En 1971 en Chile puede haber parecido buena idea imitar los movimientos populares y salir a despotricar contra el Presidente Allende con cacerolas. Ahora los argentinos han copiado el "cacerolazo" y hay quienes me dicen que tolelarían 17 años de dictadura como la de Pinochet.
Esto viene, como los cacerolazos, de gente económicamente cómoda y pudiente, más o menos como la "rebelión" de la clase media chilena contra el mandatario socialista.
Claro, los paralelos entre Chile y la Argentina son limitados. Cristina Kirchner no es Salvador Allende ni de lejos, pero la perspectiva de que Cristina enfrente sacudones que terminen en un cuartelazo es una consecuencia nefasta que no se puede tomar levemente.
Cuando saco a relucir a César Augusto Pinochet, no me refiero meramente a un militar cualquiera. Es el militar cuyo escrito en la revista Estrategia trajo a la luz, en 1965, al término que resultaría en le muerte de miles a través del continente: régimen de seguridad nacional. Amén de sus miles de torturados, muertos y exiliados.
En ese momento existía uno, el del Brasil. Después vino el contagio a Argentina, Chile, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, Peru y Uruguay. Todo con subsidio yanqui, dado el planteo (en muchos casos enteramente falso) que los militares latinoamericanos presentaron en Washington. Bastaba la palabra "comunismo" y llovían los dólares del Pentágono y la CIA.
La muertes (en El Salvador llegaron a centenares por semana en una época), el terror y desigualdes socioeconómicas congeladas a presión llevaron a la pérdida por parte de una generación, la mía, de una trayectoria fructífera y posible para todos.
Si hoy el continente se orienta electoralmente hacia un socialismo blando como el de Francia, es porque el electorado padece la catástrofe económica producida por el neoliberalismo extremo de los años 90.
Y a no quejarse clases afortunadas. El sacrificio debe ser compartido o no se saldrá adelante.
Eso no se logra con cacerolazos.
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