El mandatario venezolano Hugo Chávez es el último en caer en la redada de zonzos ocasionada por un avión de la fuerza aérea de los EE.UU. Según Chávez, el avión detenido en el aeropuerto de Ezeiza, en las afueras de Buenos Aires, es una treta yanqui para evitar la reelección de Cristina.
Ya quisiera Doña Kirchner que Obama le prestase atención. Como dice mi ciberamigo Daniel Garbu, de Facebook, parece que la murga Kirchneriana se quedó ofendida porque Obama no pasó por sus pagos en un viaje relámpago reciente a Sudamérica.
El gobierno argentino es a veces como un perrito chihuahua que ladra a más no poder sin que deje de sonar como un chirrido doloroso. Y Chávez, cuyas pautas generales comparto, pero a quien le recomiendo rodearse de gente más crítica, es el coro griego perfecto.
Fue un avión de USA para realizar prácticas policíacas antinarcotráfico, con instrumentos "secretos" (como es casi todo el equipo de casi toda unidad marcial estadounidense), y Doña Kirchner y Don Timermancito, ministro de relaciones exteriores, pusieron el grito en el cielo.
Lo obvio, era que alguien — seguramente un pinche de oficina — se había olvidado de avisar a Ezeiza de que venía el mionca aéreo yanqui (¡son enormes esos bichos!). Eso nadie — ni el famoso periodista "investigador" Horacio Verbitsky que escribió una sarta de sandeces obvias y pueriles un su supuesto reportaje — se animó ni a indagar ni admitir.
Ahora que se devuelve todo calladitamente, es natural pensar que las togas desgarradas de Kirchner y Timermancito fue lo que en porteño se llama "camelo", un invento.
¿Para qué? El amigo Garbu dice que se trata de una jugada hacia la hinchada peronista, los adeptos que siempre se prestan al eterno refugio argentino: la culpa la tiene el otro. Kirchner quiere que su popularidad suba y éste era un palito perfecto para hacerles pisar a los yanquis.
Suena plausible. A lo que no llego es a descartar al peronismo o el radicalismo argentino, solo por los chantapufis que enarbolan las respectivas banderas políticas desde 1983.
Perón fue un demagogo irresponsable al fin y al cabo, pero en su primera presidencia transformó la sociedad neo-feudal de 1943 a lo que llegó a ser un país con una clase media de peso, con proyección. Dio el voto a la mujer. Impulsó los sindicatos.
Y el radicalismo en su era de oro — de Saenz Peña a Yrigoyen, diría yo — rompió el monopolio político de la clase de los estancieros.
Hay que comenzar las cosas de cero, si, y era lo que yo pensé que Don Kirchner intentaba hacer. Un peronismo moderno, laborista pero ilustrado y educador frente a un radicalismo con más agallas frente a los milicos que los echaron en 1930 y los peronistas que se les comieron la clase media.
Y, si, también haría falta una clase media en la Argentina. Quizás una mejor de la que fue desaparecida — término usado con premeditación y alevosía — en los años 90 y 00.
Y también argentinos con espíritu cívico, capaces de aceptar que el país cayó en el pozo que se cavó solito; y además dispuestos a arremangarse la camisa, sin afanar un solo mango. Pero, qué, estoy hablando Argentina Año Verde.