces de trabajo rudo.
No es justo prejuzgar a cuanto británico se me cruce. Debo pensar en ellos como pienso de los españoles: valerosos, de principios obstinados, religiosos hasta el fanatismo, amantes de la vida. ¿O es un prejuicio eso también?
¿Cómo se enfrenta uno el mal ético del prejuicio? ¿Cómo se admite (con un aire risueño) que uno se ha equivocado, para tomar un curso distinto?
Y me parece que simplemente aprobar una ley (la Ley de Derechos Civiles de 1964) y adoptar una nueva manera (la llamada corrección política) no ha funcionado. El prejuicio abunda. El racismo abunda: véase la respuesta de la Administración Bush tras Katrina en Nueva Orleans.
He aquí la base de la ética: un principio que nos incomoda porque describe como podríamos mejorar. Nos guste o no.
Un principio ético sobrevive la excusa de la falta de educación, el sufrimiento, cualquier cosa, excepto la carencia de conciencia -- que se acaba el momento en que reconocemos a nuestro comportamiento en lo que el principio prohibe.
Primero, distingamos los valores y el ética.
Un valor es el resultado de una comparación: X es "más mejor" que Y. Hay valores económicos (la cosa X vale la cantidad Y de trabajo, representada como dinero), valores estéticos (la rubia X es más atractiva que la de cabello pardo Y), valores del comportamiento (me gusta hacer X más que Y) y así sucesivamente. Éstos son en gran parte subjetivos, arbitrarios, maleables e impermanentes. Los valores se prestan a la persuasión colectiva, a través de la coacción o la seducción a varios niveles y de diversos grados, desde las dictaduras hasta la publicidad y la presión del grupo.
Cada uno tiene valores. Representan algunos de los límites que ponemos al comportamiento debido a la convención social, desde los modales hasta las leyes.
El ética, por otra parte, es el rama de la filosofía que estudia el comportamiento humano, sus conceptos, sus normas y su uso. En un nivel, explicamos conceptualmente qué es la ética. En otro proponemos qué es y no es la virtud. A otro nivel procuramos aplicar o derivar principios de preguntas sobre ciertos comportamientos humanos: ¿Es moral el aborto? ¿Cuáles son derechos humanos y cómo se determinan?
En la sociedad que observo, la mayoría de la gente carece de ética. Mucha gente deriva valores éticos de la religión heredada. Alguna gente observa simplemente el comportamiento de grupo y bautiza de "ético" lo que meramente se acostumbra. La mayoría confía en su propia voluntad para decidir lo que es ético.
Es este último punto a lo que me refiero hoy. Hemos llegado al punto que la mayoría de la gente piensa que debe canonizar lo que hace como moral y bueno, sin importarle si es coherente con su pensamiento respecto a la realidad total. En esto, mi amistad es como la mayoría. En lugar de un pensamiento ético, hay una auto-indulgencia disfrazada en la que cada uno legisla y juzga -- sin atenerse a una constitución externa o interna.
En los últimos sesenta años hemos ido de sistemas éticos heredados, externos y absolutos a éticas internas, circunstanciales y relativas que supuestamente eran más profundas, pero que en realidad son un largo elogio a si mismo. Cualquier acción se justifica si me sienta bien, y dado que se ha convertido en deber cuidar la preciosa autoestima, resulta mientras algo me haga sentir bien, está bien.
Nadie es culpable de nada, la cosas "pasan". Hasta los políticos conservadores con sus afamados “valores de familia” (y divorcios frecuentes) afirman su responsabilidad pero evitan el responder requerido ante lo mal hecho.
Hallo todo esto problemático, pero cuando expreso mi problema me crea problemas. Me tratan de santurrón y mojigato.
A la gente no le gusto que alguien les haga pensar qué principios éticos hay, mucho menos sopesar la idea de someterse a ellos, sienta bien o no, si no lo exige la ley ni la moda.
Examinemos un ejemplo cercano sin que sea incómodo para la gente de hoy.
Había una época que se registra en la memoria viva en la que ciertos prejuicios eran aceptables y hasta eran respaldados por la ley, y en algunos círculos una cierta forma de ser prejuicioso era aceptable. Los judíos llamaban Schwartze a los afroamericanos con desdén; los irlandeses les decían "wop" a los inmigrantes italianos; la gente sabía de solterones que nunca se casaban o vivían con amigos del mismo sexo y se solía susurrar sobre ellos; el lugar de una mujer estaba en la cocina; y, por supuesto, ningún sureño blanco quería que su hija se casase con un negro o un católico.
Estas ideas se podían expresar más o menos abiertamente -- aunque la gente más educada hablaba a espaldas de las víctimas. Ahora no se puede. Los conservadores llaman al cambio de normas sociales la llamada “corrección política”; quisieran retroceder, “conservar” el ethos del prejuicio.
