viernes, 1 de agosto de 2014

El Amanecer Reaganiano (1981-1992)

La derrota y el abandono decisivo de los valores del gran movimiento pro paz, derechos civiles y liberalización sexual de los años 1960 y 1970 sucedió en torno a la elección presidencial en 1980 de Ronald Reagan, en un movimiento semejante al de Margaret Thatcher en 1979, elección que ví de cerca el tiempo que viví en Londres.

Al igual que Thatcher sacudió a los laboristas, Reagan fue un golpe inesperado para los "liberals" de centro o centroizquierda en Estados Unidos. Cuando los republicanos nombraon candidato a Reagan, yo estaba convencido de que habían asegurado la reelección de Carter.

Por lo general, los presidentes estadounidenses, elegidos por cuatro años, son reelegidos y cumplen un mandato de ocho años. Hasta Carter, sólo nueve de los 37 presidentes anteriores, habían estado en el poder menos un solo mandato de cuatro años. Uno de ellos fue el predecesor de Carter, Gerald Ford, que fue designado por Nixon y no elegido. Antes de Ford, estaba Herbert Hoover, que no logró ser reelegido en 1932, pero eso en medio de la Gran Depresión, de la cual se culpó (con cierta razón) a su partido.

Nada ni remotamente parecido a la Depresión había sucedido bajo Carter. ¿Por qué se terminó negándosele un segundo mandato y se le dio la Casa Blanca a un actor mediocre que había gobernado California medianamente?

En parte, se puede atribuir la victoria de Reagan a una táctica que Lyndon Johnson predijo a sus íntimos cuando firmó la Ley de Derechos Civiles. "Les hemos entregado el Sur a los republicanos", dijo Johnson. Y en efecto, los republicanos adoptaron lo que llegó a denominarse "la estrategia sureña", la táctica de aprovechar el resentimiento de los blancos del sur por los avances de los afro-americanos.

Pero también podría llamarse la venganza de Goldwater. Sólo más tarde, cuando estudié los curriculums de la gente reaganiana clave, se me hizo evidente que, de la paliza electoral a Barry Goldwater en 1964 había quedado toda una falange de personas de más o menos mi generación que se convirtieron en agentes políticos republicanos. Por lo bajo establecieron un movimiento neo-conservador con el apoyo de una red de ejecutivos y millonarios (hoy diríamos billonarios), todo dedicado esencialmente a revertir las reformas.

Hay que entender que los neoconservadores republicanos se desplegaron desde un principio en dos alas significativas. Unos deseaban revertir los cambios sociales en cuanto a la moralidad sexual (la legalización del aborto, por ejemplo), el lugar de la mujer y, de soslayo (todavía no se animan a decirlo en voz alta), el asunto racial. Estos son los conservadores sociales. Otros deseaban revertir la sociedad civil a lo que era antes de 1932, cuando no había asistencia económica pública alguna, ni muchos trabajadores en sindicatos, la especulación bursátil y bancaria estaba libre de controles legales y los impuestos eran bajísimos. Estos son los conservadores económicos.

Este movimiento cortejó a los fundamentalistas cristianos desencantados con Carter. También contaron con católicos conservadores que veían como "herejías" tanto al "espíritu" del Segundo Concilio Vaticano como al rechazo masivo de la prohibición papal de la píldora anticonceptiva; aspiraban a un regreso a la "ortodoxia" social de los 1950 (sin recordar la discriminación hacia los católicos de aquella época).

Habían votantes que provenian de algunos sectores militares que, apesar de la tradición castrense de neutralidad partidaria absoluta, se sentían traicionado por políticos demócratas durante y después de Vietnam. Y a estos se añadieron los trabajadores industriales blancos y "ethnics" (blancos no-anglosajones), resentidos de perder su preeminencia laboral y económica ante afroamericanos y las mujeres. En conjunto estos eran los que el vicepresidente de Nixon, Spiro Agnew, había denominado "la mayoría silenciosa".

De ahí vino lo que en el momento se llamó la Revolución de Reagan, que fue en realidad una reacción termidoriana.

Los partidarios de Reagan fueron propagandístas muy efectivos. Transformaron una victoria electoral del 50,8% de los votos para Reagan en un "terremoto político". Usaron los votos del colegio electoral, que otorga todos los electores de un estado al candidato que obtiene la mayoría en el estado, para alegar que Reagan "ganó" 44 estados. Se las arreglaron también para conseguir que un hombre ya mayor que al máximo sabía leer un guión se convirtiera en "el gran comunicador".

No voy a recitar toda la presidencia de Reagan, pero resumiendo diría que Reagan intentó, y en muchos casos logró, revertir las políticas socioeconómicas de los 20 años anteriores.

