domingo, 22 de diciembre de 2013
jueves, 19 de diciembre de 2013
Paren las prensas ... acercarse al fin de todo es desagradable
Morir no es, espero, gran problema si uno no está enfermo. ( ¡Toco madera!) Pero llegar al final de la vida productiva , sin haber sido Presidente de los Estados Unidos o ganado un Premio Nobel o incluso sin tener algún reconocimiento modesto, hace que uno se pregunte qué sentido tuvo todo ese esfuerzo.
Si uno es hombre y tuvo un matrimonio tradicional (que se vino abajo como la mitad de todos los matrimonios hoy en día) las hazañas de los hijos son realmente, como mucho, influencia de la madre, no de uno. Mientras ella educaba y formaba, uno trabajaba para proveer un techo y comida. Y no muy lujosamente que digamos tampoco.
Si uno ha trabajado en un determinado campo casi 30 años es irritante cuando te preguntan si trabajás con un empleado tuyo. Fuiste totalmente invisible.
Si uno terminó en una empresa dedicada a algo tan poco interesante que en reuniones sociales le dicen a uno a la cara lo aburrido que es lo que uno hace ... bue, es decepcionante.
Uno carga los 60 y pico y que no tiene nada que mostrar por todo lo que uno hizo.
Y, por supuesto, hay gente resentida que te odia o envidia o son sencillamente mala gente con vos. Claro, algo de eso te lo merecés, sin duda.
¿Para qué viviste todo este tiempo y soñaste y te esperanzaste? ¿Por qué no se acaba la cosa de una vez?
Si uno es hombre y tuvo un matrimonio tradicional (que se vino abajo como la mitad de todos los matrimonios hoy en día) las hazañas de los hijos son realmente, como mucho, influencia de la madre, no de uno. Mientras ella educaba y formaba, uno trabajaba para proveer un techo y comida. Y no muy lujosamente que digamos tampoco.
Si uno ha trabajado en un determinado campo casi 30 años es irritante cuando te preguntan si trabajás con un empleado tuyo. Fuiste totalmente invisible.
Si uno terminó en una empresa dedicada a algo tan poco interesante que en reuniones sociales le dicen a uno a la cara lo aburrido que es lo que uno hace ... bue, es decepcionante.
Uno carga los 60 y pico y que no tiene nada que mostrar por todo lo que uno hizo.
Y, por supuesto, hay gente resentida que te odia o envidia o son sencillamente mala gente con vos. Claro, algo de eso te lo merecés, sin duda.
¿Para qué viviste todo este tiempo y soñaste y te esperanzaste? ¿Por qué no se acaba la cosa de una vez?
viernes, 22 de noviembre de 2013
Abuelo, dónde estabas cuando lo mataron a Kennedy?
Iba a mantener silencio ante el quicuagésimo aniversario de ese viernes sombrío de 1963. Pero un amigo bloguió y muchos otros bloguearon, y muchas de las cosas que se dijeron fueron las idioteces de siempre.
Yo estaba en la Casa Rosada, en Buenos Aires, esa tarde del 22 de noviembre de 1963. Mi clase de quinto grado había ido de paseo educativo al palacio presidencial argentino.
Nos mostraron el salón este, el salón aquél y el salón de más allá. Hasta pudimos entrar a la oficina del presidente, que estaba tomando su siesta. Algunos de mis compañeros pidieron sentarse en la silla pero no los dejaron.
Fue entre un salón y otro que un funcionario se encaminó a otro y le dijo en voz que mis compañeros escucharon mejor que yo,
- Señor Morales, hay que despertar al presidente. Le han disparado a Kennedy.
Escuché la primera frase. Me llamó la atención por el apellido. El mío, pero nada que ver, asi como el primo Evo es buen muchacho, pero si es pariente es muy distante.
La segunda frase la escucharon mis compañeros quienes se apresuron a decírmela. Nacido en Nueva York de padres diplomáticos argentinos, yo era el "yanqui" de la clase. Estaba harto de las bromas, a veces pesadas, relacionadas con mi país natal y les dije que se dejaran de jorobar (quizás usé la otra palabra con jota).
Pero no, insistieron.
Por motivos obvios, se dio por concluída la visita a la Casa Rosada. Los chicos seguían con el cuento de Kennedy y yo en la negativa hartanza de sus chistes. El ómnibus del colegio se detuvo en una esquina para que uno de los maestros se bajara a comprar un diario vespertino.
El maestro lo compró, subió al ómnibus y nos mostró el titular: KENNEDY ASESINADO.
No quería creerlo. No podía ser.
Yo había estado en el palco diplomático ese 20 de enero nevado y frígido de 1961 cuando el primer presidente católico (ídolo de las monjas de mi escuela en Washington) hizo su juramento.
Yo había estado, en un momento, como a cinco pasos de Kennedy. No le hablé ni le di la mano pero lo vi relativamente cerca, en lo que luego se denominó "en vivo y en directo". Respiramos el mismo aire ártico.
A mi edad no entendía por qué mis padres le decían "joven". Era lo que un chico de casi 9 llama "viejo".
Ya a los 11 comprendía el chiste latinoamericano acerca de uno de los programas de Kennedy, del que se decía que la Alianza Para el Progreso realmente para el progreso. Años después me llegaron detalles de algunos aspectos de incompetencia y otros de malicia.