De hecho, el prejuicio no ha desaparecido. Los judíos susurran Schwartze y se ha divulgado que en un arranque de nervios en medio del trabajo un actor afroamericano del exitoso programa televisivo Grey's Anatomy llamó "marica" a un colega que al parecer es homosexual.
Ahora, a la ética. ¿Es un mal el prejuicio? ¿Por qué? ¿Estaba siempre mal o es simplemente incorrecto desde 1964? ¿Somos la mayor parte de culpables de esta fechoría (de pensamiento, palabra u obra)? ¿Nos engañamos pensando que no somos prejuiciosos, para sorprendernos cuando nos brota algo hiriente respecto a un grupo demográfico? ¿Qué debiéramos hacer para asumir reponsibilidad, para dar respuesta por nuestras acciones?
¿O es ese si me sienta bien tengo derecho para actuar, hablar y pensar con perjuicios?
Confieso: tengo prejuicios. Por ejemplo, contra los británicos. Deploro tanto lo que hizo el imperio británico y hallo a los ingleses tan desagradablemente arrogantes, que raramente les acepto errores aún cuando admiro muchas cosas de origen británico. Es la gente la que no aguanto.
Claro, me digo que, pobres, gran parte de la arrogancia británica, del imperialismo y de esa manera imposible de ser viene de vivir en una isla pequeña con un un clima horrible, de perder la humanidad en la niñez dado que los padres cuidan para los animales domésticos mejor que a sus niños (vaya a Inglaterra y verá el montón de animales domésticos gordos y niños flacos). Es un sentido de la inferioridad disfrazado de otra cosa.
Son racistas porque se odian profundamente. Son desagradables porque son tímidos. Conquistaron el mundo porque quien diablos deseaba permanecer en una comarca donde uno se empapa todo el año. Comenzaron el comercio esclavos de África porque sabían que sus propios trabajadores eran unos haraganes de piel cetrina y cuerpos enfermizos incapaces de trabajo rudo.
No es justo prejuzgar a cuanto británico se me cruce. Debo pensar en ellos como pienso de los españoles: valerosos, de principios obstinados, religiosos hasta el fanatismo, amantes de la vida. ¿O es un prejuicio eso también?
¿Cómo se enfrenta uno el mal ético del prejuicio? ¿Cómo se admite (con un aire risueño) que uno se ha equivocado, para tomar un curso distinto?
Y me parece que simplemente aprobar una ley (la Ley de Derechos Civiles de 1964) y adoptar una nueva manera (la llamada corrección política) no ha funcionado. El prejuicio abunda. El racismo abunda: véase la respuesta de la Administración Bush tras Katrina en Nueva Orleans.
He aquí la base de la ética: un principio que nos incomoda porque describe como podríamos mejorar. Nos guste o no.
Un principio ético sobrevive la excusa de la falta de educación, el sufrimiento, cualquier cosa, excepto la carencia de conciencia -- que se acaba el momento en que reconocemos a nuestro comportamiento en lo que el principio prohibe.
lunes, 12 de marzo de 2007
Conversación de Ensueño
Puesto que dudo de Vos,
de Tu existencia,
sobre todo de Tus sacerdotes
y los mil propagandistas que se creen que Te han enjaulado
en sus Biblias,
Te concedo el derecho de dudar de Mi.
Todavía no hay mucho que contar
sobre Mi existencia;
sobre aquellos que abogan por Mi
y que han hecho mal en pleno apostolado,
no me consta,
Me he desentendido de ellos,
o sencillamente,
no me importa;
Soy como Vos.
Poco Te importan
las fechorías cometidas en Tu nombre;
En eso nos parecemos: hagamos un pacto.
Hago la vista gorda a Tu
indiferencia; y Vos
perdoname la mía.
de Tu existencia,
sobre todo de Tus sacerdotes
y los mil propagandistas que se creen que Te han enjaulado
en sus Biblias,
Te concedo el derecho de dudar de Mi.
Todavía no hay mucho que contar
sobre Mi existencia;
sobre aquellos que abogan por Mi
y que han hecho mal en pleno apostolado,
no me consta,
Me he desentendido de ellos,
o sencillamente,
no me importa;
Soy como Vos.
Poco Te importan
las fechorías cometidas en Tu nombre;
En eso nos parecemos: hagamos un pacto.
Hago la vista gorda a Tu
indiferencia; y Vos
perdoname la mía.
sábado, 10 de marzo de 2007
Antes de Morir
En la televisión estadounidense hay un anuncio en el que Dennis Hopper, actor y director de la película "Sin Destino" (Easy Rider), en la que aparece con su omnipresente moto Harley-Davidson, aparece en la playa con el mensaje que los sueños no se jubilan.
