Quien se pregunte cómo es que el mayordomo papal se metió a repartir evidencia de la escasamente sorpresiva evidencia de corrupción a lo renacentista en el Vaticano moderno sólo tiene que pesar la historia de los autoritarismos como el de Joseph Ratzinger.
A fin de cuentas el papa es el último monarca absoluto. ¿Qué causó la caída de sus pares, sus dinastías desaparecidas? Uno de ellos perdió la cabeza, literalmente, otro fue asesinado a tiros en un sótano con su familia. Y mucho más.
Tenía razón Freud en que la supresión de los deseos lleva a la sublimación y la rebelión. Del mismo modo la exigencia tiránica de lealtad absoluta por parte de súbditos da pie a intriga, doble juego y en última instancia el colapso de cualquier respeto a la autoridad.
Esto no es nuevo.
La dictadura siempre fue de corta duración. A los dictadores romanos se les dio poderes extraordinarios para hacer frente a una emergencia. Una vez franqueada el Senado lo destituía sin miramientos.
Todo jefe autoritario, sea mafioso, presidente, rey o papa, obliga a sus subordinados a obedecer sin preguntar ni titubear, lo que desencadena tensiones entre las necesidades o deseos y el deber social.
Los sistemas parlamentarios electorales de Gran Bretaña y América del Norte tienen la más larga historia continua desde tiempos muy antiguos, precisamente porque se esfuerzan en mantener válvulas de escape para las minorías disidentes, pluralidades y el individuo.
De otra manera, la gente termina trampeando un poco o un mucho,
según su poder y medios. Con el tiempo todos son
parte de un amplio círculo de deshonestidad y desobediencia que destruye el tejido social.
Esta es también la razón que la gente, como adolescentes hambrientos de sexo, mienten descaradamente a sí mismos y a los demás cuando sus impulsos o necesidades son ferozmente reprimidas, perseguidas o desvirtuadas sin razón.
Y fue esto exactamente lo que Ratzinger puso en marcha en el Vaticano de nuestra época.
Formado en el orden vertical de las Juventudes Hitlerianas, Ratzinger fue tutelado por los obispos alemanes más autoritarios. Cuando finalmente se fue a Roma, rápidamente fue apodado "el panzerkardenal" por arrollar a disputara su idea de la doctrina.
Su papado ha sido hasta hoy un emprendimiento dedicado a reducir a la Iglesia Católica al 10 por ciento de los católicos dispuestos a marchas a paso de ganso y obedecer todas las reglas (o al menos fingir bien y con jactancia).
Ni a las monjas se les permite preocuparse por los pobres, a quienes un carpintero de Galilea de hace tiempo llamó "bienaventurados". ¡Primero luchar contra el aborto y el sexo!
Y no le digan a Su Santidad que no se puede. Hay que usar la imaginación. Ah, y hacer que todos los chanchullos financieros detrás de la operación desaparezcan de la vista.
Esta ilógica autoritaria es lo que llevaba, como informaba hace un tiempo el servicio de noticias cubano mismo, a los camaradas castristas practicar lo que había llegado a tildarse de "sociolismo" en lugar de socialismo.
Así es también como el republicano conservador Newton Leroy Gingrich intentó efectivamente derrocar al Presidente Clinton por sus escapadas sexuales, mientras que Gingrich mismo andaba poniéndole cuernos a su esposa, que se moría, con una mujer muy piadosa que cantaba en el coro de su iglesia.
¿Cómo se explica que el hombre al que con escaso cariño apodo "Papa Nazinger" haya llegado a pensar que su program errado y fanático no se convertiría en el refugio de canallas?
Tal vez fue la sumisa sonrisa de su mayordomo.