Pero el 22 de noviembre aquél yo era un inocente, como todos éramos. Esa tarde perdimos la inocencia y las reacciones fueron típicas.
- ¡Son los comunistas! - dijo mi abuela italiana, calladamente fanática todavía de su adorado Duce.
- ¡Son los alemanes! - dijo el pedicuro de mi madre, que era judío.
- ¡Es Wall Street! - se habrá dicho en grupos izquierdistas que yo no conocía.
Y en los años que siguieron toda esa inocencia perdida fue desquiciando la esperanza que teníamos de un mundo mejor. Y hoy solo nos queda la pregunta sin respuesta: ¿cómo habrían resultado las cosas sin esas balas en Dallas?
Yo estaba en la Casa Rosada, en Buenos Aires, esa tarde del 22 de noviembre de 1963. Mi clase de quinto grado había ido de paseo educativo al palacio presidencial argentino.
Nos mostraron el salón este, el salón aquél y el salón de más allá. Hasta pudimos entrar a la oficina del presidente, que estaba tomando su siesta. Algunos de mis compañeros pidieron sentarse en la silla pero no los dejaron.
Fue entre un salón y otro que un funcionario se encaminó a otro y le dijo en voz que mis compañeros escucharon mejor que yo,
- Señor Morales, hay que despertar al presidente. Le han disparado a Kennedy.
Escuché la primera frase. Me llamó la atención por el apellido. El mío, pero nada que ver, asi como el primo Evo es buen muchacho, pero si es pariente es muy distante.
La segunda frase la escucharon mis compañeros quienes se apresuron a decírmela. Nacido en Nueva York de padres diplomáticos argentinos, yo era el "yanqui" de la clase. Estaba harto de las bromas, a veces pesadas, relacionadas con mi país natal y les dije que se dejaran de jorobar (quizás usé la otra palabra con jota).
Pero no, insistieron.
Por motivos obvios, se dio por concluída la visita a la Casa Rosada. Los chicos seguían con el cuento de Kennedy y yo en la negativa hartanza de sus chistes. El ómnibus del colegio se detuvo en una esquina para que uno de los maestros se bajara a comprar un diario vespertino.
El maestro lo compró, subió al ómnibus y nos mostró el titular: KENNEDY ASESINADO.
No quería creerlo. No podía ser.
Yo había estado en el palco diplomático ese 20 de enero nevado y frígido de 1961 cuando el primer presidente católico (ídolo de las monjas de mi escuela en Washington) hizo su juramento.
Yo había estado, en un momento, como a cinco pasos de Kennedy. No le hablé ni le di la mano pero lo vi relativamente cerca, en lo que luego se denominó "en vivo y en directo". Respiramos el mismo aire ártico.
A mi edad no entendía por qué mis padres le decían "joven". Era lo que un chico de casi 9 llama "viejo".
Ya a los 11 comprendía el chiste latinoamericano acerca de uno de los programas de Kennedy, del que se decía que la Alianza Para el Progreso realmente para el progreso. Años después me llegaron detalles de algunos aspectos de incompetencia y otros de malicia.
Pero el 22 de noviembre aquél yo era un inocente, como todos éramos. Esa tarde perdimos la inocencia y las reacciones fueron típicas.
- ¡Son los comunistas! - dijo mi abuela italiana, calladamente fanática todavía de su adorado Duce.
- ¡Son los alemanes! - dijo el pedicuro de mi madre, que era judío.
- ¡Es Wall Street! - se habrá dicho en grupos izquierdistas que yo no conocía.
Y en los años que siguieron toda esa inocencia perdida fue desquiciando la esperanza que teníamos de un mundo mejor. Y hoy solo nos queda la pregunta sin respuesta: ¿cómo habrían resultado las cosas sin esas balas en Dallas?
domingo, 10 de noviembre de 2013
Es hora de enterrar el militarismo en el Día del Armisticio (o de los Veteranos)
En el hemisferio norte, el 11 de noviembre se conmemora el aniversario de esa 11ava día del 11avo mes a las 11 horas de la noche en el cual, en 1918, se puso fin a la Primera Guerra Mundial. Ese el Día del Armisticio, Día de los Veteranos o Día de la Conmemoración (Remembrance Day) en Europa, Estados Unidos y Canadá, respectivamente.
Se comenzó a celebrar con un fallido movimiento pacifista entre las dos guerras mundiales, pero es hoy un día para el cocoreo militarista. Se elogia a los supuestos héroes y se calla que las guerras son un conjunto de asesinatos masivos organizados, inadmisibles desde cualquier óptica moral.
Hoy en día en Yanquilandia, especialmente desde el 11 de setiembre del 2001, se llama "veterano" a cualquiera que use o haya usado un uniforme y a todos estos veteranos se les llama "héroes". Hay un poco de inflación militarista en este vocabulario ¿no?
Heroísmo, según el diccionario de la Real Academia Española, es un "esfuerzo eminente de la voluntad hecho con abnegación, que lleva al hombre a realizar actos extraordinarios en servicio de Dios, del prójimo o de la patria". La definición trae a la mente valentía, coraje, audacia y fortaleza.
No es cuestión de vestir de oliva. Los hombres y mujeres que lucen uniformes militares reciben sueldo, comida, vivienda y una serie de beneficios que no se les extiende a los civiles. En Estados Unidos son voluntarios, dado que no hay conscripción desde el conflicto de Vietnam. Eso se llama empleo, no heroismo.
