Podría ser una película de Sergio Leone, pero es mi niñez. A comienzos de los años 1950 en Nueva York habían puertorriqueños, que no tenían nada que ver con la gente de mis padres, que eran argentinos.
La gente de Puerto Rico hablaba un castellano raro (y decían "che"). Y sabía que se hablaba mal de ellos porque yo pasaba por el "yanqui" que era por accidente natal. Además, algunos puertorriqueños pasaban por negros, que era en aquél entonces la peor lacra social en Yanquilandia.
De mexicanos no sabía nada, aparte de que sus comidas eran demasiado picantes.
Y de cubanos ... un grupo de ellos me llevaron como mascota a darle la manor a Fidel cuando vino a Washington, recién en el poder y visto como un adalid de la democracia.
Sabía, eso si, que mis padres hablaban castellano, mientras que fuera de casa se hablaba inglés.
Sabía que nosotros éramos católicos, pero la mayoría era protestante. Y en Nueva York había también gente que yo no sabía distinguir como judíos al punto que una vez, en uno de mis juegos de la imaginación, inventé un personaje yanqui cuyo apellido era Stein, al que yo consideraba netamente estadounidense.
Y todo era bueno en Estados Unidos, cuyo "American Way" estaba lleno de justicia y amor. Pero había algo que me daba miedo. Una dureza, unas distinciones dificiles de entender que tenían que ver con el color de la piel o el idioma.
Y, como dije en el título, no habían hispanos ni latinos y todos creceríamos a ser tipos como Cliff Robertson, que en las películas lo lograba todo. Y un día todos tendríamos ojos azules.
jueves, 31 de marzo de 2011
lunes, 28 de marzo de 2011
Argentina, el peor país del mundo
"¿Por qué estás enojado con el país de tus padres? No es peor que ninguno otro, or que el mundo entero," me escribe una lectora francesa, cuando la pregunta debería ser, "¿Cómo que no es el peor país del mundo? Es la República Argentina."
Claro, hay un comentario neoyorquino que explica que, cuando la gente que reside en la "Gran Manzana" dice "Nueva York es la peor ciudad del mundo" o "tenemos los peores subterráneos del mundo", en realidad no es una queja sino una declaración de vanagloria.
Somos Número 1 en lo peor. Mirá la mierda en que vivo y como me manejo.¿Suena familiar, argentinos?
Lo único que en el caso de la Argentina no es mito urbano sino realidad. No estaban contentos con la Mazorca, pusieron al PAN que les comió el pan. Muertos de hambre se rebelan en la única verdadera revolución "cívico-militar" de la Argentina, la de 1890, y logran el radicalismo que culmina en la figura hegemónica de Yrigoyen. Los patrones se cansan de tanto medio pelo, sueltan a Uriburu y todos sus pichichos milicos y comienza medio siglo de golpismo que termina en lo de 1976-83 que ni hablar.
Desatisfechos con la democracia, elijen a un charlatán ladrón que vende las joyas de la abuela para darles la sensación de paridad con el dólar, y psicológicamente Estados Unidos, el objeto de odio-amor argentino que sirve de justificación fenómena para todo.
¿Hiciste los deberes? Y, si, pero me los robaron los yanquis.
Y así siguen las cosas. Nada funciona. Cristina EfedeKa (agreguen las dos sílabas más ustedes, ¡malpensados!) amaga a no amagar.
Pero no se preocupen, ¡Argentina campeón! Con un poco de esfuerzo más podrán superar a Haití y entonces llegar a la cumbre del valle de llantos que se evapora hacia los cielos.
Claro, hay un comentario neoyorquino que explica que, cuando la gente que reside en la "Gran Manzana" dice "Nueva York es la peor ciudad del mundo" o "tenemos los peores subterráneos del mundo", en realidad no es una queja sino una declaración de vanagloria.
Somos Número 1 en lo peor. Mirá la mierda en que vivo y como me manejo.¿Suena familiar, argentinos?
Lo único que en el caso de la Argentina no es mito urbano sino realidad. No estaban contentos con la Mazorca, pusieron al PAN que les comió el pan. Muertos de hambre se rebelan en la única verdadera revolución "cívico-militar" de la Argentina, la de 1890, y logran el radicalismo que culmina en la figura hegemónica de Yrigoyen. Los patrones se cansan de tanto medio pelo, sueltan a Uriburu y todos sus pichichos milicos y comienza medio siglo de golpismo que termina en lo de 1976-83 que ni hablar.