Es un ejemplo obvio de mercadeo dirigido a la generación nacida en el "boom" demográfico de la posguerra (1946-1963), fenómeno que se dió en Estados Unidos como en Europa y otros países de mediano a alto ingreso per cápita, entre los que figuraba la Argentina. Acá se los denomina "boomers".
El aviso ofrece los servicios de una compañía que las ventas el "planeamiento financiero", es decir de inversiones dirigidas. No debiera asombrar que hay quejas archivadas en muchos estados referentes lo que hacen estos planificadores con el dinero de estos boomers esperanzados y no es esta mi preocupación de hoy.
En cambio, quisiera discurrir sobre el momento en que, por primera vez, la muerte es una experiencia plausible, hasta probable. Sobre este tema, nosotros los boomers somos agnósticos.
Pensamos que nunca vamos a morir. En otra época decíamos que no se podía confiar en la gente de más de 30 años y ahora, dos décadas y pico después de ese cumpleaños, todavía piensamos que seguimos siendo jóvenes.
Somos una generación dividida en todo el globo. Están aquellos opportunistas, que de algún un modo u otro prestaron su apoyo una que otra guerra, limpia o sucia, o que construyeron su cartera de inversiones junto a los gurúes de la estafa, y que sin embargo se dijeron que no estaban traicionando sus principios.
La otra mitad siguió en los movimientos, o en solidaridad, por la noche Reaganiana-Thatcherista-militarista, por el engaño pulido del centrista y Clintoniano que le siguió, y ahora a través de la violación del mundo Bushesca. El mundo de nuestros sueños desapareció antes de comenzar.
No pensamos que terminarían así las cosas.
Y aquí nos vemos, cincuentones, con hijos que se van del nido, esposos o compañeros que han fugado, trabajo en el que hemos llegado al máximo o no llegaremos nunca. Todo lo que ibamos a hacer ... o lo hicimos, o ya casi no queda tiempo, ni energía. Sin embargo, nos quedan algunas opciones, si somos afortunados, si el asunto de vendernos o al proseguir con el agitprop no nos deshizo.
Y la ciencia nos dice que podemos llegar a vivir a 100. ¡Vey iz mir!
Un viaje al exterior, una nueva relación no cambiará nada; mucho menos un coche nuevo. Es quizá hora de comenzar ese proyecto significativo final, sea lo que sea.
Por más que la propaganda comercial sea una quimera, los sueños, efectivamente, no se jubilan.
Es un ejemplo obvio de mercadeo dirigido a la generación nacida en el "boom" demográfico de la posguerra (1946-1963), fenómeno que se dió en Estados Unidos como en Europa y otros países de mediano a alto ingreso per cápita, entre los que figuraba la Argentina. Acá se los denomina "boomers".
El aviso ofrece los servicios de una compañía que las ventas el "planeamiento financiero", es decir de inversiones dirigidas. No debiera asombrar que hay quejas archivadas en muchos estados referentes lo que hacen estos planificadores con el dinero de estos boomers esperanzados y no es esta mi preocupación de hoy.
En cambio, quisiera discurrir sobre el momento en que, por primera vez, la muerte es una experiencia plausible, hasta probable. Sobre este tema, nosotros los boomers somos agnósticos.
Pensamos que nunca vamos a morir. En otra época decíamos que no se podía confiar en la gente de más de 30 años y ahora, dos décadas y pico después de ese cumpleaños, todavía piensamos que seguimos siendo jóvenes.
Somos una generación dividida en todo el globo. Están aquellos opportunistas, que de algún un modo u otro prestaron su apoyo una que otra guerra, limpia o sucia, o que construyeron su cartera de inversiones junto a los gurúes de la estafa, y que sin embargo se dijeron que no estaban traicionando sus principios.
La otra mitad siguió en los movimientos, o en solidaridad, por la noche Reaganiana-Thatcherista-militarista, por el engaño pulido del centrista y Clintoniano que le siguió, y ahora a través de la violación del mundo Bushesca. El mundo de nuestros sueños desapareció antes de comenzar.
No pensamos que terminarían así las cosas.
Y aquí nos vemos, cincuentones, con hijos que se van del nido, esposos o compañeros que han fugado, trabajo en el que hemos llegado al máximo o no llegaremos nunca. Todo lo que ibamos a hacer ... o lo hicimos, o ya casi no queda tiempo, ni energía. Sin embargo, nos quedan algunas opciones, si somos afortunados, si el asunto de vendernos o al proseguir con el agitprop no nos deshizo.
Y la ciencia nos dice que podemos llegar a vivir a 100. ¡Vey iz mir!
Un viaje al exterior, una nueva relación no cambiará nada; mucho menos un coche nuevo. Es quizá hora de comenzar ese proyecto significativo final, sea lo que sea.
Por más que la propaganda comercial sea una quimera, los sueños, efectivamente, no se jubilan.
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