No ocurre lo mismo en Iberoamérica. Han habido pocas guerras, la mayor parte hace más de un siglo. Los militares latinoamericanos son los lustrabotas de los intereses económicos y los partidos monopólicos, y frecuentemente funcionan como dictadores en nombre de esos poderes.
El militarismo latinoamericano no tiene de qué jactarse, aún en la quimera de la matanza supuestamente heroica. Sería mejor un mundo sin fuerzas armadas, y en eso América Latina podría ser el primer ejemplo sin menor problema.
Sea como sea, las guerras son un mal y no habrían guerras si no hubieran quienes se ofrezcan de soldados. Por eso mismo el 11 de noviembre debería reservarse para recordar los horrores de la guerra, cometidos por los que se han puesto a disposición de matar según se ordene.
Recordar la tragedia de la guerra debe ser para reforzar la esperanza que nunca vuelvan a estallar las guerras.
Se comenzó a celebrar con un fallido movimiento pacifista entre las dos guerras mundiales, pero es hoy un día para el cocoreo militarista. Se elogia a los supuestos héroes y se calla que las guerras son un conjunto de asesinatos masivos organizados, inadmisibles desde cualquier óptica moral.
Hoy en día en Yanquilandia, especialmente desde el 11 de setiembre del 2001, se llama "veterano" a cualquiera que use o haya usado un uniforme y a todos estos veteranos se les llama "héroes". Hay un poco de inflación militarista en este vocabulario ¿no?
Heroísmo, según el diccionario de la Real Academia Española, es un "esfuerzo eminente de la voluntad hecho con abnegación, que lleva al hombre a realizar actos extraordinarios en servicio de Dios, del prójimo o de la patria". La definición trae a la mente valentía, coraje, audacia y fortaleza.
No es cuestión de vestir de oliva. Los hombres y mujeres que lucen uniformes militares reciben sueldo, comida, vivienda y una serie de beneficios que no se les extiende a los civiles. En Estados Unidos son voluntarios, dado que no hay conscripción desde el conflicto de Vietnam. Eso se llama empleo, no heroismo.
No ocurre lo mismo en Iberoamérica. Han habido pocas guerras, la mayor parte hace más de un siglo. Los militares latinoamericanos son los lustrabotas de los intereses económicos y los partidos monopólicos, y frecuentemente funcionan como dictadores en nombre de esos poderes.
El militarismo latinoamericano no tiene de qué jactarse, aún en la quimera de la matanza supuestamente heroica. Sería mejor un mundo sin fuerzas armadas, y en eso América Latina podría ser el primer ejemplo sin menor problema.
Sea como sea, las guerras son un mal y no habrían guerras si no hubieran quienes se ofrezcan de soldados. Por eso mismo el 11 de noviembre debería reservarse para recordar los horrores de la guerra, cometidos por los que se han puesto a disposición de matar según se ordene.
Recordar la tragedia de la guerra debe ser para reforzar la esperanza que nunca vuelvan a estallar las guerras.
miércoles, 11 de septiembre de 2013
Cuarenta años después, todavía abrasa el otro 11 de septiembre
Tenía dos razones para aplaudir, en noviembre de 1970, la elección de Salvador Allende, socialista, elegido democráticamente presidente de Chile. Pero al fin y al cabo, ninguna de las dos salieron como esperaba, en gran parte a partir de lo que los estadounidenses llamarían el "otro" 11 de septiembre : el del golpe de estado de Chile en 1973, hace cuarenta años hoy.
Mi primera razón era la idea de que la elección de un socialista en América Latina, donde había vivido durante ocho años, daría pie a profundos cambios sociales que se necesitaban, pero de una manera pacífica. Esto silenciaría dos grupos de detractores del día.
En una esquina estaban eran los que pensaban que para defender la democracia valdría la pena aguantar, solo de manera "provisoria", alguna que otra dictadurita apoyada por intervención militar de EE.UU., ya sea abierta o encubiertamente. Según esta manera de pensar, la democracia residía en el corazón de la civilización occidental cristiana, la cual se veía sitiada por las hordas de rusos ateos.
Yo me pensaba occidental y democrático, era cristiano al punto de coquetear con la idea de entrar a cura y actuaba de manera civilizada gracias a la cancillería que en mi cabeza me indicaba qué tenedor usar y a quién sentar donde. Rusia se me aparecía como una sociedad bruta y fofa con un alfabeto raro; su comunismo sería bueno en principio, pero el ateísmo era malo, ¡siempre!
No obstante, eso de extranjerizar y de dictadores no me convencía.
Por el otro lado estaban los que estaban dispuestos a lograr cambio a cualquier precio. Eran los que soñaban con ríos de la sangre de los opresores que correrían por las calles hasta que los desheredados lograran reclamar su partida de la generosidad de la Tierra y de lo que de ella forjaran con sus músculos de trabajadores.
También me atraían. Había tutelado a niños en las barriadas sucias y malolientes de Buenos Aires que se llamaban muy apropiadamente "villas miserias". También me había ofrecido de voluntario en algunos distritos industriales bastante amenzantes al forastero para enseñar (¡de todas las materias inútiles, el Inglés!) a hombres rudos provenientes de un mundo sudoroso de maquinarias, fábricas y sindicatos que me era ajeno. ¿Por qué tanta desigualdad social y cómo ponerle fin?
En aquellos días los vientos de cambio ¿se acuerda?
