El acuerdo Roncalli - Wojtyla se viene arrastrando desde hace tiempo. La idea de algunos ha sido un equilibrio al unir la canonización de Juan XXIII, el "papa bueno" amado por muchas personas que aprecian la necesidad de reformas en la Iglesia, con la de Juan Pablo II, el fascista eclesiástico favorito de todo católico conservador. Es uno de esos trueques típicos de los políticos, los dirigentes sindicales y la mafia: un poco para todos, ninguna ventaja para nadie y, lo más importante, las bases de poder intactas.
Es lo que hubiera esperado de su predecesor, el Papa Nazinger, tan quejumbroso en Auschwitz sobre cómo sufrieron los pobres alemanes de 1933 al 45 (ver aquí).
Seamos justos. A Giuseppe Roncalli, el Papa Juan XXIII, se le podría llamar un buen hombre. Durante el Holocausto, mientras fue diplomático del Vaticano en Turquía, personalmente falsificó centenares de certificados de bautismo para poner bajo la protección papal a un número semejante de niños judíos embarcados por los nazis hacia una muerte segura. Años más tarde, al comienzo del Concilio Vaticano II, cuando reunió a los peritos en su oficina (uno de ellos era Nazinger) antes de la primera sesión, les dio solo una consigna: "la Iglesia no es un museo".
Roncalli era un hombre de fe astuto. Quería una fe viva. Su punto de vista engranaba con la del historiador de la religión Yaroslav Pelikan, quien declaró: "La tradición es la fe viva de los muertos, el tradicionalismo es la fe muerta de los vivos". Aún así, ¿fue verdaderamente santo Roncalli?
No surge la misma duda en el caso del papa polaco, Karol Wojtyla, quien fue desde el principio el Papa Juan Pablo falso. El original, Juan Pablo I, murió en circunstancias sospechosas al estallar un escándalo relativo al lavado de dinero en el Banco del Vaticano. Había adoptado el nombre papal de Juan Pablo para indicar que iba a seguir un camino intermedio entre la apertura de Juan XXIII y de la contramarcha del sucesor Pablo VI. En cambio, JP1 murió, y Wojtyla fue elegido, tras lo cual efectivamente cerró cuanta ventana se había abierto tras el Concilio Vaticano II.
Volvieron los enormes tapujos destinados a encubrir la corrupción del clero. Wojtyla fue especialmente protectora de un tal Marcial Maciel, fundador de una orden religiosa llamada los Legionarios de Cristo (consejo: desconfíese de grupos religiosos con nombres militares o monárquicos). De Maciel se supo que, en breve, se había convertido en el caudillo de una pandilla de violación sexual de muchachos estudiantes y seminaristas.
El secretario de prensa de Juan Pablo II, un operativo del Opus Dei en el Vaticano, explicó la inacción de Wojtyla diciendo que en la "pureza de pensamiento" del polaco no cabía imaginarse semejante cuadro tenebroso. Ah, claro, un hombre que vivió durante la Segunda Guerra Mundial, precisamente donde los peores crímenes del Holocausto tuvieron lugar, no podía imaginarse sacerdotes pedófilos o abusadores sexuales.
Sé de hecho que entre monaguillos, al menos en el último medio siglo, siempre se ha hablado de éste o aquél "cura raro" del cual vale la pena mantener distancia. Me consta asimismo que, al menos entre ciertos obispos estadounidenses en particular se conocía claramente la existencia generalizada de los abusos. Uno de ellos pensó que estaba haciendo una broma cuando comentó, a puerta cerrada y en mi presencia, "Tenemos que asegurarnos que los rectores de seminarios no se tiren encima a los seminaristas hispanos". En el uso del inglés "screw", atornillar o vulgarmente penetrar sexualmente, que he traducido "tirarse encima", estaba implícito el doble sentido, confirmado por la propia risa del que lo dijo y la de sus obispos compañeros.
¿Y el papa en ese momento no sabía de semejantes cosas por "puro"? Como se dice en la Argentina, eso contáselo a tu tía, que te lo va a creer.
