Veo la década de los 1950 en Estados Unidos en blanco y negro, como la televisión de entonces. Yo nací allí y entonces y pasé mi infancia en "Nueva York, Argentina", un extraterritorial hasta terminar naturalizándome yanqui muchos años después.
Esta es la primera de una breve serie de entregas que intentan esbozar la historia cultural y social contemporánea de Yanquilandia. Pretendo presentar como se sintió el tiempo y el lugar; y solo en segundo plano aparecerá, como panorama en el horizonte, la historia cuyo primer borrador apareció en los diarios. Surge de un intercambio de correspondencia con Francia que pensé podría ser de interés para mis lectores hispanoparlantes.
Los años 50 del siglo pasado, ya a medio siglo de distancia, forman una época de automóviles de chasis redondeados y adultos que vestían ropas que a menudo parecían un tamaño demasiado grande. La ropa que tenían pocos colores, o no más color que el papel tapiz floral promedio.
En mi entorno, los hombres trabajaban en oficinas. Usaban sombreros, se ponían trajes camisa y corbata, algunos usaban corbatas moño. Fumaban. Una cajetilla de cigarrillos Parliament evoca a mi padre perfectamente.
Las mujeres se quedaban en casa cuidando la casa y los hijos (yo y mis compañeros). La norteamericanas no se maquillaban. Pero todas las mamás, yanqui o extranjera (como la mía), se aseguraban de hacernos creer que el mundo era para los niños.
No lo sabíamos pero éramos parte de un fenómeno demográfico el "baby boom" en los Estados Unidos de 1946 a 1964. Regresaron de la guerra, se casaron, consiguieron becas para ir a la universidad, se mudaron a los suburbios y, sea amor u otra cosa lo que hicieron en sus dormitorios, desparramaron hijos por doquier. Y a nosotros, los "boomers", se nos hizo pensar que todo era posible.
No sé por qué, pero entre los artefactos que preservé de aquella época está mi "libro de cabecera", The Golden History of the World por Jane Werner Watson y Cornelius De Witt (publicado en 1955), que se subtitulaba "Una Introducción Infantil a la Antigüedad y el Mundo Moderno". Golden era una serie de libros infantiles.
El último capítulo "Nuestro Mundo Hoy, 1950 -" comienza así:
"Este es un mundo apasionante para crecer. En nuestro tiempo la magia de los cuentos de hadas se ha hecho realidad. Podemos volar por los aires lo más cómodamente sentados casa. Podemos dar vuelta al mundo en el tiempo que tomaba en otra época ir de París a Londres o Boston a Nueva York. Se pueden hacer compras en India, Sudáfrica o Japón y pagar por los bienes mediante la firma de nuestro nombre en una hoja de papel que hemos traído. Y en las tiendas de nuestros propios pueblos se traen mercancías para nosotros desde todos los países del mundo".
Es en definitiva un mundo en el que el niño lector (y lo habré leído cientos de veces) puede pensar que, si hubieron faraones y napoleones, y guerras y miserias y de todo en el pasado ... pero de acá en más, conmigo, comienza una nueva historia llena de maravillas.
Y en aquél Nueva York limpito y ordenado, el New York de los primeros cuentos de John Cheever, era posible pensar así aún siendo adulto. O así lo entendí.
Era una época féliz de un presidente, Eisenhower, que tenía cara de bebé, que no inspiraba mucho, pero no ofendía tampoco.
Había discordancias, por supuesto.
En Estados Unidos, estaban los poetas beat, Allen Ginsburg, a quien
conoció mi padre en un bar bohemio de Greenwich Village. Eran barbudos que decían cosas raras, incomprensibles para uin niño como para la mayoría de la gente común.
Estaban asimismo los precursores de la revolución musical de los 1960. Elvis
estalló entonces, al igual que los rockeros originales, Chuck Berry,
Bill Haley y los Cometas, etc. Yo solo conocía la música clásica que tanto
mis padres escuchaban. O la música popular de variedad, Frank Sinatra, Dinah Shore
y Perry Como.
Y también pienso en esos tiempos como la época de la Guerra Fría. No había nada más temible que un comunista. Una vez, en el jardín de infantes, en tren de hablar de los diversos empleos que hay, la monjita nos preguntó "¿Qué hacen sus papas?" Dije "comunista" y llamaron a mi madre, quien explicó que yo había querido decir "economista".
Habrían muchas otras cosas en esa época infantil en los Estados Unidos, pero de ellas no me percaté.
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