Conversando en la Internet con una amiga de la juventud caí en lo que esencialmente es una plataforma para gobernar la Argentina, bajo el supuesto que los ingratos ingobernables que la habitan me elijan. Agua va:
Se me ha planteado que el problema de la Argentina son la Iglesia, los sindicatos, los partidos políticos, los militares, las empresas y la ciudadanía. Es un comienzo.
A mi parecer, la Iglesia ha cortado y pinchado mucho menos de lo que se cree popularmente. Podría haber enseñado y ejemplificado los valores cristianos mejor, especialmente a los argentinos pudientes, pero la Iglesia son todos, no solo los curas. Y no es competencia del gobierno de una democracia pluralista ni dictar, ni subsidiar tampoco (aunque son muy pequeños los subsidios reales) a ninguna religión.
Los sindicatos habrían que reformarlos y desligarlos de partidos políticos. Inclusive, sus fondos debieran ser fiscalizados como lo deben ser todas las empresas, ya sean con fines de ganancia o no. Pero el derecho de asociación laboral es reconocido internacionalmente.
A las fuerzas armadas habrían que abolirlas. En una era de armas nucleares, los militares de juguete de la Argentina son ridículos. De todos modos, no han servido para más que para obstaculizar el orden constitucional desde 1930. Argentina no tiene vocación de guerra, y menos mal. No necesita fuerzas armadas.
Los partidos políticos son más problemáticos.
Desde 1946 hay un efectivo monopolio de la mayoría por parte de un partido. En mi modesta opinión, Nestor Kirchner intentó lo que yo siempre abogaba se hiciera con los peronistas: convertirlos en algo semejante al Partido Laborista inglés, que es un partido responsable (y, francamente, el que ha gobernado Gran Bretaña mejor desde 1945).
Habría que volver a intentarlo con otro dirigente, comenzándose con una purga del peronismo de pies a cabeza. Habría que destituir a todo oportunista, menemista, kirchnerista y fascistoide con antecedente de participación gubernamental; quizás debería contratarse a algún partido de la izquierda quijotesca e independiente para llevar a cabo la limpieza (sin violencia alguna).
Se necesita, también, una oposición efectiva y no truculenta. Los radicales fueron descabezados en 1930 y nunca se repusieron. La vieja UCRI parecía proponer un camino distinto, pero la descabezaron los militares (otra vez). La clase media necesita la voz que representaban los radicales, de Saenz Peña a Yrigoyen. Y tiene que ser una voz que sea sagaz. Requiérese una asamblea de egresados universitarios de medianos ingresos y buena reputación profesional, para formular una plataforma para un nuevo partido cívico centrista.
Hay que liquidar retóricamente con el gorilaje apartidario, las caceroleras de Barrio Norte, que representan un grupito esencialmente apátrida, cuyos intereses de poder ir a Punta (no sé si se estilará todavía) y a Paris no coinciden con el genuino patriotismo. Para ello, se propone establecer un partido conservador que presente a las claras la visión de la clase más privilegiada en el mercado abierto de ideas.
El comercio y las empresas deben estar regidas por leyes destinadas al bien común. Muchas tienen un peso político desmedido a pesar de no tener derechos de ciudadano; esto es especialmente notable cuando sus casas matrices están en países poderosos y los embajadores de esos países se creen representantes de las empresas y no de sus pueblos. Opino que el reemplazo de la inversión externa por inversión interna y la sustición de importaciones serían grandes pasos.
Y eso si: hay que insistir que el patriotismo no tiene nada que ver con escarapelas y marchitas militares, sino con la honestidad y el trabajo, el respeto y la consideración hacia las opiniones ajenas y la voluntad de ver que no hayan más habitantes del país que vivan en la miseria.
¿Me votan?
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