En el Vaticano no se han preocupado mucho por los monaguillos violados, ni por las monjas vejadas ni por nadie. Y a la curia romana no le importa un comino los pobres tan mentados por el Papa Francisco. Pero sí que se preocupan por el turismo a Roma. Eso lo aprendí del único contacto directo del Vaticano a mi persona, mientras trabajaba para la conferencia de los obispos EE.UU. hace bastante tiempo. Enviaron un hombrecillo oficioso para ver si podía ayudar a organizar una "peregrinación" a Roma de católicos hispanos.
Lo que me trae a la mente el estribillo de mercadeo de Johann Tetzel, el infame vendedor de indulgencias que justamente enfureció a Martín Lutero: "Tan pronto suena en el cofre la moneda, el alma del purgatorio se libera".
Y todavía, en cierta manera, se venden indulgencias en Roma. Esta semana se ha demostrado en la orgía masiva de turismo y comercialización farisaica en torno a la canonización, o confirmación oficial como santos, de Roncalli y Wojtyla.
Este no es un buen liderazgo cristiano. Es una mala imitación del evangelista santero Elmer Gantry de la novela homónima de Sinclair Lewis: se monta un espectáculo para los tontos que siempre acuden (y se les venden chucherías de "devoción"). Todo "para Dios". Porque, claro, Dios necesita peregrinaciones y la compra de estampillas de santos.
Según las doctrinas que el Vaticano mismo dice creer, la canonización de la santidad significa sencillamente una declaración oficial que una persona muerta vive en la presencia de Dios. A esto se añade la teología en el Credo de Nicea, que usa la frase "la comunión de los santos" para indicar que los santos en el cielo pueden escuchar e interceder por los vivos aquí en la Tierra.
¿Y cómo funciona? Juancito se halla enfermo de un mal incurable y su familia rezan a San Buentipo. San B. se acerca a Dios, "Che, Creador de Todo, Junacito está enfermo, ¿qué tal si le pasás una de esas aspirinas super de las tuyas y lo curás?" ¡Y zás! Un milagro a través de la influencia de San B, prueba de que esta cerca de Dios.
La noción de reverenciar a ciertos cristianos difuntos se remonta a las matanzas por motivos de creencias durante el Imperio Romano. Ser mártir significa dar testimonio de la fe en proporciones heroicas, aún a costa de la vida. A pesar de las exageraciones de los comunicados de prensa del Vaticano de esta semana, ni Roncalli, ni Wojtyla fueron mártires. Pero, bien, no todos los santos en el calendario eclesiástico lo fueron, ni todos los santos reales figuran en las iglesias.
Lo cual me recuerda mi himno para niños predilecto en el libro de himnos de la Iglesia Episcopal (anglicana estadounidense), que comienza "Canto una canción de los santos de Dios":
Canto una canción de los santos de Dios,Luego continúa diciendo que se trataba de "un doctor y una reina y un pastor en la pradera" y más tarde " uno era un soldado y uno era sacerdote y uno fue muerto por una feroz bestia salvaje". Pero mi parte favorita viene en el tercer verso:
pacientes y valientes y leales,
que trabajaron y lucharon y vivieron y murieron
porque amaban al Señor que conocieron.
Los puedes hallar en la escuela,Y aquí es donde San Roncalli y San Wojtyla son un sinsentido. ¿Quién hoy día y en nuestra era puede tomar ejemplo moral personal de los hechos y circunstancias del jerarca máximo de una religión mundial de unos 1.000 millones de engañados?
en la calle, en la tienda,
en la iglesia, junto al mar, en la casa de al lado;
son santos de Dios, sean ricos o pobres,
y yo quiero ser uno también.
Es decir, no tengo intenciones de emitir una carta encíclica en el corto plazo. O de pasear por el patio de un palacio del renacimiento en un carrito de golf convertido. Ni tampoco aspiro ponerme vestidos blancos ni una kipá blanca. ¿Qué tienen que ver dos papas muertos con los problemas y los dilemas morales que enfrentamos vos y yo ?
Y aquí es donde Francisco, el papa estrella rockero, se ha disparado un tiro por la culata en la comercialización de una fe que ahora sabemos carece por completo. Lástima. Por un rato creí lo que era sincero.