El título de esta entrada, que significa “somos todos negros e italianos” saltó en una conversación entre mi prima mayor y su hijo menor.
La susodicha es una mujer nacida en los años 1930 de una familia
criolla de clase media argentina, caída de estancieros a meros
profesionales medio pelo unos 20 años después de Rosas.
Debatían el origen de la familia: ella con prejuicios de principios del siglo XX y el con la universalidad de una humanidad que se enfrenta al cambio climático en el XXI.
Ella negaba información documentada que la abuela de nuestro abuelo común nació “parda libre” (por obra de la Asamblea del Año XIII) de padres “negros esclavos”.
Estoy harta de probar que no soy esclava ni negra mota.
Veinte años antes del nacimiento de mi prima, nuestro abuelo común salía de su casa en Belgrano en traje, sombrero de copa redonda y bastón a su auto con chofer. Desda la vuelta de la esquina, en una de esas recientes ferias callejeras que la municipalidad permitía, escuchaba a grito pelado en acento italiano el precio de las cebollas.
¡Esos gringos nos están robando el país! (Los gringos son, en su casa, “tanos”.)
De ahí la declaración del título. Hoy por hoy, los argentinos son más italianos que españoles y muchos de antiguas alcurnias criollas tienen sangre africana entremezclada.
¿Tendrán sangre tricolor, con gris en la franja de medio lugar de blanco?