Me había conmovido hasta las lágrimas de lectura de La Madre de Maxim Gorky, quien esbozó personajes revolucionarios que distribuían Biblias a los obreros como texto de toma de conciencia. Y no faltó la carta de los obispos latinoamericanos reunidos en Medellín un año antes, que prácticamente había bendecido lo que algunos llaman "la revolución cristiana".
Pero claro, no tragaba la revolución violenta, ni la famosa "dictadura del proletariado", que seguramente terminaría siendo de todo menos eso; esas no podían ser las semillas de un mundo mejor.
Fue entonces que los chilenos tuvieron, en 1970 con Allende, la audacia de cuadrar el círculo. Esos chilenos votaron (¿qué más pacíficamente democrático que eso?) por un socialista (que seguro traería cambios profundos de los que no me quedaba la menor duda se necesitaban).
El lector se estara preguntando acerca de mi segunda razón para celebrar. Una cosa tonta. Había un burócrata internacional que a mi modo de ver había actuado mal con mi familia. Era chileno, no socialista (creo que democristiano, pero no me consta), y yo calculaba que no se llevaría bien con la gente nueva en Santiago y su carrera iría en picada.
Me equivoqué en ambos casos.
Allende fue bloqueado a cada paso (aunque para ser justos, su simbolismo fue a veces un poco ingenuo) y murió luchando contra el ejército chileno, cuyos uniformes prusianos en esa época le daban a Santiago un aire de escenario de Hollywood para una película de la Segunda Guerra Mundial.
El general que le siguió ya había acuñado en 1965 el nombre de una nueva forma de gobierno, "el Estado de Seguridad Nacional", algo como un régimen marcial, que habrá tenido alguna inspiración occidental, pero de civilización o cristianismo, nada. Este tipo de régimen terminó desplazando, con beneplácito estadounidense (¿se acuerdan de Nixon y Ford? ), a las endebles democracias de la Argentina, Uruguay, Perú, Bolivia y Ecuador; luego en Centroamérica.
Y mi burócrata aborrecido se manejo fabulosamente en el mambo política, tanto con Allende como con Pinochet. Los burócratas, como las ratas, tienen un instinto de supervivencia feroz.
¡Qué bien que me resultó el cambio democrático pacífico! Y aquí estamos, 40 añosaños después.
Me pongo a pensar y solo atino en recordar un verso de la canción del Jorge Drexler "Al otro lado del río":
Sobre todo, creo que
no del todo no está perdido.
Tanta lágrima, tanta lágrima , y yo
soy un vaso vacío ...
Mi primera razón era la idea de que la elección de un socialista en América Latina, donde había vivido durante ocho años, daría pie a profundos cambios sociales que se necesitaban, pero de una manera pacífica. Esto silenciaría dos grupos de detractores del día.
En una esquina estaban eran los que pensaban que para defender la democracia valdría la pena aguantar, solo de manera "provisoria", alguna que otra dictadurita apoyada por intervención militar de EE.UU., ya sea abierta o encubiertamente. Según esta manera de pensar, la democracia residía en el corazón de la civilización occidental cristiana, la cual se veía sitiada por las hordas de rusos ateos.
Yo me pensaba occidental y democrático, era cristiano al punto de coquetear con la idea de entrar a cura y actuaba de manera civilizada gracias a la cancillería que en mi cabeza me indicaba qué tenedor usar y a quién sentar donde. Rusia se me aparecía como una sociedad bruta y fofa con un alfabeto raro; su comunismo sería bueno en principio, pero el ateísmo era malo, ¡siempre!
No obstante, eso de extranjerizar y de dictadores no me convencía.
Por el otro lado estaban los que estaban dispuestos a lograr cambio a cualquier precio. Eran los que soñaban con ríos de la sangre de los opresores que correrían por las calles hasta que los desheredados lograran reclamar su partida de la generosidad de la Tierra y de lo que de ella forjaran con sus músculos de trabajadores.
También me atraían. Había tutelado a niños en las barriadas sucias y malolientes de Buenos Aires que se llamaban muy apropiadamente "villas miserias". También me había ofrecido de voluntario en algunos distritos industriales bastante amenzantes al forastero para enseñar (¡de todas las materias inútiles, el Inglés!) a hombres rudos provenientes de un mundo sudoroso de maquinarias, fábricas y sindicatos que me era ajeno. ¿Por qué tanta desigualdad social y cómo ponerle fin?
En aquellos días los vientos de cambio ¿se acuerda?
Me había conmovido hasta las lágrimas de lectura de La Madre de Maxim Gorky, quien esbozó personajes revolucionarios que distribuían Biblias a los obreros como texto de toma de conciencia. Y no faltó la carta de los obispos latinoamericanos reunidos en Medellín un año antes, que prácticamente había bendecido lo que algunos llaman "la revolución cristiana".
Pero claro, no tragaba la revolución violenta, ni la famosa "dictadura del proletariado", que seguramente terminaría siendo de todo menos eso; esas no podían ser las semillas de un mundo mejor.
Fue entonces que los chilenos tuvieron, en 1970 con Allende, la audacia de cuadrar el círculo. Esos chilenos votaron (¿qué más pacíficamente democrático que eso?) por un socialista (que seguro traería cambios profundos de los que no me quedaba la menor duda se necesitaban).