Desatisfechos con la democracia, elijen a un charlatán ladrón que vende las joyas de la abuela para darles la sensación de paridad con el dólar, y psicológicamente Estados Unidos, el objeto de odio-amor argentino que sirve de justificación fenómena para todo.
¿Hiciste los deberes? Y, si, pero me los robaron los yanquis.
Y así siguen las cosas. Nada funciona. Cristina EfedeKa (agreguen las dos sílabas más ustedes, ¡malpensados!) amaga a no amagar.
Pero no se preocupen, ¡Argentina campeón! Con un poco de esfuerzo más podrán superar a Haití y entonces llegar a la cumbre del valle de llantos que se evapora hacia los cielos.
domingo, 27 de marzo de 2011
Puta Madre Que Los Parió A Todos
¡Con qué gente jodida crecí! ¡Qué familia de arrogantes inútiles fueron todos mis parientes! ¡Qué país más tosco, frío e inhóspito el que me vio dar a luz y qué país de mierda el de mis padres! ¡Qué religión más llena de macanas la que llegué a creer! ¡Qué manga de idiotas que hay en todas partes!
¿Habrán excepciones? ¿O solo parecen excepciones porque no les ha llegado el momento de desenmacarar sus personalidades jodidas, su inoperancia, su racismo o elitismo o complejo de infesuperioridad, su pudredumbe vaga y autojustificadora, su hipocresía y su idiotez?
No sé ni me importa y que se vayan todos a la mierda.
¿Habrán excepciones? ¿O solo parecen excepciones porque no les ha llegado el momento de desenmacarar sus personalidades jodidas, su inoperancia, su racismo o elitismo o complejo de infesuperioridad, su pudredumbe vaga y autojustificadora, su hipocresía y su idiotez?
No sé ni me importa y que se vayan todos a la mierda.
viernes, 25 de marzo de 2011
La Iglesia Como Institución ...
"Y la iglesia, como institucion no dijo nada, ni antes ni despues? Y los curas complices no fueron disciplinados?" pregunta mi interlocutor Victor, quien como yo es un ciudadano de demasiados países, poca patria y escasa fe. Quisiera desglosar estos interrogantes hasta donde pueda.
El problema esencial de estas preguntas (¡y cuántas veces me las he hecho!) es que suponen un orden de cosas que es fácil desvirtuar con toda malicia y premeditación. Por eso prefiero que no se planteen.
La Iglesia (católica, apostólica y romana) como institución hoy casi ni existe.
En su momento, fue secta judía, religión perseguida y culto imperial. Frente a la vorágine nórdica se constituyó en la memoria cultura de Europa, la base filosófica de las costumbres y leyes sociales de occidente y la esponja de ansias y supersticiones que revoloteaban como mariposas en el Viejo Mundo.
En el último medio milenio se fue convirtiendo lentamente en un museo de las concepciones intuitivas del inconsciente colectivo europeo. Hoy es un club esoterico en cuya cúpula ritual persisten varones octogenarios de supuesta castidad a quienes se les rinde pleitesía, pero se les presta escasa atención.
En 1515 el papa pudo regir el derecho europeo respecto a los nativos de América declarándolos seres humanos, contra toda la corriente codiciosa que proponía calificarlos de jure como bestias. ¿Con qué resultados?
Hoy, las encuestas revelan que, contra toda la predica, el católico bautizado fornica con ahinco, limita la natalidad y obtiene abortos, se divorcia furiosamente, y se declara apasionadamente homosexual en proporciones muy similares al promedio de la población en la mayoría de los países occidentales.
La mítica organización hipnótica cuyo púlpito rige herméticamente la vida social, económica o política de occidente, so pena gravísima de excomunicación, no existe. Y es dudoso que haya existido. Quien proponga su existencia como base de planteos se expone al ridículo y de hecho termina concediéndole al catolicismo una victoria retórica.
Concuerdo que al catolicismo y su estructura eclesiástica se les pueden imputar toda la gama de fechorías humanas colectivas. ¿Y qué? ¿Acaso no se declaran pecadores en cada Misa?
