Lo dije el 11 de septiembre y lo digo ahora.* Es fácil etiquetar a otro de "terrorista" y deshacerse de crímenes que son síntomas de los problemas del orden establecido.
A menos que haya sido obra de provocadores que trabajan para agencias de inteligencia occidentales, el asesinato de escritores y artistas de la revista francesa satírica Charlie Hebdo fue un grito de desesperación. Lo mismo que los ataques a las torres gemelas de New York en el 2001.
Por eso me atrevo a decir "NO soy Charlie Hebdo!"
Pero resulta que la cacareada libertad de expresión no se extiende a quién se para a pensar y dice "¡Alto por un puto minuto, aquí!" mientras todo el mundo canta de repente el mismo canto (y mientras los vendedores de pertrechos de guerra se frotan las manos con regocijo).
Resulta también que nuestros valores occidentales supuestamente abiertos y libres nos impiden reconocer que el punto de vista y los valores de los yihadistas, por mal que nos caigan, son iguales a los nuestros.
Los yihadistas ven el poder occidental más o menos de la forma que católicos europeos medievales vieron la conquista musulmana de Jerusalén y la Tierra Santa. Sus sociedades, recordemos, funcionan en gran medida como las sociedades tradicionales funcionaban en Europa hace 1.000 años.
No son democracias y, dicen ellos, a mucha honra. Toda autoridad es teocrática y absoluta. A las mujeres hay que someterlas a los varones. Y cortar de cuajo las extremidades (y órganos sexuales) pecaminosas, o contrarias a la ley.
Digamos que ellos y yo no viajamos en el mismo tren, querido lector occidental. Pero según nuestros mismísimos valores occidentales, tienen derecho tomar el tren que les dé la gana.
Dejemos de lado nuestros prejuicios socioculturales por un momento.
Cuando nosotros, los occidentales, vamos a sus países y tratamos de "modernizar" con los "derechos humanos", nos creemos iluminados y generosos. De esa perspectiva viene el grave error occidental de demonizar a los talibanes y convertir en anatema el vestirse de burqa.
Cuando los ciudadanos de países predominantemente musulmanes observan nuestro comportamiento occidental, piensan razonablemente estamos imponiendo nuestros valores. Ellos piensan que estamos exportando herejías y maldad. Se sienten profundamente ofendidos por lo que perciben como la blasfemia de humanismo y la inmoralidad de hedonismo desnudo.
Y ni hablar de como los gobiernos occidentales han creado y apoyado todo tipo de monarcas, sultanes y dictadores (ninguno de ellos defensores estelares de derechos humanos que no sean sus propios) con tal de que vendan petróleo a un precio que guste.
Será muy fino y exquisito indignarse por la violencia en París, pero en realidad es sólo una manera occidental más de rehusar sus valores socioculturales y tratarlos como salvajes inferiores que necesitan nuestras ideas superiores.
¿Quién dice que el secularismo humanista democrático es mejor que el islamismo teocrático? ¿No fue la "civilizada" Europa la que aniquiló unos 300 millones de personas entre 1914 y 1945? ¿Cómo atrevernos, eurocéntricos occidentales, a proclamar que tenemos valores superiores?
¿Qué justifica el descaro de afirmar que, si no van a adorar al cristianismo nunca hemos ejemplificado, la gente de tez oscura debería adorar los derechos humanos que tampoco respetamos?
Es por esto que je ne suis pas (no soy) Charlie Hebdo. Y comienza a surgir un coro de voces que concuerda con lo que dijo en primer momento.*
* Esta entrada trae al castellano, con el retraso que en otra época llevaban las películas y programas de TV doblados en México, dos entradas de mi blog en inglés de los últimos días.