El lector se estara preguntando acerca de mi segunda razón para celebrar. Una cosa tonta. Había un burócrata internacional que a mi modo de ver había actuado mal con mi familia. Era chileno, no socialista (creo que democristiano, pero no me consta), y yo calculaba que no se llevaría bien con la gente nueva en Santiago y su carrera iría en picada.
Me equivoqué en ambos casos.
Allende fue bloqueado a cada paso (aunque para ser justos, su simbolismo fue a veces un poco ingenuo) y murió luchando contra el ejército chileno, cuyos uniformes prusianos en esa época le daban a Santiago un aire de escenario de Hollywood para una película de la Segunda Guerra Mundial.
El general que le siguió ya había acuñado en 1965 el nombre de una nueva forma de gobierno, "el Estado de Seguridad Nacional", algo como un régimen marcial, que habrá tenido alguna inspiración occidental, pero de civilización o cristianismo, nada. Este tipo de régimen terminó desplazando, con beneplácito estadounidense (¿se acuerdan de Nixon y Ford? ), a las endebles democracias de la Argentina, Uruguay, Perú, Bolivia y Ecuador; luego en Centroamérica.
Y mi burócrata aborrecido se manejo fabulosamente en el mambo política, tanto con Allende como con Pinochet. Los burócratas, como las ratas, tienen un instinto de supervivencia feroz.
¡Qué bien que me resultó el cambio democrático pacífico! Y aquí estamos, 40 añosaños después.
Me pongo a pensar y solo atino en recordar un verso de la canción del Jorge Drexler "Al otro lado del río":
Sobre todo, creo que
no del todo no está perdido.
Tanta lágrima, tanta lágrima , y yo
soy un vaso vacío ...
miércoles, 14 de agosto de 2013
¿Cuál es el hemisferio al vesre*?
Hacen 65 grados esta mañanita de agosto en que se acaba el verano. ¿Cómo que 65 grados y verano, si hacen 6 grados en este invierno que no se acaba nunca y la estufa no da más? Un día como hoy trae a la mente las diferencias cotidianas entre acá y allá: Fahrenheit y Centígrado, verano de América del Norte e invierno del Sur, hemisferio cerebral izquierdo y derecho.
El que no ha habitado este ámbito por un tiempo suficiente como olvidarse de la temperatura según las escala Celsius, el kilometraje, el setiembre primaveral no sabe a qué me refiero.
Salgo a la calle y está fresco después de semanas pesadas y húmedas en el pantano donde los yanquis decidieron construir su capital. Se vienen las clases, volverá el Congreso y habrá mucho que escribir sobre sus idioteces ("The Fool on the Hill" fue escrito sobre ellos ¿no?). Acá estamos en las últimas semanas del tiempo muerto, como fines de febrero allá.
Y también está la diferencia "folklórica."
El hemisferio norte es un poco como el hemisferio cerebral izquierdo: normas consuetudinarias expresas y transparentes, atenerse al razonamiento y lógica hasta lo absurdo, la realidad medida en millares de estadísticas para todo. Y como en el cerebro, es el hemisferio que se relaciona al lado derecho del cuerpo (o de la sociedad).
El hemisferio sur, en cambio, es hemisferio cerebral derecho puro: parque de creatividad exuberante, el realismo mágico, el guitarreo y la payada, esa insistencia en buscarle la quinta pata al gato, la lujuria de sentimientos y sensaciones, y el control del lado izquierdo del cuerpo y lo zurdo de la sociedad.
¿No es así? ¿No me creen? Véase la Argentina.
Acaban de celebrar elecciones, bah, las PASO (primarias abiertas simultáneas obligatorias, véase el video de La Nación Todo lo que hay que saber sobre las PASO). Por supuesto, se observan folklorismos inusitados.
Hay un exceso de "frentes", agrupaciones maleables y temporarias, generalment de peronistas (¡qué más maleable hay que un peronista!) y varios otros, en diversas proporciones. Y no parece haber un solo partido.
Se llevan a cabo primarias, que aunque en el mundo cuerdo significan internas dentro de un partido, allá son internas externas. Si, hay algunos estados de la unión del norte donde uno puede votar por los candidatos del partido adversario; pero es una invitación al desquicio.
Y como la realidad está desquiciada, se publican artículos y se dicute sobre qué partido "ganó". ¡Ganaron todos los partidos, pedazos de idiotas! Si fue una interna, fue una elección entre Pirulo y Pirula del Frente Pirulines. ¿No? No. No se olvide del desquicio: fue una oportunidad para arruinarle el juego a "la contra" (no importa de cualparti .... frente sea uno) .
Lo cual explica que los votantes (comicios obligatorios ¿para qué?) parecen haber adoptado la actitud de jueces del concurso de Miss Universo, en lugar de la de ciudadanos escogiendo quienes manejarán la res publica.
Pero, qué sabré yo. Si vivo en el hemisferio al vesre.
* vesre = en lunfardo, revés
El que no ha habitado este ámbito por un tiempo suficiente como olvidarse de la temperatura según las escala Celsius, el kilometraje, el setiembre primaveral no sabe a qué me refiero.
Salgo a la calle y está fresco después de semanas pesadas y húmedas en el pantano donde los yanquis decidieron construir su capital. Se vienen las clases, volverá el Congreso y habrá mucho que escribir sobre sus idioteces ("The Fool on the Hill" fue escrito sobre ellos ¿no?). Acá estamos en las últimas semanas del tiempo muerto, como fines de febrero allá.