El problema esencial de estas preguntas (¡y cuántas veces me las he hecho!) es que suponen un orden de cosas que es fácil desvirtuar con toda malicia y premeditación. Por eso prefiero que no se planteen.
La Iglesia (católica, apostólica y romana) como institución hoy casi ni existe.
En su momento, fue secta judía, religión perseguida y culto imperial. Frente a la vorágine nórdica se constituyó en la memoria cultura de Europa, la base filosófica de las costumbres y leyes sociales de occidente y la esponja de ansias y supersticiones que revoloteaban como mariposas en el Viejo Mundo.
En el último medio milenio se fue convirtiendo lentamente en un museo de las concepciones intuitivas del inconsciente colectivo europeo. Hoy es un club esoterico en cuya cúpula ritual persisten varones octogenarios de supuesta castidad a quienes se les rinde pleitesía, pero se les presta escasa atención.
En 1515 el papa pudo regir el derecho europeo respecto a los nativos de América declarándolos seres humanos, contra toda la corriente codiciosa que proponía calificarlos de jure como bestias. ¿Con qué resultados?
Hoy, las encuestas revelan que, contra toda la predica, el católico bautizado fornica con ahinco, limita la natalidad y obtiene abortos, se divorcia furiosamente, y se declara apasionadamente homosexual en proporciones muy similares al promedio de la población en la mayoría de los países occidentales.
La mítica organización hipnótica cuyo púlpito rige herméticamente la vida social, económica o política de occidente, so pena gravísima de excomunicación, no existe. Y es dudoso que haya existido. Quien proponga su existencia como base de planteos se expone al ridículo y de hecho termina concediéndole al catolicismo una victoria retórica.
Concuerdo que al catolicismo y su estructura eclesiástica se les pueden imputar toda la gama de fechorías humanas colectivas. ¿Y qué? ¿Acaso no se declaran pecadores en cada Misa?
jueves, 24 de marzo de 2011
1976-2011: 35 Años de Tara
La frase "el 24 de marzo de 1976" me quedó grabada por tratarse de un recurso de evasión a la censura de la prensa argentina en los años 1976-83 cuando una noticia tenía que ver con los Montoneros, el ERP o las otros guerrilleros. La frase completa era que se trataba de una "organización proscrita" en esa fecha.
Yo ya vivía lejos de la Argentina, pero conocía a quienes me pasaban el dato que los milicos tenían listas gordas de los que iban a cazar (y creo que el verbo es textual) cuando se diera el golpe, que fue el 24 de marzo. Los secuestros posteriores no me sorprendieron.
Queda sin hablarse, a 35 años de distancia, lo que nunca se explicitó en toda la cuasi-pornografía posterior al supuesto "holocausto" argentino. Una serie de civiles cómodamente izquierdones mientras no le toquen la quinta, como Don Jacobo Timerman, estaban azuzando al cuartel de Campo de Mayo para que se diera abiertamente la contienda entre gorilas y guachos.
Timerman tuvo la entereza de confesar su error en su autobiografía. Pero entre los argentinos en general no hubo una catársis similar que permita constatar los errores propios al lado de los de los demás.
La gran tara argentina consiste en una total ausencia de capacidad autocrítica, bajo la cual se esconde un absolutismo filosófico renuente a toda redención. En definitiva, la Argentina es y ha sido, por lo menos desde 1930, una sociedad autoritaria regida por los decretos de la moda mental.
No hay pensamiento original. Ni siquiera existo un léxico corriente que no sea mal prestado de otra parte (el famoso "mails" por "emails", por ejemplo). Los argentinos se visten todos iguales, hablan todos de lo mismo y rechazan sin prestar atención lo que venga sin el debido decreto autorizador.
¿Quién se acuerda, por ejemplo, de los bigotes que afloraron por todas partes hacia 1966 tras el golpe del general que encubría con cabello facial su labio leporino, Juan Carlos Onganía? Nadie. Ni se notó.
Pero se dio.
Y la violencia. Ni me hablen de ella. Un antepasado mío fue asesinado por la Mazorca, bajo Rosas, y otro por un grupo de gauchos foragidos xenófobos.