Algunas cosas no podían ser abiertamente invertidos. La segregación legal e institucional no iba a volver, pero Reagan pudo erosionar el poder de los sindicatos, las minorías y las mujeres. Significativamente, puso en marcha una vasta redistribución de recursos que favoreció a los más ricos.

En particular, para frenar la inflación, que afecta más a los que poseen capitales, Reagan impuso políticas fiscales que desencadenaron una recesión económica que llevó una tasa de desempleo del 10 por ciento en 1982, altísima en Estados Unidos. La recesión también ayudó para imponer disciplina al mercado laboral y comenzar el enorme declive de la clase media. Todo este despliegue plutocrático se tapó con la propaganda conservadora de carácter social.

A los efectos sociales y culturales, la contrarrevolución convirtió a los eslóganes neo-conservadores en valores socialmente aceptados. De la noche a la mañana el empresario se convirtió en héroe, el afan de dinero en virtud, la familia nuclear en una institución sagrada de salvaguardia contra el feminismo, la homosexualidad y el amor libre. Dios, o decirse creyente, estuvo de moda de nuevo, hecho que tomó en cuenta una revista insulsa cuya carátula proclamó "God is Back!" (Dios ha vuelto).

Ahora bien, fuera de las grandes ciudades y los estados del norte y de la dos costas, los valores tradicionales de la llamada "ética protestante" (trabajo duro, frugalidad, integridad de la familia y puritanismo corporal) nunca había desaparecido de Estados Unidos. Durante los años 60 y 70, sin embargo, la juventud, demograficamente una pluralidad enorme, y los intelectuales habían hecho parecer como que toda la sociedad había cambiado.

Más significativo social y culturalmente que las políticas de Reagan, fue la auto-percepción de sectores a quienes Agnew había llamado "silenciosos": dejaron de estar en silencio.

Una vez más, por ejemplo, se podía oír la palabra "nigger" (una versión intraduciblemente muy insultante de la vieja palabra negro, que en inglés se pronunciaba "nigro" hasta que se la reemplazó con el vocablo más aceptado "black"). "Nigger" fue utilizado por Randy Newman, por ejemplo, en una canción satírica sobre "rednecks" (o pajueranos blancos del Sur); y aunque Newman no tuvo la intención de insultar, todo lo contrario (era una sátira que se mofaba de los que todavía usaban ese término), era de soslayo un signo del cambio: este tipo de broma se podía cantar en la radio.

Escuché la palabra un mañana en 1988, utilizado por un hombre blanco de clase media alta, parado en la puerta de su elegante casa en los suburbios de Bethesda. Le dirigía la palabra con enojo a una afroamericana, la cartera que accidentalmente había dejado caer el correo a sus pies, en lugar de entregarlos en la mano. Fue espantoso escucharlo y me quedó grabado.

Algo semejante ocurrió con "girl" en lugar de "woman" o "young woman". Girl (chica) se estilaba para toda mujer hasta que el movimiento feminista apuntó, con razón, que era una manera sutil de infantilizar y menoscabar a las mujeres. Era uno de muchos términos (mailman pasó a ser mail carrier) que el feminismo había logrado comenzar a cambiar para establecer un vocabulario menos prejuicioso.

Los hippies fueron ridiculizados, asi como el libertinaje sexual (que disminuyó con la aparición del SIDA) y las drogas recreativas. Curiosamente, en el mundo de las finanzas cundió la cocaína, un estimulante cuyo efecto de frenetismo empalma con ética protestante del trabajo; un corredor de bolsa cocainómano es muy, pero muy, eficiente ... hasta que el efecto se desvanece.

Cundieron asimismo las ideas de que todo gobierno era ineficiente por naturaleza, todo sindicato compuesto de meros matones estafadores y todo programa educativo moderno un bodrio de novelistas afroamericanos y poetisas lesbianas. Volvió a hablarse de los cánones literarios e intelectuales tradicionales eurocéntricos (tambien llamados de "hombres blancos muertos").

El aviso televisivo de la campaña de Reagan de 1984, para su reelección ofrece un artefacto sociocultural notable sobre esta época con su afamada frase, "Ha amanecido en [Estados Unidos] de nuevo ..." (http://youtu.be/EU-IBF8nwSY). Merece verse para entender.

Dejando de lado la desinformación retórica, la publicidad de Reagan es un retrato perfectamente orwelliano de la inversión social y cultural que los reaganianos lograron imponer en Estados Unidos. Y hay que fijarse en las imágenes del país que propone: rostros blancos, suburbios de clase media, un coche-estanciera y una boda. En el mundo de ese aviso todo es tradicional, como si los hippies, el movimiento contra la guerra de Vietnam y la lucha de los afroamericanos por sus derechos esenciales jamás hubieran existido.

La próxima entrega, la década de 1990.

2 comentarios:

Liliana dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Liliana dijo...

te lo voy a decir mas suave, un hdp Don Reagan