Y también está la diferencia "folklórica."
El hemisferio norte es un poco como el hemisferio cerebral izquierdo: normas consuetudinarias expresas y transparentes, atenerse al razonamiento y lógica hasta lo absurdo, la realidad medida en millares de estadísticas para todo. Y como en el cerebro, es el hemisferio que se relaciona al lado derecho del cuerpo (o de la sociedad).
El hemisferio sur, en cambio, es hemisferio cerebral derecho puro: parque de creatividad exuberante, el realismo mágico, el guitarreo y la payada, esa insistencia en buscarle la quinta pata al gato, la lujuria de sentimientos y sensaciones, y el control del lado izquierdo del cuerpo y lo zurdo de la sociedad.
¿No es así? ¿No me creen? Véase la Argentina.
Acaban de celebrar elecciones, bah, las PASO (primarias abiertas simultáneas obligatorias, véase el video de La Nación Todo lo que hay que saber sobre las PASO). Por supuesto, se observan folklorismos inusitados.
Hay un exceso de "frentes", agrupaciones maleables y temporarias, generalment de peronistas (¡qué más maleable hay que un peronista!) y varios otros, en diversas proporciones. Y no parece haber un solo partido.
Se llevan a cabo primarias, que aunque en el mundo cuerdo significan internas dentro de un partido, allá son internas externas. Si, hay algunos estados de la unión del norte donde uno puede votar por los candidatos del partido adversario; pero es una invitación al desquicio.
Y como la realidad está desquiciada, se publican artículos y se dicute sobre qué partido "ganó". ¡Ganaron todos los partidos, pedazos de idiotas! Si fue una interna, fue una elección entre Pirulo y Pirula del Frente Pirulines. ¿No? No. No se olvide del desquicio: fue una oportunidad para arruinarle el juego a "la contra" (no importa de cual
Lo cual explica que los votantes (comicios obligatorios ¿para qué?) parecen haber adoptado la actitud de jueces del concurso de Miss Universo, en lugar de la de ciudadanos escogiendo quienes manejarán la res publica.
Pero, qué sabré yo. Si vivo en el hemisferio al vesre.
* vesre = en lunfardo, revés
jueves, 14 de marzo de 2013
Las reacciones al papa argentino me recuerdan por qué me fui
Se festeja la elección de un argentino a la silla de San Pedro como si fuera un campeonato de fútbol. Al mismo tiempo, saltan alegatos turbios, sin hechos, fechas, datos. Esta es la Argentina de la que me fui en 1970 para no volver a vivir en ella más.
¡Cuánta ignorancia! ¡Cuánta bilis!
Hay naciones católicas acérrimas por rebeldía: Irlanda y Quebec frente al protestantismo inglés; Polonia, Eslovaquia y Croacia frente al imperio ruso ortodoxo (luego comunista). Son excepciones y su catolicismo ha ido en descenso a la par que ha mermado el poderío "hereje" invasor.
Pero en la Argentina, como en Iberoamérica en general, la Iglesia es colonial. Las mayorías católicas son, como decía un cura, beatos de las "tres B": bautismo, boda y "belorio".
En la pampa se saludaba al viajero con "Ave María purísima", a lo que se respondía "Sin pecado concebida". ¿Era por fe o por costumbre?
La mayor parte de los "católicos" argentinos, el 90 y algo por ciento desde tiempos inmemoriales, son creyentes de nombre, pero del contenido de la fe han recibido poco y nada. Hay, en cambio, una mezcla de piedad popular, superstición y resabios de religiones precristianas que mezcla el carnaval con la cuaresma, los santos con los orixás, la calcomanía de la Virgen con la de la actriz del momento, Ceferino Namuncurá con San Perón.
He ahí la hinchada futbolera, la masa rasa, que esta semana ganó "el mundial" del papado. Pero como siempre con Argentina, y si, en toda Iberoamérica, hay también los bienpensantes que odian a la Iglesia por razones ideológicas, cuya información es escasamente mejor que la de la grey.
No hay anticlericalismo más rabioso que en países tradicionalmente católicos. Ver Garibaldi, Voltaire y Unamuno en Italia, Francia y España.
En la Argentina italianizada por un enorme influjo migratorio de los 1880 a 1914 y las dos posguerras hay toda una veta anarquista que deviene del famoso Enrico Malatesta y las ideas más perseguidas de Europa.
Para ellos bastan fotos de Jorge Bergoglio, en su condición de superior de los jesuitas y luego obispo, con el primer jefe de estado de facto del régimen de 1976-83, ambos en circunstancias litúrgicas o de protocolo, para argumentar que el nuevo papa es un "asesino". Me consta perfectamente que a Jorge Videla se le probó en plena corte, con abundancia de pruebas, su participación activa en más de 5 mil secuestros y asesinatos.
Pero en el caso de Bergoglio ni han habido juicios, ni se ha probado nada. Hubieron pesquisas e investigaciones, tanto oficiales, como extraoficiales y periodísticas, y no aparece el proverbial revolver humeante que demuestre complicidad en lo que los militares argentinos denominaron "guerra sucia".
No es suficiente el rumor para condenar, pero para la intelligentsia lumpen los hechos no interfieren en las conclusiones.
Quedemos claro. Bergoglio forma y ha formado parte de la cúpula de un clero que en lo fundamental tiende a lo conservador en teología, en filosofía y el su visión de la sociedad. La jerarquía argentina es un mar de tomistas al servicio del último monarca absoluto del mundo. No es de esperar de ellos una revolución.
