Somos muchos y nos conocemos poco. Ese es el campo político sudamericano. Cada uno con su secta y guay del que se salga del carril. Ejemplos:
- Cito un capítulo de Mi Lucha y se me responde que esa lectura es innecesaria debido a la presunta patología del autor, un tal Adolfo H.
- Reflexiono tristemente lo poco que se ha mejorado desde ciertas frases inspiradoras de una tal Eva P. y se me llama "gorila".
- Tomo en cuenta que los seguidores de un tal Hugo C. no son los señoritos educados como nosotros, sino los de menor acceso a los libros y termino clasificado como un comunistoide.
Si más gente hubiera leído el tercer capítulo (especialmente el párrafo final) de Mi Lucha, lo que sucedió en Auschwitz no hubiera resultado tanta sorpresa o quizás se hubiera podido evitar. Si se midiera el trecho entre lo dicho y lo hecho quizás se podría exigir más aún a aquellos que, se supone, tienen los intereses de los más necesitados en cuenta. Y si los más favorecidos tuviésemos una pizca de humildad reconoceríamos que la demagogia existe gracias a nuestros egoísmos.
¿Y si los cacerolistas de Chile, Venezuela y la Argentina hubieran leído un poco de, quizás Karl Marx es mucho pedir, pero digamos Osvaldo Sunkel, Gabriela Mistral o Helder Câmara? ¿Y si los peronistas, lulistas y sandinistas leyeran a, quizás no Adam Smith, pero Jacques Bossuet, Milton Friedman o Leopoldo Lugones?
En mis años universitarios, cuando era de rigor leer los diarios del Che, los poemas de Ho Chi Minh y el librito rojo de Mao, yo me aboqué al ideario falangista y fascista (de Platón y Edmund Burke a José Antonio e Il Duce). Gracias a eso pude distinguir entre los derechistas convencidos (cualquiera se equivoca y pasa en las mejores familias) y los conservadores por oportunismo.
Por ejemplo, los militares brasileños de los años 60 a los 80 realmente creían que iban a imponer los 200 años de industrialización en Inglaterra en dos o tres décadas de dictadura con algunas horribles fechorías y sus políticas económicas distintas a la codicia y despojo desenfrenado justificados por los famosos "Chicago Boys".
En cambio, César Augusto Pinochet, quién en 1965 enarboló la misma bandera ideológica en su defensa anticipada de la nefasta "doctrina de seguridad nacional", resultó ser, tal como los militares argentinos y la mayoría de dictadorzuelos latinoamericanos del siglo XX, un improvisado más dispuesto a cualquier cosa, siempre que se cobrara sus dolarcitos.
Entonces, he aquí el desafío: gente de derecha, a leer a la izquierda; gente de izquierda, a leer a la derecha. Luego podremos realmente dialogar.