Recuerdo que hacia los años 1980 invité a cenar a mi casa en Washington a un ex-detenido "a disposición del poder ejecutivo" de aquella época. Era uno de los afortunados que fueron encarcelados y maltrados sin juicio, pero más o menos a las claras, y por eso mismo sobrevivió.
Un grupo de periodistas amigos habíamos escrito sobre su caso, cuyos detalles a esta altura no vienen al caso y era toda una ocasión encontrarnos con el susodicho a quien nuestra pluma había salvado de la vorágine. Y uno pensaría que este mártir de los derechos humanos y la democracia habría escarmentado y sería un tipo tranquilo y paciente.
Descubrí, en cambio que en cuanto mi hijo mayor, que era un bebé que comía la papita en su sillita, tiró su cuchara al piso por uno de esos berretines que le dan a los chicos, el hombre de paz saltó a gritarle al chico, quien lo miró aterrado. Ni su madre ni yo jamás habíamos usado la violencia psicológica o física con la cual se disciplina a los niños en la Argentina.
¿Qué va a resultar de una sociedad de niños tiranizados sino adultos que marchan al compás de las modas, y en lugar de debatir usan balas? Una sociedad, digamoslo a las claras, de tarados.
Yo ya vivía lejos de la Argentina, pero conocía a quienes me pasaban el dato que los milicos tenían listas gordas de los que iban a cazar (y creo que el verbo es textual) cuando se diera el golpe, que fue el 24 de marzo. Los secuestros posteriores no me sorprendieron.
Queda sin hablarse, a 35 años de distancia, lo que nunca se explicitó en toda la cuasi-pornografía posterior al supuesto "holocausto" argentino. Una serie de civiles cómodamente izquierdones mientras no le toquen la quinta, como Don Jacobo Timerman, estaban azuzando al cuartel de Campo de Mayo para que se diera abiertamente la contienda entre gorilas y guachos.
Timerman tuvo la entereza de confesar su error en su autobiografía. Pero entre los argentinos en general no hubo una catársis similar que permita constatar los errores propios al lado de los de los demás.
La gran tara argentina consiste en una total ausencia de capacidad autocrítica, bajo la cual se esconde un absolutismo filosófico renuente a toda redención. En definitiva, la Argentina es y ha sido, por lo menos desde 1930, una sociedad autoritaria regida por los decretos de la moda mental.
No hay pensamiento original. Ni siquiera existo un léxico corriente que no sea mal prestado de otra parte (el famoso "mails" por "emails", por ejemplo). Los argentinos se visten todos iguales, hablan todos de lo mismo y rechazan sin prestar atención lo que venga sin el debido decreto autorizador.
¿Quién se acuerda, por ejemplo, de los bigotes que afloraron por todas partes hacia 1966 tras el golpe del general que encubría con cabello facial su labio leporino, Juan Carlos Onganía? Nadie. Ni se notó.
Pero se dio.
Y la violencia. Ni me hablen de ella. Un antepasado mío fue asesinado por la Mazorca, bajo Rosas, y otro por un grupo de gauchos foragidos xenófobos.
Recuerdo que hacia los años 1980 invité a cenar a mi casa en Washington a un ex-detenido "a disposición del poder ejecutivo" de aquella época. Era uno de los afortunados que fueron encarcelados y maltrados sin juicio, pero más o menos a las claras, y por eso mismo sobrevivió.
Un grupo de periodistas amigos habíamos escrito sobre su caso, cuyos detalles a esta altura no vienen al caso y era toda una ocasión encontrarnos con el susodicho a quien nuestra pluma había salvado de la vorágine. Y uno pensaría que este mártir de los derechos humanos y la democracia habría escarmentado y sería un tipo tranquilo y paciente.
Descubrí, en cambio que en cuanto mi hijo mayor, que era un bebé que comía la papita en su sillita, tiró su cuchara al piso por uno de esos berretines que le dan a los chicos, el hombre de paz saltó a gritarle al chico, quien lo miró aterrado. Ni su madre ni yo jamás habíamos usado la violencia psicológica o física con la cual se disciplina a los niños en la Argentina.
¿Qué va a resultar de una sociedad de niños tiranizados sino adultos que marchan al compás de las modas, y en lugar de debatir usan balas? Una sociedad, digamoslo a las claras, de tarados.
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