Confieso que ese conservadurismo fue uno de los factores que influyó en que yo abandonara lo que pudo ser una vocación al sacerdocio en épocas en que centellaban aquellas luces de lo que en la Iglesia post-conciliar se llamó la lectura de "los signos de los tiempos".
Me refiero a Populorum Progressio y la Declaración de Medellín. A Dom Helder Câmaras, el obispo brasileño que abogaba tratar al ateo Marx como Tomás de Aquino trató al pagano Aristóteles. A Gustavo Gutiérrez, el amanuense de la teología de la liberación que emanó de las comunidades eclesiales de base, o a Carlos Mugica, el sacerdote de las "villas miserias" de Buenos Aires, a quienes muy brevemente conocí. Finalmente, me refiero a Camilo Torres, el sacerdote guerrillero de Colombia cuya muerte con ametralladora en la mano es todavía inflige un signo de contradicción.
¿Fueron excepciones? O son, como Francisco de Asís o Francisco Javier, la minoría que realmente se hizo cristiana.
Todo esto es debatible. Lo indisputable es que no es crimen ser papa dogmático, como Francisco I.
¡Cuánta ignorancia! ¡Cuánta bilis!
Hay naciones católicas acérrimas por rebeldía: Irlanda y Quebec frente al protestantismo inglés; Polonia, Eslovaquia y Croacia frente al imperio ruso ortodoxo (luego comunista). Son excepciones y su catolicismo ha ido en descenso a la par que ha mermado el poderío "hereje" invasor.
Pero en la Argentina, como en Iberoamérica en general, la Iglesia es colonial. Las mayorías católicas son, como decía un cura, beatos de las "tres B": bautismo, boda y "belorio".
En la pampa se saludaba al viajero con "Ave María purísima", a lo que se respondía "Sin pecado concebida". ¿Era por fe o por costumbre?
La mayor parte de los "católicos" argentinos, el 90 y algo por ciento desde tiempos inmemoriales, son creyentes de nombre, pero del contenido de la fe han recibido poco y nada. Hay, en cambio, una mezcla de piedad popular, superstición y resabios de religiones precristianas que mezcla el carnaval con la cuaresma, los santos con los orixás, la calcomanía de la Virgen con la de la actriz del momento, Ceferino Namuncurá con San Perón.
He ahí la hinchada futbolera, la masa rasa, que esta semana ganó "el mundial" del papado. Pero como siempre con Argentina, y si, en toda Iberoamérica, hay también los bienpensantes que odian a la Iglesia por razones ideológicas, cuya información es escasamente mejor que la de la grey.
No hay anticlericalismo más rabioso que en países tradicionalmente católicos. Ver Garibaldi, Voltaire y Unamuno en Italia, Francia y España.
En la Argentina italianizada por un enorme influjo migratorio de los 1880 a 1914 y las dos posguerras hay toda una veta anarquista que deviene del famoso Enrico Malatesta y las ideas más perseguidas de Europa.
Para ellos bastan fotos de Jorge Bergoglio, en su condición de superior de los jesuitas y luego obispo, con el primer jefe de estado de facto del régimen de 1976-83, ambos en circunstancias litúrgicas o de protocolo, para argumentar que el nuevo papa es un "asesino". Me consta perfectamente que a Jorge Videla se le probó en plena corte, con abundancia de pruebas, su participación activa en más de 5 mil secuestros y asesinatos.
Pero en el caso de Bergoglio ni han habido juicios, ni se ha probado nada. Hubieron pesquisas e investigaciones, tanto oficiales, como extraoficiales y periodísticas, y no aparece el proverbial revolver humeante que demuestre complicidad en lo que los militares argentinos denominaron "guerra sucia".
No es suficiente el rumor para condenar, pero para la intelligentsia lumpen los hechos no interfieren en las conclusiones.
Quedemos claro. Bergoglio forma y ha formado parte de la cúpula de un clero que en lo fundamental tiende a lo conservador en teología, en filosofía y el su visión de la sociedad. La jerarquía argentina es un mar de tomistas al servicio del último monarca absoluto del mundo. No es de esperar de ellos una revolución.
Confieso que ese conservadurismo fue uno de los factores que influyó en que yo abandonara lo que pudo ser una vocación al sacerdocio en épocas en que centellaban aquellas luces de lo que en la Iglesia post-conciliar se llamó la lectura de "los signos de los tiempos".
Me refiero a Populorum Progressio y la Declaración de Medellín. A Dom Helder Câmaras, el obispo brasileño que abogaba tratar al ateo Marx como Tomás de Aquino trató al pagano Aristóteles. A Gustavo Gutiérrez, el amanuense de la teología de la liberación que emanó de las comunidades eclesiales de base, o a Carlos Mugica, el sacerdote de las "villas miserias" de Buenos Aires, a quienes muy brevemente conocí. Finalmente, me refiero a Camilo Torres, el sacerdote guerrillero de Colombia cuya muerte con ametralladora en la mano es todavía inflige un signo de contradicción.
¿Fueron excepciones? O son, como Francisco de Asís o Francisco Javier, la minoría que realmente se hizo cristiana.
Todo esto es debatible. Lo indisputable es que no es crimen ser papa dogmático, como Francisco I.
sábado, 12 de enero de 2013
Somos muchos y nos conocemos poco
Parte del examen de conciencia que se hace la derecha ilusa que confiaba en una victoria arrasadora de Romney incluye un comentario en el New York Times en el que un columnista de derecha que sugiere "leer al enemigo". Es un desafío que en Sudamérica podría hacerse a todos.
Somos muchos y nos conocemos poco. Ese es el campo político sudamericano. Cada uno con su secta y guay del que se salga del carril. Ejemplos:
Si más gente hubiera leído el tercer capítulo (especialmente el párrafo final) de Mi Lucha, lo que sucedió en Auschwitz no hubiera resultado tanta sorpresa o quizás se hubiera podido evitar. Si se midiera el trecho entre lo dicho y lo hecho quizás se podría exigir más aún a aquellos que, se supone, tienen los intereses de los más necesitados en cuenta. Y si los más favorecidos tuviésemos una pizca de humildad reconoceríamos que la demagogia existe gracias a nuestros egoísmos.
¿Y si los cacerolistas de Chile, Venezuela y la Argentina hubieran leído un poco de, quizás Karl Marx es mucho pedir, pero digamos Osvaldo Sunkel, Gabriela Mistral o Helder Câmara? ¿Y si los peronistas, lulistas y sandinistas leyeran a, quizás no Adam Smith, pero Jacques Bossuet, Milton Friedman o Leopoldo Lugones?
En mis años universitarios, cuando era de rigor leer los diarios del Che, los poemas de Ho Chi Minh y el librito rojo de Mao, yo me aboqué al ideario falangista y fascista (de Platón y Edmund Burke a José Antonio e Il Duce). Gracias a eso pude distinguir entre los derechistas convencidos (cualquiera se equivoca y pasa en las mejores familias) y los conservadores por oportunismo.
Por ejemplo, los militares brasileños de los años 60 a los 80 realmente creían que iban a imponer los 200 años de industrialización en Inglaterra en dos o tres décadas de dictadura con algunas horribles fechorías y sus políticas económicas distintas a la codicia y despojo desenfrenado justificados por los famosos "Chicago Boys".
En cambio, César Augusto Pinochet, quién en 1965 enarboló la misma bandera ideológica en su defensa anticipada de la nefasta "doctrina de seguridad nacional", resultó ser, tal como los militares argentinos y la mayoría de dictadorzuelos latinoamericanos del siglo XX, un improvisado más dispuesto a cualquier cosa, siempre que se cobrara sus dolarcitos.
Entonces, he aquí el desafío: gente de derecha, a leer a la izquierda; gente de izquierda, a leer a la derecha. Luego podremos realmente dialogar.
Somos muchos y nos conocemos poco. Ese es el campo político sudamericano. Cada uno con su secta y guay del que se salga del carril. Ejemplos:
- Cito un capítulo de Mi Lucha y se me responde que esa lectura es innecesaria debido a la presunta patología del autor, un tal Adolfo H.
- Reflexiono tristemente lo poco que se ha mejorado desde ciertas frases inspiradoras de una tal Eva P. y se me llama "gorila".
- Tomo en cuenta que los seguidores de un tal Hugo C. no son los señoritos educados como nosotros, sino los de menor acceso a los libros y termino clasificado como un comunistoide.
Si más gente hubiera leído el tercer capítulo (especialmente el párrafo final) de Mi Lucha, lo que sucedió en Auschwitz no hubiera resultado tanta sorpresa o quizás se hubiera podido evitar. Si se midiera el trecho entre lo dicho y lo hecho quizás se podría exigir más aún a aquellos que, se supone, tienen los intereses de los más necesitados en cuenta. Y si los más favorecidos tuviésemos una pizca de humildad reconoceríamos que la demagogia existe gracias a nuestros egoísmos.
¿Y si los cacerolistas de Chile, Venezuela y la Argentina hubieran leído un poco de, quizás Karl Marx es mucho pedir, pero digamos Osvaldo Sunkel, Gabriela Mistral o Helder Câmara? ¿Y si los peronistas, lulistas y sandinistas leyeran a, quizás no Adam Smith, pero Jacques Bossuet, Milton Friedman o Leopoldo Lugones?
En mis años universitarios, cuando era de rigor leer los diarios del Che, los poemas de Ho Chi Minh y el librito rojo de Mao, yo me aboqué al ideario falangista y fascista (de Platón y Edmund Burke a José Antonio e Il Duce). Gracias a eso pude distinguir entre los derechistas convencidos (cualquiera se equivoca y pasa en las mejores familias) y los conservadores por oportunismo.
Por ejemplo, los militares brasileños de los años 60 a los 80 realmente creían que iban a imponer los 200 años de industrialización en Inglaterra en dos o tres décadas de dictadura con algunas horribles fechorías y sus políticas económicas distintas a la codicia y despojo desenfrenado justificados por los famosos "Chicago Boys".
En cambio, César Augusto Pinochet, quién en 1965 enarboló la misma bandera ideológica en su defensa anticipada de la nefasta "doctrina de seguridad nacional", resultó ser, tal como los militares argentinos y la mayoría de dictadorzuelos latinoamericanos del siglo XX, un improvisado más dispuesto a cualquier cosa, siempre que se cobrara sus dolarcitos.
Entonces, he aquí el desafío: gente de derecha, a leer a la izquierda; gente de izquierda, a leer a la derecha. Luego podremos realmente dialogar.
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